Los caminos de Xaquín Marín

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro ÚLTIMA BRETAÑA

CERDIDO

Ramón Loureiro

12 oct 2023 . Actualizado a las 21:42 h.

Estaba hablando hace un instante, a través del teléfono, con Xaquín Marín, a quien tanto admiro y he admirado siempre (y que, por cierto, mientras hablábamos estaba en Cerdido, ese lugar maravilloso en el que nació nuestro común amigo Martinho Montero Santalha), cuando, en medio de la conversación, se me ocurrió preguntarle cuál es la primera imagen de su vida de la que guarda memoria. Entonces él, tras meditarlo un instante, me contó que es un recuerdo que tiene por escenario, en Fene, lo que entonces era la huerta de la casa del maestro. O sea, la huerta de la casa de su infancia. Porque aquel maestro de un mundo tan distinto era, como ustedes probablemente ya sepan, su padre, don Emilio, un verdadero erudito y un excelente dibujante, natural de Badajoz. Allí, en aquel retazo de un tiempo que ya no existe —quiero decir que en aquel primer recuerdo—, reaparecen, envueltos en la luz de la niñez, unos primos de Xaquín, un poco mayores que él. Niños que vivían en Madrid pero venían a pasar en Galicia el verano, y que con sus minúsculas manos, utilizando piedrecitas de colores, jugaban a abrir caminos nuevos a través de la tierra, mientras Xaquín, que debía de tener unos tres años, los miraba absorto.

Desde entonces ha pasado algún tiempo más, sí (de hecho, el martes cumplió ochenta años). Pero me parece que, por la parte del corazón, Marín, ese artista formidable a quien tanto le debe Galicia, sigue siendo, un poco, aquel mismo niño. Un niño que intuye, en silencio, que para ir muy lejos hay que seguir soñando. Sin perder de vista, por supuesto, el horizonte.