
Cuando Hamlet, príncipe de Dinamarca, recorre enfrascado en la lectura la galería del Palacio de Elsinor, y su chambelán Polonio le pregunta: «¿Qué estás leyendo, señor?», Hamlet le responde: «Palabras, palabras, palabras?».
07 ago 2021 . Actualizado a las 21:55 h.El magnífico libro que ha escrito Darío Villanueva no solo es, como todos, un conjunto ordenado de palabras. Es mucho más, pues en él son las propias palabras el centro de la obra. Nadie mejor, en consecuencia, para reflexionar sobre el uso perverso del lenguaje que quien, además de un muy destacado catedrático de Teoría de la Literatura, es miembro desde hace años de la Real Academia Española y fue también su director.
Morderse la lengua constituye en primer lugar un análisis de impresionante erudición sobre los dos temas de que trata, que son uno en realidad, porque, escribe el profesor compostelano, «tanto el asunto de la corrección política como el de la posverdad tienen que ver fundamentalmente con el uso de esa facultad privativa humana que es el lenguaje». Pero Morderse la lengua es, también, algo que creo aún más esencial: una crítica brillante y mordaz, realmente demoledora -tanto más por cuanto que basada siempre en datos de extraordinaria solidez-, sobre la utilización de las palabras como arma de censura y manipulación, como un «gas venenoso», por decirlo con la calificación de Doris Lessing, que recoge Villanueva. Su posición, que recorre de punta a cabo todo el libro, es de una meridiana claridad, tan de agradecer en estos tiempos en que la corrección política ha generado sus propios anticuerpos para defenderse de quienes querrían criticar su finalidad inquisitorial pero no tienen la valentía para hacerlo: «Estamos ante una forma posmoderna de censura que, al menos inicialmente no tiene su origen, como era habitual, en el Estado, el Partido o la Iglesia, sino que emana de una fuerza líquida o gaseosa, hasta cierto punto indefinida, relacionada con la sociedad civil. Pero no por ello menos eficaz, destructiva y temible».
Ahí reside, en gran medida, su eficacia y su peligro, como el de las temibles posverdades de los que, dirigiéndose a la emociones y las creencias personales, a ese sentimentalismo tóxico sobre el que Theodore Dalrymple ha escrito un libro también indispensable, acaban concluyendo que en realidad la verdad, contrastable, sustantiva e indudable, no existe, sino que existen «en todo caso las verdades, en plural» que no son más que «constructos sociales» y, por lo tanto, «variables según el criterio de las comunidades, los grupos o incluso los individuos». Es desde el profundo coraje de quien no está dispuesto a morderse la lengua para dar gusto a censores y farsantes desde el que Darío Villanueva aborda sin concesiones las políticas de la cancelación, la feminización lingüística, las industrias de la mentira, el papel que deben cumplir las Academias de la Lengua y un montón de cosas más, sin olvidar, por supuesto, un exhaustivo recorrido por los dislates de los nuevos popes de la terrible neocensura con la que hoy nos vemos obligados a vivir. Por ejemplo, los de la denominada Unidad y Conciliación de la Universidad de Granada, que propuso en el 2017 un calendario de nombres feminizados por el arte de ¡hale hop!: enera, febrera, marza, abrila… ¡Inenarrable!
Si usted quiere entender mejor a qué estamos enfrentándonos en el terreno de la corrección política y la posverdad, lea este libro. Si quiere disfrutar de una prosa excelente, lea este libro. Y si quiere divertirse con el finísimo sentido del humor del autor de Morderse la lengua, ahí tiene usted el libro que puede llevarse para disfrutar durante las vacaciones que están a punto de empezar. Le aseguro que no se arrepentirá.