Jorge Fernández Díaz, premio Nadal 2025:  «No podemos ver al padre como un hombre»

FUGAS

Carlos Ruiz

«¿Se puede ser infiel y buena persona al mismo tiempo?», se preguntó de niño al ver por primera vez Breve encuentro.  Un maratón de películas como un sábado eterno de la infancia es la novela «El secreto de Marcial», un misterio de padre entre la realidad y el cine que invita a desentrañar este gran fabulador y periodista argentino

19 feb 2025 . Actualizado a las 19:54 h.

 Asturias es el Macondo del último escritor en ganar el Nadal. Y es la Comala a la que llega por su padre Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) en El secreto de Marcial, una media naranja de cine para su novela (de varias generaciones de de emigrantes de españoles) Mamá. Tiene Fernández Díaz, como José Arcadio Buendía, una imaginación que va más lejos que el ingenio de la naturaleza y la mera realidad. En El secreto de Marcial, casi todo es cine... La ficción es la gran directora de la película que es recordar.

 —El «güercu» a los gallegos nos hace pensar en la Santa Compaña. ¿Por qué eligió esta palabra para comenzar la novela?

—En algunos pueblos de Asturias, no en toda, se hablaba del güercu, un ser mitológico que presagiaba la muerte. Puse la palabra porque mi madre la usaba con asiduidad; ella mezclaba el folclor sobrenatural astur con las películas de Hollywood de los 40 y los 50. La puse porque tenía que ver con la trama de este libro, que es un cruce entre la emigración, los secretos de una familia y las películas que veían.

­—«El hombre tranquilo», «Mogambo», «Gilda», «Breve encuentro», «Los tres chilados» son parte de ese Hollywood que nos acerca y redescubre. 

—Son películas que le dan ese sentido novelístico a El secreto de Marcial. Lo primero que yo pensaba hacer era una indagación documental sobre la historia de mi padre. Pero ya estaban muertos todos los testigos, mi padre también estaba muerto, y no se podía escribir más que con los recuerdos, las películas y la ficción.

—¿Es una novela quizá la forma más honesta de hacer memoria?

—A veces la novela tiene más verdad que una biografía.

«Los padres son un enigma, frente a las madres, que vienen más preparadas para la emocionalidad, para hablar cara a cara con sus hijos sin pudor»

—¿Quién es Marcial?

—Un hombre enigmático, pero corriente. Es como cualquier otro padre. No es que los lectores vayan a encontrar aquí que mi padre era un héroe de la masonería o de la Guerra Civil. Los padres son un enigma, frente a las madres, que vienen más preparadas para la emocionalidad, para hablar cara a cara con sus hijos sin pudor de las cosas profundas. Esa vieja masculinidad era una gran barrera para los padres... Los padres se iban desplazando fuera de la casa y la familia. Por lo menos, ocurrió en mi caso, pero también lo he visto en otros, que las matriarcas (prima donnas legítimas de la familia) iban ocupando todo el sitio (así fue mi madre, mi gran maestra e interlocutora) e iban desplazando al padre fuera de la casa.

«Hay una España que no tiene quien la escriba, a la que no se le ha prestado atención, que está en el patio de atrás, en el culo del mundo»

—A su padre le costó lo suyo perdonarle que fuera escritor, como si escribir fuese una forma de vagancia en lugar de un trabajo. Retrata la mística del esfuerzo de toda una generación de padres...

—Acá estamos hablando de varias generaciones de gladiadores de la emigración del norte de España que se fueron con una mano atrás y otra delante, y construyeron con un esfuerzo descomunal, con el sacrificio como bandera, una sociedad pujante, una España que yo siempre digo que no tiene quien la escriba. Una España a la que no se le ha prestado atención, que está en el patio de atrás, en el culo del mundo. La de los que vivieron el destierro y el progreso con una gran lucha en una tierra prometida que se convirtió después en arena movediza, porque las plagas argentinas no tardaron en llegar, en golpearlos a ellos y en expulsar a sus hijos como a ellos los expulsó España.

