Manuel Vilas: «Hay gente que ahorra incluso a la hora de darte la mano y otra que te da la vida en un abrazo»

FUGAS

El autor que triunfó con «Ordesa» vuelve a Galicia recordando sus veranos de niño y los que pasó en Raxó, cuando llamaba a su hijo «Jurelito». El tiempo es un remolino con que nos zarandea «El mejor libro del mundo». «A partir de los 60, hay que pasar la ITV cada año», dice
03 nov 2024 . Actualizado a las 09:29 h.El mejor libro del mundo es el que quiere escribir, y empuja a vivir a Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Y es el título de la nueva novela de fantasmas familiares (algunos ilustres y famosos, otros íntimos) con que el autor que medró con Ordesa nos lleva, con ternura trufada de humor cáustico, al centro de la insoportable gravedad de hacerse viejo. Ha comprimido su lírica en Una sola vida, pero despresuriza cabina en su narrativa, un vuelo transoceánico.
—«El mejor libro del mundo» . ¿Sigue siendo un sueño o lo ha conseguido?
—... No consigo. Es la expresión de una ilusión, la entrega a intentar una excelencia. Mi madre, por ejemplo, pensaba que hacía la mejor tortilla de patata del mundo. Estas ilusiones en un escritor son importantes. Te ayudan a vivir, pero, evidentemente, vas a fracasar. El título del libro es muy provocador.
—Provocador. Más Vilas que Vilas.
—Claro, ¿cómo se puede titular El mejor libro del mundo? Pues porque, evidentemente, no lo es. Pero sí existe el deseo de escribir algo que llene a los lectores.
—Emprende una odisea cargada de fantasmas. El éxito de «Ordesa» le pilló de sorpresa, como la melancolía de irse desinflando. ¿Hay que temer más el éxito que el fracaso?
—Probablemente. En el fracaso se vive más tranquilo. El éxito distorsiona la vida y te rompe por dentro, aunque parezca al revés. Hoy todo el mundo vive inmerso en esa dicotomía en el plano laboral y sentimental: «¿Estoy acertando con mi vida?», «¿mi vida es éxito o es fracaso?». Lo dominante en la sociedad capitalista es la búsqueda del éxito a cualquier precio.
—¿Qué es el éxito para un escritor?
—Tiene mucho que ver con la vida. Hay dos escritores claves para mí, Kafka y Cervantes. ¿Por qué? Porque son los mejores escritores del mundo y escribieron los mejores libros del mundo. Saber que existieron Cervantes y Kafka, y que escribieron los mejores libros del mundo, me ilumina. ¡La palabra kafkiano se dice en cien lenguas! ¿Qué es Kafka en el siglo XX? El triunfo de la literatura y el triunfo de la inteligencia.
—¿Es más importante escribir que vivir?
—Es que los escritores competimos con la vida. Siempre. La vida siempre es más grande y más lúcida que un libro. Y todos vamos a ser derrotados por la vida.
—El autor de este libro cumple 60 años. ¿Qué cambia a esa edad y por qué escribe desde la postura de escritor póstumo?
—Este libro arranca cuando cumplo 60 años. Yo creía que no iba a cumplir 60 años. Tengo un recuerdo. Cuando tenía yo 5 o 6 años, mi madre se refirió a un señor que vivía en la misma escalera como «un anciano de 60 años». Cuando cumplí 60, pensé: «¡Me he convertido en el anciano que decía mi madre!». Y había una certeza matemática poderosa: la presencia del número 6, que introduce la idea de que tienes más pasado que futuro. Puedes contar el futuro con los dedos de las manos. Normalmente, esto se esconde. Se suele decir eso de que los 60 años son los 40 de hace 30. Todo lo que sea afirmar la vida me parece muy bien, pero cuando tienes 60 años tu cuerpo no es el mismo que a los 40. En este libro cuento esos achaques del cuerpo, ¡necesitas pasar la ITV todos los años!
