No sé si a 3 de enero los propósitos de año nuevo siguen en pie o ya han sido derribados por la inercia que siempre empuja a la contra de lo que nos viene bien. Tener un propósito, de hecho, es una de las palabras más vacías del diccionario, casi tanto como programa electoral, te querré para siempre o esta fábrica es ecológica y un caramelito para la humanidad y el medio ambiente.
Aun así, me gusta la gente con propósitos, sobre todo, porque yo nunca he conseguido tener ninguno. El mundo se divide entre los que se afanan buscando un sentido y los que esperamos rezagados y encogidos de hombros esperando a que otros lo encuentren. Si finalmente lo alcanzan ya nos lo irán contando. La gente con propósitos es la que hace el mundo un poco mejor y tienen una visión gregaria, global, incluso humanista que repercute en los demás. No todos, claro, Elon Musk, Donald Trump o Putin también tienen propósitos, pero ninguno va más allá de su propio yo, aunque hayan conseguido, cada uno a su manera, auparse sobre millones de almas. Diría que consuela saber que se pudrirán como todos los demás, pero es un pensamiento demasiado cínico para la Navidad, demasiado cínico para mí, que soy de naturaleza riquiña.
Mi amiga B. me sugirió que mi propósito para este 2025 debería ser dejar de ser riquiña, dejar de complacer, ocupar el espacio, incomodar un poco, levantar la voz. Me quedé unos días pensando en eso, planteándome si merecía la pena intentarlo, el propósito, pero decidí que ser riquiña es un forma de bienestar imbatible, una fuerza que opera más hacia uno mismo que hacia los demás, si no fuera porque a lo que se refiere B. es a la necesidad de agradar de las mujeres, al menos las de cierta edad, que a menudo acaba convirtiéndonos en algo que no querríamos ser, programadas para satisfacer necesidades de otros y a retirarnos de la esfera pública para no recibir críticas que nos afectan como zarpazos, quizás porque lo son.
En fajarnos tenemos menos práctica que los señores, eso es así, pero a mí no me apetece blandir espadas, prefiero la sonrisa como arma, la lectura como escudo y el amor y la escritura como única ambición. No es poca cosa.