Andrés Neuman, autor de «Umbilical»: «Mi madre me educó desde la ausencia»

FUGAS

Rafa Martín

El escritor argentino, Premio Alfaguara 2009, acaba de publicar «Umbilical», un relato introspectivo sobre su paternidad

11 jun 2022 . Actualizado a las 11:15 h.

La paternidad, la masculinidad, el cambio y la redefinición de los roles de género son algunos de los temas sobre los que reflexiona Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) en Umbilical, un relato íntimo en el que el premio Alfaguara 2009 narra cómo vivió la llegada de su hijo Telmo. Un texto conmovedor en el que el escritor describe todas las emociones que lo inundaron desde que supo que estaba en el interior de su pareja, y empezó a gestar ese cordón umbilical «que no es fisiológico», y que le permitió sentir, cuando nació, que «eran dos viejos conocidos que acababan de verse». «Tenía que ver con una parte instintiva —señala—, pero también con toda la narrativa de los nueve meses».

 ­—«Umbilical», ¿el libro que todo hijo querría tener de su padre?

—Ojalá, no me atrevo a hablar de mi hijo porque ese es parte del problema, me daría pudor decir sí, pero te diría que a mí me hubiera encantado que mi madre o mi padre me hubieran arrimado un cuadernito con experiencias, anécdotas, y vínculos de esa parte de mi memoria, de nuestra memoria, que está irremediablemente en blanco, y este también es uno de los misterios del asunto. Es misteriosísimo que donde se da la base de nuestro inconsciente, de nuestras emociones, esté tan en la oscuridad.

­—¿Sentías la necesidad de poner luz?

—Es una zona poco narrada literariamente y, sin embargo, siento que es una de las que más necesitamos, ya no solo porque lo desconozcamos en términos de relación con nuestros hijos, sino que es una zona de nuestra memoria que desconocemos con respecto a nosotros mismos. Una de las razones que tuve para escribir este libro era la esperanza de la conversación futura, que supiera cuánta emoción y cuánta revolución íntima generó su aparición para su madre y para mí también, porque toda escritura es hija a su vez de la mortalidad. Yo no sé cuánto estaré aquí, espero que mucho, pero por si no tengo ocasión de contárselo personalmente, me conmovía la posibilidad de dejarle este texto.

­—Es un ejercicio de introspección profunda para que quede por escrito todo lo que ha generado en ti la paternidad, momentos únicos y de los que, sin embargo, con el tiempo vamos perdiendo detalles.

—Claro, esa cuestión me preocupaba mucho. Como he sido un padre relativamente tardío para la tradición, para mi generación no tanto, muchos padres ya me habían contado que, a pesar de la intensidad, aparentemente indeleble que tiene la experiencia de los primeros compases de la vida, a la vez es tan extenuante y tan demandante, que eso que te parece inolvidable se va emborronando. Y pensé: «Si no lo escribo aquí y ahora como pueda, aunque sea medio dormido y abrumado por las circunstancias...». Me daba pena que se perdieran los detalles. Había algo del «ahora o nunca» que me resultaba muy estimulante. El libro tiene distintas facetas: primero, hacerle un pequeño regalo a mi hijo; segundo, más allá de si tenemos hijos o no, me interesa el misterio de nuestra especie, por qué no recordamos el momento en el que se ponen los cimientos; y por último, pensar las masculinidades y paternidades de otra manera, desde otros lugares. Es decir, qué cambios desatan o podrían desatar en nuestra situación como hombres y padres todas las transformaciones necesarias que el feminismo está generando.

­—¿Están apartados los padres de la gestación?

—Hay una frase hecha que se emplea mucho, que es muy delatora, a mí me suena inconfundiblemente masculina, que es la de «llegar al mundo» como sinónimo de nacer. Hablo de lo equívoca que me parece, porque a mí el proceso de gestación todo el tiempo me generaba la sensación contraria, que la criatura ya estaba en el mundo, dentro de la madre, no estaba a la intemperie, pero estaba en el mundo sin ninguna duda.

­—¿Tú ya lo sentías antes de nacer?

—Desde la primera ecografía, desde los primeros movimientos, desde que el feto puede escuchar y reconocer voces, algo que me parece maravilloso, que alguien que no ha nacido y a quien no ves, te pueda escuchar, le puedas cantar, tener una relación musical, yo que vengo de una familia de músicos... Todo eso me parecía una oportunidad para emocionarse, pero también para ir creando poco a poco ese otro cordón umbilical, que no es fisiológico, pero que te permite que cuando el bebé nazca, tú ya hayas estado dialogando de distintas maneras con esa paternidad en ciernes, y no te pille desprevenido.

­—A veces ocurre.

—Sí, y creo que es uno de los problemas. Las lagunas que tenemos en nuestra educación de género como padres los hombres tienen que ver con esa naturaleza repentina con la cual te conviertes en padre. La mujer pone el cuerpo, y como el hombre no, parece que podemos estar al margen del proceso, pero si te dejas afectar por él, yo por lo menos sentí que me ocurrían todo tipo de cosas en el acompañamiento, y esto hizo que cuando nació mi hijo, de algún modo sintiera que ya nos conocíamos. Me tocó hacer el primer piel con piel por el tipo de parto difícil que vivimos, una cesárea de emergencia, y sentía que éramos dos viejos conocidos que acababan de verse. Había una parte instintiva, seguro, pero también tenía que ver con toda la narrativa de los nueve meses.

