Estábamos equivocados, la niña prodigio era la otra hermana

FUGAS

ERIC GAILLARD

Creció a la sombra de Dakota, la niña que junto a Tom Cruise luchaba contra los marcianos en «La guerra de los mundos». Se llevan solo cuatro años, pero hoy las separa todo un abismo: el buen criterio de la segunda para escoger papeles

30 dic 2018 . Actualizado a las 09:09 h.

Había otra Fanning más, pero aquella niñita de chillidos insoportables y ojos saltones, casi turquesas, que a las órdenes de Steven Spielberg se enfrentó magistralmente hace trece años a un aterrador alienígena enterrado bajo la corteza terrestre en La guerra de los mundos no nos dejó ver el resto del bosque; no, al menos, el otro árbol que, con sus mismas raíces, crecía enérgico y en silencio a su vera. Había otra Fanning más que no era Dakota -que luego fue Jane Vulturi en la saga Crepúsculo, enjuta vampiresa aficionada a la tortura-, pero no reparamos en ella hasta un poco más tarde, ya madura, sin ínfula alguna de niña prodigio. La vimos crecer, sin embargo, a través de sus películas y resulta que, al final, era ella la más carismática de las dos hermanas. Las separan cuatro años de edad y todo un abismo: el inteligente criterio de la pequeña para escoger mejores papeles en los que implicarse.

La primera vez que Elle se puso ante una cámara, con solo 18 meses, fue para salvar una secuencia del personaje al que interpretaba Dakota en Yo soy Sam con cuatro años menos. Luego, tras de nuevo desdoblar a su hermana en un versión más joven en la miniserie Taken, fue la hija de Jeff Bridges y de Kim Basinger en Una mujer difícil, la de Joaquin Phoenix y Jennifer Connelly en Reservation Road, y la de Brad Pitt y Cate Blanchett en Babel, con quienes repitió en El curioso caso de Benjamin Button, en la etapa más joven de Daisy Fuller.

Fue entonces cuando conoció a Sofía Coppola, quien más tarde la elevaría a musa: en el 2010 la moldeó para ser Cleo en Somewhere, hija de un actor en horas bajas (Stephen Dorff) estancado vital y emocionalmente, y el año pasado la convirtió en la egocéntrica Alicia en su particular adaptación de La seducción. Trabajó también Elle a las órdenes de Coppola padre en Twixt, un descarado largometraje de terror que el célebre director escribió inspirado por un sueño. Después vinieron Super 8, de J.J. Abrams, y Maléfica, de Disney, su consagración en el cine comercial que la menor de las Fanning protagonizó junto a Angelina Jolie. No le abrumaron, sin embargo, los focos ni el sonido metálico de la recaudación y comenzó a frecuentar un cine menos artificioso, como Trumbo -donde trabajó junto a Bryan Cranston-, El demonio neón de Nicolas Widing Refn o Galveston, recién estrenada, basada en una perturbadora novela del creador de True Detective Nic Pizzolatto. En su agenda, el próximo y polémico trabajo de Woody Allen -incluirá relaciones sexuales entre un adulto y una niña de 15 años- donde compartirá set de rodaje con Jude Law y Selena Gómez.

A pesar de su temprano debut y de su fértil itinerario, Elle Fanning no se cansa de insistir en que es «una persona normal» que se dedica a hacer películas cuando tiene tiempo libre. Lo cierto es que no dice toda la verdad: tan poco tiene de corriente como de actriz precoz al uso. Rubísima, sobria y de piel casi transparente, lleva en su ADN un excepcional talento que comenzó a ejercitar junto a su hermana tiempo atrás y del que luego tomó responsablemente las riendas. Siempre quisieron ser artistas, siempre se mantuvieron unidas; ni rastro de celos ni rivalidad en el seno familiar. Elle no ha perdido nunca de vista lo importante que Dakota ha sido en su carrera, el camino despejado. Hacia ella mira, es su primer ídolo; luego Marilyn Monroe. Las aparatosas funciones que juntas improvisaban de niñas fueron las que acabaron de convencer a sus padres -instalados cómodamente en Conyers, Georgia- de que era inútil posponer la mudanza a Hollywood, tierra próspera pero también hostil, sembrada de minas. Elle supo mantenerse muy lúcida: no tuitea, prefiere no verse en las entrevistas de televisión y no acaba de entender por qué los paparazzis la persiguen hasta sus clases de boxeo, donde lleva más de un año desarrollando un potente gancho de izquierda. Porque ahí donde la ven, compensa su dulzura con un genio de mil demonios, y habla así, como una anciana prematura, herencia del tiempo que durante su infancia pasó pegada a las faldas de su abuela, su gran viga emocional, acompañante en todos sus rodajes. Sobre el futuro, solo tiene una cosa clara: quiere dirigir. Si algo le gustaría es crear una visión de algo y explorarla a través de otro actor. Se intuyen buenos tiempos para el cine.