—¿De esa generación de gladiadores salió mucho hijo intelectual, «malogrado», como diría algún padre de los de antes?

—Puede ser, puede ser... El momento en que mi padre me profetiza la miseria lo reconozco como el hecho más traumático y fundante de mi vida. Me convertí en un gladiador contra esa profecía. Me convertí en un adicto al trabajo para que mi padre no tuviera razón. De hecho, mi padre, antes de morir, estaba preocupado por la cantidad de horas de trabajo de su hijo, pero era tarde... La novela creo que también habla de eso, de las cosas que quedan escritas en roca en nuestra conciencia. También del cine. Somos lo que vimos, muchas de las cosas que aprendimos en esa educación sentimental que tuvimos de niños se ha quedado grabado en piedra. Muchas de esas cosas hemos tenido que limarlas, a veces sin éxito, durante el resto de nuestra existencia.

—¿La vieja masculinidad de esos padres nos ha dado quizá una épica que nunca hemos sido capaces de interpretar?

—Es verdad. Y nos construimos contra esa masculinidad. Freud decía que en toda familia hay un relato consensual. Pero a poco que te metas ahí, ves que dos hermanos vieron un episodio familiar de manera distinta. Hay secretos ajenos a la familia que influyeron sobre la familia decisivamente. La familia es una novela. Cuando gané el Nadal recibí cientos de llamados, gran cantidad (hombres y mujeres) me decían: «Me pasó algo parecido con mi padre. Mi padre sigue siendo un enigma para mí».

«Tengo amigas mujeres que no han podido sustraerse a vivir un amor imposible, a ser una heroína sufriente, tóxica. Porque no hay nada más tóxico que un amor imposible...»

—¿Y las películas?, ¿cómo nos fabulan?

—Ha sido poco estudiada la gran influencia que el melodrama ha tenido en nuestras vidas. Las películas nos han formado en el melodrama. Tengo amigas mujeres que no han podido sustraerse a vivir un amor imposible, a ser una heroína sufriente, tóxica. Porque no hay nada más tóxico que un amor imposible. Pero no han podido resistir la tentación de vivir esa película. Como yo la del detective cuando fui durante diez años reportero de sucesos en Buenos Aires y en la Patagonia. Cada uno de nosotros íntimamente cree que es el protagonista de una película, por más que haya grandes personajes de reparto.

—¿Lo secreto interpela más que lo evidente? Esos desacuerdos entre lo que se desea y lo conveniente. Como lo escribe hablando de «Mogambo», la mujer buena que es mala, y la mala que es buena...

—Imagínate un niño de 10 años aferrado a la idea de que Ava Gardner era la mala y Grace Kelly la buena. ¡A mí me encantaba la mala! ¿Así que había mujeres malas y buenas? Y después están esos triángulos, como en Casablanca. Es imborrable la noche que vi Breve encuentro, dije: «¿Pero cómo, una persona puede ser infiel y buena persona al mismo tiempo?». Fue un shock. ¿Alguien puede vivir fuera de su casa una historia intensísima y nadie enterarse?

—¿John Ford le salvó la vida?

—¿Querés que te cuente la anécdota? Yo hablaba una mezcla de bable y español. Los chicos en el colegio me empezaron a pegar, se burlaban de mí. Se lo dije a mi madre, que se lo dijo a mi padre. En casa empezamos a ver Qué verde era mi valle, en ese Gales que podría ser Asturias o Galicia... Me parece que se parece, tal vez no sea así, no sé... Mi padre veía que el niño de la película vuelve del colegio golpeado y la familia decide entrenarlo en el boxeo. Mi padre mira a mi madre y dice: «Se le compra un kimono, entra en una academia de yudo y el bullying se terminó para siempre». Por eso digo que John Ford salvó mi vida, pero en realidad el que salvó mi vida fue mi padre.

