Raül Refree: «Lo que he vivido en Galicia no lo he visto en ningún otro lugar»

FUGAS

ROCIO CIBES

El músico y productor realizó una inmersión en la música tradicional gallega, a partir de la cual creará su particular «retrato sonoro»

26 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay en sus pequeños ojos, vívidos y serenos a un tiempo, el reflejo de una inquietud perenne. Apurando un café que él mismo prepara de modo artesano y sentado junto a un par de dornas varadas en El Náutico de San Vicente, nadie diría que aquel tipo ensimismado y con cierto aire de feliz despiste es el artífice de varios de los mejores discos españoles de la última década (Rosalía, Rodrigo Cuevas, Silvia Pérez Cruz, La M.O.D.A., Amaia, El Niño de Elche...).

Raül Refree (Barcelona, 1976) ha vivido una intensa semana en Galicia. De la mano de Aitana Cuétara (Luneda Producións) ha tenido ocasión de realizar una inmersión in situ y de viva voz en la tradición musical gallega, al objeto de conocerla en profundidad y estudiar sus posibilidades creativas. También ha mantenido encuentros activos con los protagonistas de algunos de sus proyectos referenciales: Faia, Xurxo Fernandes, Pan Sen Fron, Quique Peón, Antía Ameixeiras, Bouba, Pedro Lamas o Tanxugueiras.

Fue precisamente en un impás de su entusiasta y fértil confluencia con estas últimas cuando aprovechamos para charlar con él en torno a este proyecto y a las sensaciones que ha ido recogiendo.

—Para alguien que recibe tantas propuestas y que tiene tal cantidad de frentes abiertos, ¿qué es lo que tanto le sedujo de este proyecto como para involucrarse en él?

—El propio descubrimiento de la música tradicional gallega. Yo no era consciente del sustrato tan potente que tiene ni de cómo de viva está la tradición en Galicia. Y hubo otra cosa que me interesó mucho. Y es que si bien es cierto que ha habido mucha mirada atrás, mucha grabación de campo, y me parece imprescindible que así sea, este proyecto parte del momento actual y mira hacia adelante.

—¿Llegó con alguna premisa concreta o en modo esponja?

—Llegué abierto a escuchar y me he encontrado con una receptividad brutal. Pero también en algún caso con la pregunta de «pero, ¿a qué vienes?, ¿qué quieres hacer?». Y la gente se sorprendía mucho cuando les decía «es que no lo sé». Yo no estoy aquí para apropiarme de nada sino para aprender. Y, después, ver si puedo hacer un retrato sonoro de todo lo que he vivido y oído estos días. Un retrato que puede ser muy exacto o muy abstracto. Ya veremos. Ese es el objetivo de este encuentro.

—¿Y qué ha aprendido?

—Muchas cosas. He corroborado que la potencia de la tradición en Galicia es espectacular. Esto no lo he visto en ningún otro lugar. Y además, que está muy viva, que implica a mucha gente joven y que ha habido muchísimo trabajo extrainstitucional. Hay muchísimo archivo. Mucho más del que yo podía esperar. No sabía que había habido tanta gente explorando y recopilando.

—¿Qué viene a aportar Raül Refree a todo ese acervo?

—No tengo otra intención que digerir toda esta información y poder hacer algo que, a lo mejor, habrá quien después diga que no es tradicional. Pero es que no tengo intención ni de que sea tradicional ni de que sea ninguna otra cosa. Mi única intención es dar mi propia lectura a lo que con tanta intensidad estoy viviendo estos días.

—Es buen conocedor de las músicas tradicionales catalana, asturiana, del fado, del flamenco... ¿Qué singularidades advierte en la música gallega de raíz?

—Me parece que tiene como un cañón de energía superdireccional. Hay algo en ella muy expansivo, como que se puede llevar por delante todo lo demás. Y eso no lo he vivido en ningún otro lugar. El fado es muy bonito pero es muy hacia adentro, como lo es la música catalana e incluso también el flamenco. De Galicia me gusta mucho que todo es a tope. Escuchas a Tanxugueiras cantar y es como si no hubiera mañana. Eso me parece flipante porque es una manera de entender la música que a mí me interesa mucho.

—Confesaba Ariel Rot que lo más fascinante que descubrió grabando «Un país para escucharlo» tuvo casi siempre que ver con las músicas de raíz.

—A ver, vivimos en un mundo demasiado globalizado. Tú viajas por ahí y, al final, en todas las ciudades ves las mismas tiendas y escuchas las mismas músicas. Y, de golpe, te giras hacia lo local, hacia algo que se hace incluso sin ninguna intención de trascender, y te renueva por completo la energía. No me gusta mucho esa idea de «la verdad» porque es muy equívoca, pero sí que me gusta esa sensación de que está hecha en el momento y de que te agarra por dentro.

—¿Es hoy en día la música más radical?

—Para mí, desde luego. Es muy, muy radical escuchar lo que he escuchado estos días en Galicia. Con esos timbres imposibles.... Pero es que estoy cansado de oír los mismos timbres en todos lados.

—¿Le preocupa lo que vaya a decir la ortodoxia?

—No, me preocupó en un momento concreto. Me pasó con el primer disco que le produje a Rocío Márquez, El niño. Recuerdo que a cada cosa que hacía, ella me advertía «uy, esto a los puristas...». Y, de repente cuando salió el disco lo viví en primera persona y vi el revuelo que generó. Y aún se amplificó más cuando hice Los Ángeles, con Rosalía. Hubo un momento en el que pensé que incluso podía llegar a lo físico. Me llegaban mensajes del tipo «no sabes donde te has metido». Así que dejé leer los comentarios y me desconecté por completo. Pero es cierto que desde entonces me siento como más respetado. Supongo que los puristas me ven como a un marciano pero no siento su animadversión, como sí la sentí antes. En cualquier caso, yo siempre reconozco que para que una música sobreviva tiene que haber la gente que cuide un momento concreto de la historia y como se hacían las cosas en esa geografía. Y debe haber también la gente que tense la cuerda y lleve esa música hacia otros lares. Eso es lo que provoca que un género esté vivo y que sobreviva al paso del tiempo.

