
La verdad es que no les dedicamos apenas tiempo a los amigos que más queremos. Nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que el día no da para más, pero si nos detuviésemos un instante a reflexionar sobre las horas que perdemos con el teléfono móvil en la mano, nos daríamos cuenta de que esas horas siguen teniendo los mismos sesenta minutos que han tenido siempre, pero que nosotros las malgastamos. Sabemos que los amigos están ahí, sí. Pero después, cuando marchan al otro lado del río, nos preguntamos cómo es posible que en los últimos años apenas nos hubiésemos visto un par de veces. Sin embargo, la pregunta tiene fácil respuesta. Porque el problema está en que derramamos nuestra vida en idioteces, mientras olvidamos lo importante. Creo que sería bueno que dedicásemos unos minutos a confeccionar una lista de los amigos con los que ya casi ni hablamos, y que, con esos mismos teléfonos móviles que llevamos pegados a la mano, los llamásemos. Aunque solo fuese para decirles que los queremos y que los echamos de menos.
Comento esto, porque me doy cuenta de que hay amigos a los que tengo que llamar, o mejor todavía ver, cuanto antes. Para darles las gracias por mil cosas distintas. Y para hablarles de una idea que me da vueltas en la cabeza: habría, creo, que formar un grupo de gente que, con toda la discreción del mundo, se avisase entre sí cuando sabe que alguien lo pasa mal, que tiene dificultades. Para intentar ayudar en lo que se pueda a quien sufre. Sin darle cuartos al pregonero, claro; y, a ser posible, sin que quien recibe ayuda sepa quién le está ayudando.