—Quizá no solo una vez...

—También pasó algo parecido cuando yo era un nacionalista de izquierdas, un imbécil de 19 años que quería embarcarse en la guerra de Malvinas. Él no dijo nada, pero con una excusa me llamó al café donde trabajaba y dijo: «¿Te acuerdas de aquella película de un soldado que volvía de la guerra sin brazos y con un gancho por mano?». Yo no me acordaba, luego me di cuenta de que era Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler. «Vos querés vivir una película patriótica, pero tiene consecuencias». No me lo podía decir directamente. Siempre triangulaba con alguna película. 

«Me da vergüenza decirlo, pero sigo apoyando la cabeza en la almohada (en Argentina, donde hago periodismo político, intenso) y para desconectar pienso que ruedo una película y me voy quedando dormido»

—¿Esta novela familiar es una historia de amor?

—Tal vez..., mira, yo escribí esta novela porque solo quería estar un rato más con mi padre. Simplemente eso. Me da vergüenza decirlo, pero sigo apoyando la cabeza en la almohada (en Argentina, donde hago periodismo político, intenso) y para desconectar pienso que ruedo una película y me voy quedando dormido. Tal vez sea porque quiero vivir un sábado eterno de película donde yo fui feliz en la infancia. Esta novela me costó tanto... Es autobiográfica, pero tiene partes de ficción que sacan adelante la novela. Había que zurcirlo todo de una manera tan fina..., para que el lector no supiera dónde acaba la vida y dónde empieza la película. 

—No importa mucho esa frontera. Hay muchas películas como guiños en su novela. Cada lector quizá elija una con que quedarse para vivir un sábado eterno. «Breve encuentro» o «La carta» para mí son llamativas. Y se imponen quizá «Mogambo» y «Centauros del desierto», ¿no? Están muy presentes en la novela...

—Sí, y también Gilda, como dicen en España... 

—Original su visión de Glenn Ford como un imbécil al dar la bofetada... 

—Esas películas son como el río de Heráclito. Cada vez que te metes en ellas es diferente. Una buena película es aquella en la que te metés una y otra vez, y la película es distinta y vos sos distinto. Películas como Mogambo fueron pasando y mostrándonos cada vez más cosas, capas y capas y capas de detalles. A mí me impactaba mucho, después de ver muchas veces Centauros del desierto, que John Wayne estaba enamorado de su cuñada. Eso las primeras veces que la ves no te das cuenta, ¿no? La mayor inmersión que yo tuve para escribir Marcial fue meterme en mi propia infancia y con esas películas verlas de nuevo y recordar cómo era, cómo era mi padre y todos los enigmas formativos que salen de esa experiencia. 

—¿Se conoce mejor a un padre después de muerto?

—Tal vez, tal vez... O tal vez uno se inventa un padre. Yo algunas cosas sé, pero desconfío de mí mismo, como debe desconfiar cualquiera. Uno siempre está implicado emocionalmente con su padre. Yo en parte inventé a Marcial y seguro que vos, por más cruda que fueras al escribir a tu padre, también lo inventarías. No podemos ver al padre como un hombre. Preguntarse quién fue el padre es subversivo. No podemos ver al padre como un hombre deseante. Creo que eso hace del padre un personaje jugoso, por decirlo desde el punto de vista literario. 

—¿Cómo cambió usted al escribir sobre su padre? ¿Fue un ejercicio de redención? ¿Acabó perdonando a su padre o más saldando la deuda con ese fantasma que le perseguía en sueños?