­—No es habitual que los hombres expresen así sus emociones. ¿Habría que redefinir cómo venimos haciendo las cosas hasta ahora?

—Creo que cada vez hay más hombres que viven sus emociones, en general, y su paternidad, en concreto, de otra manera. Cada vez hay más padres con carritos, converso con familias amigas e incluso conozco casos de inversión en el rol tradicional. No digo que sea mayoritario ni que hayamos alcanzado la paridad, lo que digo es que los paradigmas de nuestras experiencias han experimentado unos ciertos cambios significativos, y sin embargo, lo que contamos acerca de esas experiencias lleva aún más retraso. No tenemos un obstáculo, sino dos. Uno es nuestra educación de género, de familia, de pareja, pero hay otro que es consecuencia, que es nuestra capacidad para imaginar, narrar y representar esas relaciones. Pienso que en esto, estamos en pañales.

­—¿Amamos como nos amaron?

—No hay otra pregunta más fácil [risas]. Es la pregunta. Yo diría que nuestra forma de amar está fuerte y fatalmente condicionada por la manera en que nos amaron. Creo que toda maternidad y paternidad se configura de la antología de lo mejor y lo peor que has recibido, de los regalos que te hicieron y de las lagunas frente a las cuales tuviste que reaccionar, creo que esto es universal.

­—¿A ti te ha marcado cómo te han querido?

—¿Y a quién no?

­—¿Has tenido unos padres presentes o ausentes?

—Yo tuve una crianza rara en el sentido de que mis padres estuvieron poco tiempo en casa. Mi madre trabajaba tanto o más que mi padre. Tenía una profesión muy exigente, de la que además se vive de una forma muy precaria. Era violinista, así que mis cuidadores eran más otras personas. A la vez que me dieron poco tiempo, pero de calidad, sentí que el hecho de que mi madre trabajase y no se dedicase solamente a mí y a mi hermano, que por supuesto nos crio y nos amó, que cuando no estuviera en casa fuese para seguir su vocación y realizarse profesionalmente, fue una segunda manera de educarnos. Condicionó nuestra relación con las mujeres y nuestra idea de qué esperar de una mujer. Al fin y al cabo, si mi madre hubiese estado más en casa, nos hubiera transmitido una cierta frustración por no poder dedicarse a la vocación que ella tenía, habríamos tenido más cantidad y menos calidad. Mi madre, de algún modo, me educó desde la ausencia.

­—¿Te has cuestionado muchas cosas con la paternidad?

—Sí, las experiencias de la maternidad y paternidad parecen atravesadas por mandatos, teorías, consejos, recomendaciones, jerarquías morales, y el problema es que cuando te sumerges en la experiencia te han dicho demasiadas cosas, y esperas de ti mismo demasiadas cosas. Tengo más interés en las teorías que son fruto de la práctica que en las que te quieren condicionar a priori. En este sentido, intenté afrontar la paternidad en la medida de mis posibilidad es sin demasiados a prioris.

­—¿Te ha cambiado?

—¿Transformaciones? Muchas, incontables. En el libro cuento varias. Se me ocurre ahora mismo el aprendizaje de poner el cuerpo en ciertas instancias de la vida en las que los hombres estamos menos entrenados, menos educados, no solo por la biología misma, sino por nuestra condición de género. Por ejemplo, todo lo que tiene que ver con lo escatológico. Hay muchas excepciones, pero en general en la educación masculina la escatología solo es placentera si tiene un móvil sexual. Con el bebé aprendes que hay otra forma, que es puramente amorosa. Cambiarle el pañal, que te vomite..., todas estas cuestiones que podrían causarte una cierta aprensión, yo mismo era muy aprensivo, y el bebé te sumerge de la manera más dulce y brutal en la vida escatológica del amor. Tiene que ver con un punto sin retorno, «si consigo amar con las manos llenas de mierda, entonces ese amor es irrenunciable». Este amor que las madres y mujeres conocen muy bien, mucho mejor y mucho antes, y los hombres vamos aprendiendo a tropiezos, con torpeza, a sentir y a gestionar.

­—¿Entiendes a los padres que quieren gestar a sus propios hijos?

—Primero, no soy quién para juzgar a nadie, siento una total ausencia de derecho; por otra parte, en términos de la evolución de los paradigmas, me parece que era inevitable que estas cuestiones se plantearan y sucedieran. Es decir, es una consecuencia radical del cuestionamiento de los roles, entonces, sorprendernos demasiado ante esto me parece una ingenuidad. Y en tercer lugar, como escritor, que es el único lugar en el que verdaderamente me siento cómodo, hace más de 15 años que publiqué un libro de cuentos, Alumbramientos, mucho antes del debate trans y del Me Too, que empieza con el parto de un hombre, a raíz de una noticia que reportaba el ingreso de hombres en la planta de obstetricia. Obviamente era por cuestiones de espacio, pero literalmente parecía otra cosa. Esto disparó mi imaginación e hizo que me planteara qué pasaría si ingresara un hombre parturiento.