Pamela Rodríguez: «El gallego me parece lo más 'cool'»

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Pamela Rodríguez, cantante peruana afincada en A Coruña.
Pamela Rodríguez, cantante peruana afincada en A Coruña.

La artista peruana testimonia su pasión por Galicia, donde reside desde hace tres años, en «Meigas», un cautivador disco de electrónica orgánica. «La elegancia siempre será mi debilidad», revela

14 oct 2023 . Actualizado a las 22:05 h.

«A lo largo de mi vida he vivido en muchos lugares: en Lima, en Vancouver, en Dallas, en Caracas..., pero en ninguno de ellos sentí la paz que siento aquí. A Coruña es una ciudad muy tranquila, donde hay mucho respeto por el otro», explica Pamela Rodríguez, compositora y cantante peruana que llegó a Galicia hace tres años buscando un lugar amable para criar a sus dos hijas. Ambas son de padres coruñeses. «Eso también ayudó a tomar la decisión», reconoce.

Atrás dejó una trayectoria musical en su país con varios discos y un notable reconocimiento. Tocaba de nuevo empezar de cero. Pero no era fácil hacerlo en plena pandemia. «Era la época del aislamiento. No podías quedar con nadie para grabar, así que yo salía al campo con un aparato con el cual podía hacer música con las electrofrecuencias de las plantas».

—¿Cómo se hace eso?

—La hoja de la planta y la raíz están en constante comunicación y lo que hace ese aparato es captar esos impulsos eléctricos, medirlos y convertirlos en frecuencias musicales. Todo lo que suena en Rosalía, la canción que abre el disco, está generado por plantas. Eso que escuchas, ese tu-tu-tu, tu-tu-tu, son sampleados de las plantas.

—No sé si decir qué interesante o qué friqui.

—A mí me lo de friqui me gusta. Me voy a hacer una camiseta que ponga «Soy ultrafriqui y muy feliz de serlo» (se ríe).

—Desde luego, si en alguna ocasión se puede emplear con rigor ese término tan en boga de «electrónica orgánica» es con este disco.

—Sí, Meigas es pura electrónica orgánica. Tiene muy pocos elementos acústicos. Pero si lo miras desde la perspectiva de que todo está hecho en una casa, es también un trabajo de artesanía. En cualquier caso, lo que no he hecho ha sido ninguna canción pensando en a ver qué está escuchando ahora la peña.

El fruto de ese trabajo de artesanía sonora, de romance con las máquinas y de conexión con la naturaleza es Meigas, el primer disco que Pamela Rodríguez entrega desde que vive en Galicia. Un álbum con seis canciones que transitan entre paisajes brumosos, sonoridades oscuras, ambientes cargados de erotismo, reminiscencias minimalistas y algún lejano coqueteo con la pista de baile.

—¿Cómo surgió la idea de este disco, porque, evidentemente, poco o nada tiene que ver con tus trabajos anteriores? ¿Qué querías transmitir con él?

—Estas son todas las canciones, en orden cronológico, que han brotado desde que yo puse mis pies en Galicia, ya con la intención de que fuese una tierra en la que voy a vivir mucho tiempo.

—El segundo tema del disco, «Terra das femias», lo cantas en gallego. ¿Por qué elegiste esa opción?

—Porque este disco es un homenaje a Galicia y porque quiero que mis hijas se sientan orgullosas de su raíz gallega. Y porque el gallego me parece un idioma muy bonito, con expresiones preciosas. Me maravilla escuchar a los pavos de 18 años hablando en gallego. No he visto nada más cool.

—¿Tus hijas hablan gallego?

—Sí, claro que sí. Es también una forma de rebelarme ante la homogeneización que pretenden imponernos. Quieren que solo exista una sola forma de ver las cosas. Y yo lo que creo es que hay que abrazar la riqueza del mundo. ¿Cómo no vas a abrazar entonces tus propias raíces o tu propio idioma?

—¿Están también presentes en este disco tus raíces peruanas?

—Sí, claro. Quizá no sean evidentes pero claro que están. Hay una canción, Fiesta en el bosque, que un peruano te dirá que es un festejo. Pero un argentino te puede decir que no, que es una chacarera. Y un gallego, como tiene un ritmo de 6x8, que le recuerda a una muiñeira. Hay canciones como esa en las que siento que se encuentran Galicia y mis raíces. Unas raíces que yo no abandonaré nunca.