—El gran reto pendiente de la música tradicional es conectar con las nuevas generaciones. ¿Cómo se podría, si no atraparlos, sí por lo menos interesarlos?

—Es cierto que tenemos que llegar a la gente joven. Tenemos que interesarlos o por lo menos destruirles los complejos que les impiden acercarse a estas músicas. No podemos dejar que se desconecten porque entonces el género no va a sobrevivir. Es por ello que casos como lo que me pasó con Rosalía, el de Rodrigo Cuevas o lo que está pasando en Galicia con Tanxugueiras, que sí que consiguen conectar con el público joven, son la mejor garantía de supervivencia. Tenemos que buscar rendijas para colarnos porque, al final, cuando consigues que esta música les llegue, a muchos lo atrapa.

—Hay mucha gente que se está colando por esas rendijas gracias a Refree. El hecho de que usted figure en un proyecto hace que mucha gente se interese por él, independientemente del género.

—Sí, lo sé. Con los años voy siendo consciente de que hay muchas razones por las cuales un artista me puede venir a buscar. Una, espero y creo, que es porque musicalmente quiere llegar a algún lado, al que ni siquiera imagina que pueda llegar. Porque yo siempre trabajo buscando zonas que no son las de confort de los artistas. Pero luego, como dices, reconozco que también es verdad que puedo ser un reclamo. Yo sé que hay un público que va a escuchar a un determinado artista solo por el hecho de que lo haya producido yo. Pues mira, eso también es un valor.

—¿Cómo se toman los artistas que les saque de su zona de confort?

—Yo juego con la ventaja de que, con los años, y esto ha sido una regla de oro para mí, solo me involucro en proyectos, uno, que me gustan y, dos, que el artista tenga muchas ganas de trabajar conmigo. Cuando es el mánager o la discográfica quien viene a pedirme que trabaje con tal artista, intento no hacerlo porque sé que no va a funcionar. Tampoco yo he propuesto nunca a un artista hacer algo. Porque también sé que seguramente no funcionaría. De este otro modo, ya vienen con la predisposición. Lo cual, no te engañaré, también es una carga de responsabilidad, porque a veces llegan y lo primero que te dicen es «bueno Raül, ¿qué se te ocurre?». Y no siempre tienes respuesta.

En cualquier caso, y desde el punto de vista creativo, las discusiones son buenas. La relación entre productor y artista tiene que ser intensa. Tiene que existir cierta confrontación. Pero aun así, no recuerdo ninguna de esas de llegar a decir no quiero volver a trabajar con este artista. Ni al revés.

—Ha indagado y explorado en buena parte de las músicas peninsulares. ¿Se ha sentido un intruso alguna vez?

—No. Mira, recuerdo, ya de niño, las broncas que recibía cuando estudiaba clásica. A mí me ponían la partitura delante y no la interpretaba tal cual porque es que me salían otras ideas y ya construía otra cosa. Y al final, con los años, he entendido que eso ni es bueno ni malo, que es lo que soy yo. Y lo que era un defecto o una deformación personal se ha convertido en una virtud. Nunca he tenido miedo a meterme en ningún territorio por muy desconocido que fuera. Porque tampoco nunca he tenido miedo a equivocarme. Es cierto que he grabado con gente de estilos y procedencias muy dispares. Y mientras que la gente veía ese tipo de oportunidades que a mí se me ofrecían casi como un precipicio, para mí eran un paso más que me enseñaba a dar el siguiente. Yo no habría podido hacer el disco de Rodrigo Cuevas si no hubiera hecho el de Niño de Elche. Ni ese si no hubiera trabajado antes con Rosalía... Yo he ido aprendiendo de cada artista y de cada disco.

—¿Es consciente de que ha supuesto un punto de inflexión en la carrera de todos los artistas con los que ha trabajado?

—Eso está bien que me lo digas tú (se ríe). Yo, efectivamente, valoro mucho cuando veo que a artistas con los que he trabajado, cuando les preguntan por un disco importante de su carrera, casi siempre resaltan el que hicimos juntos. Eso me enorgullece un montón, claro. Pienso «qué bien que tengan este recuerdo». No ya solo a nivel personal sino a nivel de la obra.

—¿Habrá algún artista gallego para el que también suponga algún día ese punto de inflexión?

—Siempre he pensado que Josele Santiago era un poco gallego (se ríe).

—Sí, pasó aquí largas temporadas. Pero no es a él a quien me refiero.

—Pues en este momento no lo sé. No sé qué puede salir de la digestión de todo esto que me estáis enseñando. Me gustaría hacer algo que fuese un poco coral. Una obra en la que nadie estuviese en su zona de confort, en la que estemos todos en un lugar especial. Llego a las noches al hotel con la cabeza a tope y a nivel sonoro me imagino cosas. Cosas que rompen rítmicamente. Imagino texturas... Me lo imagino todo un poco extremo, la verdad, no sé por qué.

—Quizá porque la música tradicional gallega también es extrema.

—Es cierto. A mí me parece extrema ya sin tocarla. Y de ahí me surgen también dudas. Pienso «qué voy a sumar yo aquí si esto ya mola de por sí». Pero, por otra parte, es que se puede tocar de tantas maneras... No sé. Todo esto que estoy viviendo me va a dar para pensar mucho.