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Las cosas no se explican, solo suceden. Las mujeres no son satélites, son el centro. Todo el mundo olvida, salvo tú. La vida es una ironía. Propongo cuatro cuentos para poner un pie en el país de las maravillas de Alice
26 may 2024 . Actualizado a las 13:24 h.Una vida de pueblo no es como la ven los seres urbanos que pasan un verano en la aldea. Ni la vida de las mujeres es como la miran y la cuentan los hombres, por más que haya estilos y sensibilidades diferentes, que Chejov entienda a la dama del perrito, que Flaubert dijese el «Madame Bovary c'est moi» que algunos le atribuyen o que Karl Ove Knausgård considere que las escritoras de hoy no son competencia para él a la hora de narrar las tribulaciones paternales y domésticas. Cuando entré en Un hombre enamorado, pensé que esa lucha interminable de Knausgård Mairal la resumió en una gran novela breve y que Alice Munro la contó sin egocentrismo acolchado en muchos de sus cuentos. Pero quizá algunas lectoras contemporáneas somos cortas para la insoportable densidad de ciertas novelas.
Demasiada felicidad es fantasía (y un buen título, pero también un relato que nos distrae de la importancia de Munro, es demasiado extenso, demasiado ajeno tratándose de ella). Con la Nobel no se alucina, se va aprendiendo. La ficción no es un parque de atracciones ni una prolongación del postureo. Las cosas no se explican, suceden. Las madres son mujeres independientes. Las mujeres no son satélites, están en el centro de gravedad de la rutina, incluso cuando padecen alzhéimer, tienen madres enfermas o hijos pequeños que las necesitan siempre. Nadie es perfecto. La sencillez no es simpleza, es una forma difícil de alcanzar a ver la hondura. A veces, esa hondura está ya en la superficie y no la vemos. Siempre pasamos de largo para llegar por llegar a cualquier parte. A veces no salir de Ontario es tener mucho mundo. Miramos donde nos dicen, no donde debemos. La capacidad de decisión no resuelve casi nada, tampoco las frases largas ni las frondosas explicaciones. Lo que no se cuenta sucede y es el recurso maestro de la maestra del cuento.
Los trenes son infieles, no dejan de pasar (en la vida como en los cuentos de Munro) y sugieren cambios de vida de larga distancia. Los lagos son perversos, posesivos y olvidan lo que se callan. El terror está, sobre todo, en lo cotidiano. La infidelidad emocional es más nociva que la otra. Hay gente que nunca se marcha o que cambia de apelativo y con eso cambia de vida. La vida de la gente corriente es un cuento, tiene la medida de un cuento, porque esa gente que pela patatas, limpia el fregadero o lava el coche no tiene tiempo, esa gente no va al entierro de un ser querido porque no tiene con quién dejar a los niños, como le ocurrió a la propia Alice con el entierro de su madre (no sabemos si creerla). Lo corriente es a veces tan extraordinario.
Cosas como estas, sutiles parejas de contrarios que no se pisan en el escenario de la ficción, te hace pensar Alice Munro, el ama de casa que buscaba tiempo para escribir, la cocinera de lo cotidiano, que escribía tras sacudir el mantel o cuando los niños dormían la siesta. Tuvo cuatro hijas. Y 14 libros de cuentos.
1. No pierdas el tren... (pero si lo pierdes, no pasa nada, pasa otro)
Los cuentos de Munro son vagones que a veces se sueltan y otras se reenganchan. A veces hay un túnel y no vemos. Uno de mis cuentos favoritos abre Mi vida querida (Lumen, 2013). «Llegar a Japón» es subirse a un tren, apearse de un matrimonio encarrilado y descubrir el poder de una carta y un momento. Greta coge el tren con su hija Katy y muestra que la vida cambia en un solo momento, que la fatalidad está ahí, junto a la felicidad y el deseo.
2. Juega como un niño (y atente a las consecuencias)
La infancia es una dolencia seria en Munro, mucho más que la vejez, que hasta tiene su gracia en los mundos de Alice, como lo inevitable. «Juego de niños» es otro de sus cuentos zarpazo. El octavo de Demasiada felicidad (Lumen, 2010), que va enredado a mi recuerdo de otro llamado «Grava», y rompe la idea sobre niños, madres y campamentos de verano. «Los niños son seres monstruosamente convencionales», dispara Munro. Lo olvido todo, salvo el final de Verna en ese cuento.
3. Hazte esa pregunta (y atrévete a responder)
¿Quién te crees que eres? Es la pregunta que Alice Munro respondió congelando su inteligencia en una obra maestra feroz pero no alarmante. La novela de la vida de muchas mujeres es, en realidad, una espina de pescado de cuentos como ¿Quién te crees que eres? (Lumen, 2019). «Palizas soberanas» es un cuento que sacude con Spinoza entre patatas, berenjenas, correazos y palizas soberanas. Con Rose y Flo, la amistad es un abrazo de experiencia y las raíces son un talento y a la vez un látigo. «La vida armando un escándalo enorme, como de costumbre, por poca cosa», revela Munro en esta estoica lección vital y literaria.
4. El final no es un lugar seguro (la familia tampoco)
«Al fin y al cabo, en el amor nada cambia demasiado» es uno de los finales joya de Munro. Finales como lagos, en los que te reflejas y ves junto a tu reflejo varias caras contigo. «Vida querida», el relato que hizo como guinda autobiográfica de sus ficciones, tiene la fuerza de una confesión, es una declaración de principios y el futuro anterior del Nobel. Ese final es violento y a la vez redentor. ¿Cómo lo logra? Así se hace de la verdad refugio. A la mentira le cortan la cabeza en el país de las maravillas de Alice Munro. En él entras como si nada y sales como si todo.
Diez tranquilas lecciones de Alice
1. Lo breve si Munro dos veces bueno.
2. Lo cotidiano es trascendente.
3. No hay transición entre tu vida y el momento que cambia tu vida.
4. Los lugares pequeños y las vidas corrientes tienen valor literario.
5. La ficción supera la realidad si sabe contarla.
6. Dosifica. Y ataca.
7. Los trenes siempre llevan a otra parte (de nosotros).
8. La mujer es protagonista.
9. La muerte es la certeza. Lo demás, suspense.
10. Conócete a ti mismo, si te atreves. Es demoledor pero seguramente merece la pena.