—El placer, la manera de buscarlo, de sentirlo y de transmitirlo, es un tema recurrente en este disco. ¿Qué importancia tiene para ti la procura del placer?

—Creo que en este tiempo se ha frivolizado y se ha cancelado el placer, sobre todo el de las mujeres. Se nos ha privado mucho del placer y me parece rico que haya canciones con una profunda carga erótica, como puede ser En el espejo, que inviten a explorarlo. Ya luego cada quien que vaya a donde quiera.

—Es un erotismo que nada tiene que ver con la hipersexualización de otros géneros como el reguetón.

—No, claro que no. Es que yo no soporto la vulgaridad. Me cansa, me aburre. Y, por el contrario, la elegancia siempre será mi debilidad.

—Decías antes que no habías hecho este disco pensando en lo que se está escuchando y se nota. No es un disco de esos que entran fáciles a la primera escucha.

—Bueno, dura solo 25 minutos (se ríe). Pero no, no es un disco pop. Pero es que las cosas más difíciles acaban siendo las más gratificantes. A mí, que me den difícil. Yo quiero cosas difíciles. Que me incomoden, que me sacudan. Todo está tan evidente y tan aburrido que hay que aventurarse a crear desde otro lugar. No solo hay ese camino de Los 40. Hay muchos otros caminos para recorrer. Y, sí, tal vez estén menos asfaltados, pero yo quiero ir por caminos donde me sorprendan las pequeñas grandes cosas, no lo evidente. Lo evidente ya lo ve todo el mundo.

—Yo tengo la sensación de que podrías hacer un gran disco de pop, si quisieras.

—Hay momentos para todo, pero ahorita es el momento de la Meiga, el momento de la magia, del ritual, de lo salvaje y de decir «oye, soy una artista y no tengo por qué ir por donde está yendo todo el mundo». Esencialmente soy un alma rebelde.

—¿Este disco ha despertado a esa «fiera dormida« de la que hablas en «Chica Huracán»?

—La fiera dormida hace años que ya se despertó...

—¿Cómo es una «chica huracán»?

—La chica huracán es la que vive el placer de ser sí misma. Vive por y para el placer. Está entregada a él pero no de una manera superficial ni frívola. Es una chica que va curioseando por todo el mundo, que se mete en mil aventuras y que te invita a verlas con ella. Y que te invita, sobre todo, a que tú también despiertes a tu fiera.

—¿Le has dado carpetazo definitivo a tu etapa musical anterior?

—Conforme va pasando el tiempo, como dice Joan Didion, una va perdiendo contacto con las personas que alguna vez fue. Yo ya soy una mujer de 40 años y, como digo en Las nubes, me he vuelto más vieja, más sabia, más grande y un poco salvaje. Ya no soy una niña. No me queda nada de inocencia. Tengo mucha vida encima y no sé qué significa volver atrás. Ni en términos vitales ni musicales.

—Yo tengo la sensación de que este disco no es un destino final sino un puente hacia algún lugar. ¿Tienes alguna intuición respecto a cuál es?

—A niveles de sonoridades, estoy muy cómoda donde estoy. Todo lo que es la electrónica orgánica minimalista y la creación de atmósferas, es un territorio en el que me siento muy cómoda. Me interesa más el noise que afinar con la guitarra. Me interesa cómo puedo crear niebla, trazos de luz o un arco iris en la música. Siento que con la música estoy pintando y en este momento de mi vida me interesa volver a abordar el pop con esos trazos. No sé qué camino tomaré en el futuro pero creo que mi trabajo se va a parecer más al de Laurie Anderson que al de Kylie Minogue.

—¿Está entre tus planes a largo plazo volver a Perú?

—No, no. Yo no voy a volver a Perú. De visita, sí, pero yo no voy a volver a vivir allí. Yo amo Perú, pero es, con diferencia, el país donde he visto más talento y menos oportunidades. A mí me gusta vivir en sociedades donde siento que se hace sociedad. Donde trabajo y pago mis impuestos pero después se manifiestan en educación para mis hijas, en un trato igualitario, en seguridad. Yo he vivido las épocas más violentas de Caracas y de Lima y estoy curada de espanto. Pero lo que yo he visto no lo quiero volver a ver en mi vida. Y mucho menos quiero que lo vean mis hijas.