Rodrigo Costoya, escritor: «María Pita es un personaje que me resulta cercano, veo su furia en mi madre»

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

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Rodrigo Costoya
Rodrigo Costoya ANGEL MANSO

El narrador santiagués acaba de publicar «La última reliquia», donde cuenta una emocionante historia de tiempos de Felipe II con aromas gallegos

13 may 2024 . Actualizado a las 15:07 h.

Rodrigo Costoya se lanzó tarde a la escritura, a los 40. Pero era una pasión antigua. Fue un niño, decían sus profesores, con olfato natural para las letras. En la novela histórica ha encontrado este santiagués su hueco en el mercado literario. Mira constantemente hacia atrás con dos empeños. Extraer enseñanzas valiosas del pasado y transmitirlas de forma vibrante. Por eso, su juez más implacable, su pepito grillo creativo, es el niño que un día fue. Escribe para aquel pequeño lector que se quedaba hasta altas horas de la madrugada con los ojos imantados en las páginas. Creció entre relatos magníficos de piratas y espadachines. Ficciones sobrecogedoras de otros tiempos y otros lugares. De aquellas fantasías, esta pluma. 

—Tu nueva novela, La última reliquia, tiene un aroma indudablemente gallego. ¿De dónde nace esta obra?

—Cuando las personas buscamos historias, lo hacemos en los sitios más insospechados. En este caso, surgió todo de una conferencia a la que asistí, impartida por una profesora de la USC. Ella contó una historia que yo desconocía. Que Felipe II, por aquel entonces el rey más poderoso del mundo, mandó a su mejor hombre a Santiago porque tenía el anhelo de poseer los restos mortales del apóstol en su colección de reliquias de El Escorial. Cuando escuché todo esto levanté las orejas, porque es un historión. Pero es que además todo eso confluye con la otra trama de la novela, que es el viaje de ida de la Armada Invencible y el viaje de vuelta de la contraarmada inglesa comandada por el pirata Drake, que acaba sitiando A Coruña. Todo esto influyó en que, finalmente, Felipe II no pudiera hacerse con el cuerpo del apóstol Santiago. Aluciné con todo, y se me ocurrió que hay había una novela. 

—Confluyen en el relato muchos personajes célebres. Felipe II, la reina Isabel I de Inglaterra, el pirata Drake. Pero también, de una forma especial, la ilustrísima coruñesa María Pita...

—Efectivamente. Hay personajes de trascendencia mundial, que marcaron el devenir de la historia de la humanidad en los siguientes siglos. Pero claro, a esos personajes también hay que humanizarlos. Darles carácter y también defectos. Eso sale de lo que conocemos de ellos, que por suerte es mucho, porque fueron personas muy relevantes. Pero hay otros personajes que, cuando nacen, tienen todas las papeletas para no ser nadie en la historia. Y, sin embargo, de alguna manera los astros se alinean para que acaben siendo cruciales. Ahí tenemos a María Pita.

—Hay muchos detalles borrosos sobre su figura...

—Se cree que nació en Sigrás, pero no se sabe con seguridad. Se casó cuatro veces en su vida y tenía negocios en A Coruña. Siendo ella muy joven, sobreviene el ataque inglés. Entonces brotan su heroicidad y su fuerza. Es un personaje que me resulta cercano, porque yo veía en mi madre y en mis tías esa furia, ese carácter indómito de mujeres que sacan adelante a su familia pase lo que pase. Para mí es muy especial poder relatarle al mundo lo que es capaz de hacer una matriarca gallega. Eso hice con María Pita que, por cierto, en realidad no se llamaba así. Se llamaba Mayor Fernández. 

—Tiene mucho la obra de destripar leyendas...

