El «doctor Zhivago» gallego que terminó en el gulag

FUGAS

CEDIDA

Luiza Iordache recupera la historia de Julián Fuster, médico de guerra y luchador antifranquista que pasó siete años en un campo de trabajo

11 sep 2020 . Actualizado a las 12:43 h.

La politóloga e historiadora Luiza Iordache Cârstea (Târgoviste, Rumanía, 1981) es probablemente la persona que mejor conoce las vicisitudes del exilio republicano en la Unión Soviética y la represión contra los grupos de españoles allí acogidos después de la Guerra Civil. Tras publicar la exhaustiva En el Gulag. Españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin (RBA, 2014), esta profesora del departamento de Historia Contemporánea de la UNED, actualmente afincada en Galicia, acaba de editar Cartas desde el Gulag, donde repasa la vida de Julián Fuster Ribó. Uno de los 345 españoles que pasaron por la «trituradora de carne», como lo denominaban los propios prisioneros, y que permaneció siete años recluido en el campo de Kengir, en Kazajistán, donde viviría la mayor revuelta (700 muertos) del sistema carcelario soviético, aplastada por los tanques. El Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn lo cita en su obra Archipiélago Gulag, lo que da una idea de la popularidad de este cirujano que, como el doctor Zhivago de Pasternak, transitó desde la simpatía por la causa obrera y la lucha activa contra el fascismo al desencanto ante la realidad del comunismo y las represalias que sufrió en carne propia.

Julián Fuster en el tren hospital durante la Guerra Civil española
Julián Fuster en el tren hospital durante la Guerra Civil española Archivo Rafael Fuster

Nacido en Vigo en 1911, Julián Fuster era hijo de un militar catalán y pasó su juventud en Barcelona, donde se licenció en Medicina en 1935. Militante del Partido Comunista, no dudó en incorporarse a las filas republicanas tras la sublevación del 18 de julio de 1936. Fue jefe de Sanidad del XVIII Cuerpo del Ejército y llegó a ser herido por metralla, además de perder a un hermano que fue fusilado al inicio del conflicto. Ante el avance de las tropas franquistas, a principios de 1939 cruzó la frontera francesa iniciando así una odisea que se prolongaría durante dos décadas.

Fuster fue internado en el campo de Saint Cyprien, en el departamento de los Pirineos Orientales, donde participó en la organización de los servicios médicos y afrontó las enfermedades habituales de aquellas instalaciones: infecciones pulmonares, fiebre tifoidea, disentería, colitis severa, avitaminosis, paludismo y sarna. Tras un enfrentamiento con el jefe médico fue transferido a otro campo en Collioure, donde los presos eran objeto de vejaciones como vaciar letrinas, hacer gimnasia desnudos y cargar bloques de piedra. «De aquella fortaleza desapareció gente por la noche, diciéndonos al día siguiente que se escaparon», recordaría posteriormente.

El doctor Fuster en la sala de operaciones de Kengir, aproximadamente en 1954
El doctor Fuster en la sala de operaciones de Kengir, aproximadamente en 1954 Archivo Rafael Fuster

Gracias a sus contactos en el PCE fue seleccionado para viajar a la Unión Soviética junto a otros emigrantes que se habían significado por su admiración hacia el país socialista. En mayo de 1939 llegaba a Leningrado junto a su familia -tenía esposa y tres hijas de corta edad-, y al mismo tiempo su padre y su madre se exiliaban en México. «Su formación académica y los años de práctica en los frentes de la guerra en España colocaron a Fuster en una posición privilegiada y le dieron la oportunidad de ejercer la medicina y especializarse en cirugía», explica Luiza Iordache. Trabajó en el sanatorio de Agudzeri, cerca del mar Negro, y en junio de 1941, cuando las tropas de Hitler invadieron la URSS, sintió que era una nueva oportunidad de combatir al fascismo y se incorporó a las filas del Ejército Rojo. Fue jefe de cirugía del Hospital de Evacuación 1647 de Uliánovsk, que durante la batalla de Stalingrado ejerció como hospital de campaña, por lo que Fuster apenas salía de la sala de operaciones. La guerra le supuso separarse de su esposa y perder a sus dos hijas pequeñas, que murieron de tuberculosis. En 1943 se trasladó a Moscú y entró en el prestigioso Instituto Burdenko de Neurocirugía.

Ya en aquella época Fuster había pasado el tiempo suficiente en la URSS para darse cuenta de que el paraíso del proletariado escondía «un régimen dictatorial cuyo sistema político, económico y social iba en contra de todo lo que había defendido, que podría resumirse en que la libertad de los individuos debía estar por encima de cualquier dogma o ideario», relata Iordache. Su petición de un visado para viajar a México -lo que equivalía a repudiar a la URSS- y el intento de fuga de dos exiliados amigos suyos, críticos como él, escondidos en baúles diplomáticos argentinos, acabó con todos en Lubianka, el cuartel de la antigua KGB y centro de torturas; y de allí a purgar sus condenas tras las alambradas del gulag. La cúpula de PCE en Rusia, encabezada por Dolores Ibárruri, la Pasionaria, no movió un dedo a su favor.

A Fuster le tocó Kengir, en Karagandá (Kazajistán). Durante siete años fue un número, uno de los 18 millones de personas esclavizadas en la telaraña de campos de trabajos forzados. De nuevo su valía se impuso y ejerció como médico, siendo testigo de la carnicería de la rebelión de 1954: «Lo hizo desde un quirófano, salvando vidas y curando heridas, hasta que se desmayó», cuenta la historiadora. Un año después fue liberado y en 1959 pudo salir del país, yendo a reunirse con su familia en Cuba. Otro país comunista del que Fuster no tardó en renegar, volviendo a España.

Cartas desde el Gulag, como todas las obras de Luiza Iordache, es un riguroso trabajo de documentación y bibliografía, aunque pueda leerse como una novela en la que la realidad siempre supera a la ficción. La autora buceó durante años en archivos, memorias, tesis doctorales, exposiciones, documentales y otras obras de referencia para contribuir a seguir arrojando luz sobre uno de los periodos más oscuros en la historia del siglo XX.

El libro contiene varios anexos, como una carta remitida por Julián Fuster a Nikita Jruschov, primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964, y otro escrito del propio médico gallego donde resume su experiencia en el gulag, titulado Testimonio del «paraíso comunista». Yo ya estoy de vuelta, además de una nota de Rafael Fuster Ruíz sobre su padre. Un índice onomástico y una guía de siglas y abreviaturas que explican los términos y las instituciones rusas completan el volumen, prologado por la catedrática de Historia Contemporánea de la UNED Alicia Alted Vigil.

«CARTAS DESDE EL GULAG»

Autora LUIZA IORDACHE

Editorial ALIANZA

Páginas 260

Precio 17 euros