—No, no, yo no tenía por qué perdonar a mi padre. Todo lo contrario. Cuanto más he crecido, me he dado cuenta de que mi padre tenía razón cuando me desafió. Nunca tuve resentimiento con mi padre; tenía razón con su contexto y con su lógica. Pero sí tuve que calmar mi conciencia literaria. Yo con mi madre saldé todo. Mi madre era una persona con la que vivimos juntos todo. Aquí cuento por primera vez su muerte, que no fue elegante (como ella y como todos hubiéramos preferido) porque el alzhéimer no te permite irte de una manera elegante. Desde que murió mi madre no volví a soñar con ella. En cambio, sueño regularmente con mi padre, que murió en 2005. El reclamo de mi padre sobre mí no puedo descifrar qué era, pero siento que se calmó una vez que pude escribir una novela sobre él.

—Hay fantasmas que nos acompañan, muchos lo hemos sentido, aunque no es fácil de explicar.

—No es algo sobrenatural. Yo me sentí arropado por mi padre. Hoy mismo estoy hablando con vos y me siento arropado por él. ¿Es increíble, no?

«No todo pasado fue mejor, pero siempre hay una época dorada a la que quieres volver»

—¿Piensa, como Bogart, que la vida es un guion estúpido, y que las películas y las novelas ayudan a darle algún sentido?

—Yo pienso que sí, que la vida es un guion estúpido, incongruente. Tiene saltos raros en el tiempo, contradicciones narrativas, es inverosímil muchas veces... Muchas cosas verdaderas no las puedes publicar o escribir porque resultarían inverosímiles. Muchas veces la ficción es más verosímil que la realidad. Y no hay explicación, hay azar. Decía Borges que Dios no es un gran escritor.

—Le planteo lo que plantea en la novela: ¿En qué película se quedaría a vivir para toda la eternidad?

—Yo creo que Medianoche en París, que no es una obra maestra en Woody Allen. Creo que sería lindo... Primero vivir en Saint-Germain-des-Prés no está mal, ¿no? Después, viajar al pasado y encontrarte con Scott Fitzgerald. Y, al final, poder regresar incluso a la belle époque. Esa película tiene una crisis de fondo que es muy adecuada para la ciencia espacial. Yo añoro las películas que vi como si fueran un paraíso perdido. No todo pasado fue mejor, pero siempre hay una época dorada a la que quieres volver. Y si pudieras entrevistar a los protagonistas de esa época dorada te dirían que tienen una época dorada anterior.

—¿La memoria embellece, es indulgente con la realidad de lo que pasó?

—Sí... Un descubrimiento de la neurociencia es que nosotros no recordamos un episodio, nosotros recordamos un recuerdo, no el episodio original. ¡Es una revelación bastante impresionante de la neurociencia! Recordamos el recuerdo, que se va cambiando, editando, a lo largo del tiempo. 

—La novela da cuenta de una España «en la que tenía mucho prestigio el sufrimiento». ¿Esa España ya no es?

—No, creo que no lo es, no es así. Cuento que Azcona tenía una familia de costureras que cuando se ponían a cantar felices su madre les decía: «Ya lo pagaremos...». Decía Azcona que el sufrimiento aquella España tenía mucho prestigio. Mi madre me decía: «Tú te crees que la vida es fácil...». Ese es el problema de los emigrantes españoles, que nos metieron en las venas el «veneno» (entre comillas) del progreso y no nos dieron el antídoto de la dicha. La alegría era sospechosa. «Si te alegras hoy, vas a sufrir mañana». Eso también tiene que ver con el melodrama, no solo con una cultura sufriente. 

 —¿Y en Argentina, reviven hoy ciertos fantasmas del pasado, la realidad cómo es?

—La cosa es que a un populismo de izquierda que devastó todo le sucedió un populismo de derecha, que es una desmesura en sentido contrario. Se ha bajado la inflación, y eso es como estar un año entero con 40 grados de fiebre y que te baje a 37,5... Te sentís una persona bendecida, pero no se arregló el problema de la enfermedad de fondo que te daba la fiebre. Y, mientras tanto, el médico abusa de su posición de curador, por decirlso suavemente.