—Las leyendas están muy bien, son parte de nuestra cultura y del acervo de los pueblos. Marcan nuestra identidad. Son historias inventadas con fantasía y creatividad para explicar cosas que desconocemos. Está bien respetar todo esto, siempre que sepamos que no es la realidad. El problema con las leyendas es cuando tapan la verdad histórica. Cuando hay gente de Santiago que se creyó que su ciudad nació cuando unas estrellas señalaron el lugar de la tumba de un apóstol. Eso es una leyenda. Pero si la tomamos al pie de la letra tenemos un problema, y es que la gente acaba no conociendo nada de las raíces de su propia ciudad. Y eso hay que combatirlo. Por eso la novela trata de poner las cosas en su sitio. No se trata de decir que hay que acabar con las leyendas. Hay que conservarlas, porque son un tesoro cultural, pero puestas en su contexto. En Santiago hay una necrópolis romana que está hoy debajo de la catedral. Lo cual prueba que hubo en esa zona población romana. Todo eso se aborda en la novela. 

—¿Eres de esos escritores que acaba encariñado con sus personajes?

—Los personajes que se crean tienen siempre una correspondencia con gente que hemos conocido. No quiere decir que todos sean una persona en concreto. A lo mejor tienen un poco de diferentes personas. Entonces los personajes acaban siendo tuyos pero, a la vez, tú también eres de ellos. ¿Hasta dónde nuestros recuerdos son nuestra propiedad? Porque nos forjaron, pero a su vez nosotros solo fuimos un personaje más. Cuando tengo que recrear a Felipe II, lo hago de una forma más neutral, porque sí se saben muchas cosas de él. Pero cuando tengo que, por ejemplo, recrear a María Pita de niña tengo que tirar completamente de mi imaginación, porque no tenemos ni un texto que hable de ella en esa edad. 

—¿Y cómo te inventas a alguien casi desde cero?

—Al final miras a lo que sabes de ella de adulta y, conociendo su carácter, te inventas cómo crees que pudo ser de niña. Por eso le coges un cariño especial. Yo a veces hasta tengo que despedirme de mis personajes cuando termino una novela. Es una cosa que me toca mucho el corazón. Yo, para mis personajes odiosos, quiero concentrar lo peor de la humanidad. Y, en los que quiero ensalzar, introduzco lo mejor que tenemos las personas, que es mucho.

—Es un poco paradójico, pero echar la vista atrás, a veces, sirve para el presente y el futuro...

—Desde el desconocimiento del pasado no hay presente. Tú puedes preocuparte solo de los que te rodea de forma inmediata y pasar por la vida como si fueras un árbol, pero para saber hacia donde vamos, conocer y disfrutar el presente, hay que echar la vista atrás. Sí o sí. Lo contrario es correr a ciegas. Por desgracia, la historia no siempre se enseña de forma que permita sacar aprendizajes. Te obligan a memorizar datos, lugares y fechas, pero no te hacen entender lo que pasó. Sobre todo aquellos hechos que determinaron el presente que vivimos hoy. Que a su ves nos da pistas sobre la incidencia que ese presente puede tener en el futuro. Y ese es un gran aporte del género de la novela histórica. Es una lectura recreativa y disfrutable, pero los aprendizajes te van a servir para tu vida. 

—¿Siempre tuviste esa inquietud por la escritura?

—Desde pequeño siempre me dijeron que escribía bien. Te estoy hablando de cuando tenía poco más de 7 años. Las maestras le enseñaban a mi madre las redacciones que hacía yo en clase y decían que aquello no era normal en alguien tan pequeño. Eso fue calando en mí. Y, ya de adulto, me di cuenta de que quería intentar aquello. Pero para lanzarte tiene que llegarte esa historia que sientes la necesidad de contar. A mí eso me pasó ya casi con cuarenta años. Y ahora tengo ya cuatro novelas publicadas y con la quinta en camino. 

—¿Escribes con el lector en mente o escribes para ti?

—Yo solo tengo a un lector en mente todo el rato, que es mi yo del pasado. Me pregunto si al Rodrigo de 14, de 11 o de 20 años le encantaría lo que estoy haciendo. A mí, mis padres me entraban en la habitación para apagarme la luz porque me quedaba por las noches leyendo. Y yo seguía leyendo hasta la madrugada porque no podía parar. De Julio Verne a Jack London, La historia interminable o El señor de los anillos. Cuando yo escribo busco siempre aquello que a mí me pegaba a las páginas. Si mi yo de ayer disfruta de lo que escribo, me vale. Si no, hay que volver a empezar.