La última estatua de Franco en Galicia: de presidir Ferrol a acabar en un contenedor

FERROL CIUDAD

Se cumplen dos decenios del destierro de la estatua ecuestre de la plaza de España
18 nov 2022 . Actualizado a las 12:57 h.Presidió orgullosa desde su pedestal la principal entrada a Ferrol durante 35 años. Su ciudad natal conservaba la última estatua existente en Galicia dedicada a Francisco Franco. Esta es la historia de cómo en dos decenios su escultura más polémica pasó de emblema a acabar escondida en un contenedor. El dictador se alzaba a caballo en el centro de la gran rotonda que articulaba el tráfico de 13.700 vehículos cada día. Hasta aquella recordada noche del 4 de julio de hace ya veinte años. Sus seis toneladas de bronce y el armazón que lo enjaulaba adelantaban el destierro al que sería condenado este símbolo del franquismo. Con él, el Gobierno local, presidido entonces por el BNG y del que también formaba parte el PSOE, se anticipaba cinco años a la llegada de la Ley de Memoria Histórica con la coartada de remodelar la plaza para crear bajo ella un aparcamiento subterráneo.
Pocos han podido olvidar aquella calurosa velada en la que Ferrol hizo historia. Arrancaba hacia las once de la noche con la llegada de los primeros testigos de aquel hito, y culminaba al día siguiente de madrugada. Tras varios aplazamientos, la fecha del traslado se había guardado con sigilo y los ciudadanos no la conocieron hasta 24 horas antes.

Ferrol se convirtió en foco de la atención mediática de toda España. Y no defraudó. Fue, también, esa noche, una ciudad de contrastes. Hubo sonrisas y lágrimas: el júbilo de quienes llevaban años esperando que el dictador abandonase la antesala de Ferrol y la tristeza de algún nostálgico que defendía la inocuidad de que Franco siguiese, simbólicamente, galopando por la ciudad. Corrió el champán, se lanzaron fuegos de artificio y la música despidió el que, a la postre, sería su penúltimo viaje.
Si los ferrolanos no han olvidado esta página de su historia, más vívido es el recuerdo que guarda el entonces alcalde. El nacionalista Xaime Bello prefiere no valorar en este momento cómo recuerda aquella efeméride, pero hace cinco años reconocía a La Voz: «Foi un símbolo, como romper co pasado e abrir unha xanela e a propia cidade. A estatua do ditador era como un muro». Que figuradamente, cayó.
Ocho años más a la vista
Cuatro cintas rodeaban la barriga del caballo cuando una grúa izó armazón y escultura, doce toneladas de peso que fueron depositadas sobre un camión góndola. El recorrido de 400 metros se completó en media hora, de la plaza de España al Arsenal Militar, pasando por los entonces astilleros de Izar —hoy Navantia—, para dejar instalada la escultura en el patio del centro cultural Herrerías, junto al Museo Naval y Exponav. Y allí, en suelo militar, permaneció a la vista pública, bajo el objetivo de visitantes y turistas durante casi ocho años.

En el 2007 llegó la ley que contemplaba, entre otras medidas, la obligación de retirar del ámbito público la simbología franquista. Y para darle cumplimiento el 18 de marzo del 2010 la estatua ecuestre emprendió su última galopada hacia una gran caja de chapa donde acabó confinada. El bronce no se fundió, como pedía la entonces portavoz de IU y hoy vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, que proponía reciclar el material para levantar un monumento a las víctimas de la dictadura.
La obra encargada en los años sesenta a Federico Coullat-Varela fue trasladada a las dependencias de las instalaciones de repuestos de la Armada, de acceso restringido. La escultura y su armazón fueron recubiertas con una lona hecha a medida, que no evitó que en algún momento quedasen al descubierto los cuartos traseros del equino. Y por eso, en el 2017 fue recubierta por paneles metálicos verdes tras los que continúa oculta a la vista desde entonces.
La plaza de España no volvió a ser la misma. Cuatro gobiernos, diez años de obras y unos veinte millones de euros después, la superficie es peatonal. El tráfico discurre ahora bajo tierra por un túnel de incomprensible pendiente junto a un infrautilizado párking subterráneo de 638 plazas.
Y el gran hueco en el que nunca se llegó a construir el proyectado centro deportivo y de ocio, con piscina, solo recibe la esporádica visita de los bomberos cuando periódicamente se inunda por las lluvias.