—¿La literatura es un disfraz que esconde la verdad de las cosas?
—Yo cuando sé una verdad la cuento. Si no hay verdad, no cuento. Tener 60 años es envejecer, aunque nos digan que no.
—Pero se refleja como un «niño de 60 años» que quiere «el segundo flan»...
—Ahí está la contradicción. Tienes 60 años, pero quieres seguir siendo niño. Por dentro eres un niño, la gran ilusión que tienes de vivir es la de ese niño, pero cuando vas a ponerla en práctica, ¡el cuerpo falla! Es como meterse al mar a nadar: vas con ganas, pero aguantas un minuto. Te cansas.
—«Puedo ver a los muertos», escribe. ¿El escritor es una especie de médium?
—Ver a los muertos es ir por la Gran Vía de Madrid en el 2024 y pensar que en 1964 también había gente caminando por la Gran Vía. A esa conciencia del tiempo es a lo que yo llamo «ver a los muertos».
—A Góngora se parece, dice, en la cabeza.
—En la calavera. De pequeño mis amigos me llamaban cabezón y no lo entendía, pero cuando llegué a la mili y me midieron la cabeza (62 cm) dije: «Pues sí, soy cabezón». Parece que en Aragón hay una tendencia a las cabezas grandes, ¡puro hueso!
—Sus veranos en Raxó dejan un poso solar en esta novela. Así que a su hijo pequeño le llamó «Jurelito»...
—Sí. Eso fue hace ya más de 20 años. Yo, amorosamente, a mi hijo le llamaba Jurelito porque me gustaba la sonoridad de la palabra y el tipo de pescado.
«Yo tengo un trauma infantil: si me dejaba una patata frita en el plato, mi padre armaba la de Dios es Cristo. La gente que no ha pasado nunca hambre no entiende que un trozo de pan sea importante»
—«Soy un muerto de hambre», subraya.
—Mi padre pasó hambre en la guerra civil. Yo tengo un trauma infantil: si me dejaba una patata frita en el plato, mi padre armaba la de Dios es Cristo. La gente que no ha pasado nunca hambre no entiende que un trozo de pan sea importante. Ahora vivimos muy bien. Tenemos problemas, nos deprimimos, sufrimos ansiedad, pero comparados con los que tenían hace 50 o 60 años, nada. La importancia de mi padre y mi madre en mi literatura está en no olvidar que antes se vivía peor. Se vivía mucho peor.
«Me confunden mucho con Manuel Rivas y no les corrijo. A Vargas Llosa lo confundieron con García Márquez, un señor le dio a Vargas Llosa Cien años de soledad para que se lo firmara»
—¿Le confunden mucho con Manuel Rivas?
—Muchísimo, y es una cosa divertidísima. Pero a Vargas Llosa lo confundieron con García Márquez. Un señor le dio a Vargas Llosa Cien años de soledad para que se lo firmara. Yo cuando me confunden con Manuel Rivas, ya no corrijo. Pongo Manuel Rivas en la dedicatoria y ya está.
—¿Lo patético es un material interesante?
—La literatura se alimenta de lo peor de la vida, de lo que no queremos ver. Hay un momento en la novela en que voy al médico por una fisura anal. Para un médico ninguna parte del cuerpo es peor o mejor. Para un escritor, lo mismo que para el médico. El trabajo de escritor es representar la vida con todas sus miserias.
—Contiene esta novela un manual de abrazos, fuertes frente a fotos. Cuéntenos del abrazo Francino frente a la mano Mendoza...
—Los abrazos de Francino son famosos, te estruja. Esos abrazos de verdad (no los protocolarios) son la vida.
—¿Y Eduardo Mendoza?
—Me dio una mano fofa, como salida del congelador... Hay gente que da la mano y parece que se cansa... Hay gente que ahorra hasta a la hora de darte la mano.