
Elvira Dones destapa una curiosa (y ya extinta) tradición escondida durante siglos en las montañas albanesas
12 abr 2025 . Actualizado a las 21:31 h.«Lo escribí por amor a la soledad», afirma Elvira Dones (Albania, 1960). Habla así del libro, escrito en el 2007, que acaba de ser traducido al español y en el que nos descubre la inmensa complejidad emocional que acompaña a una vieja tradición albanesa.
Virgen jurada (Errata Naturae) cuenta la historia de Hanna, una joven que cuida de su tío hasta que, ante la inminente muerte del hombre de la casa, decide cambiar su aspecto, empezar a vestir pantalones y (a ojos de la sociedad) convertirse en el varón que sostendrá la familia. Al dar ese paso, gana el respeto de su comunidad, pero también jura nunca acostarse con un hombre y nunca, nunca, volver a ser mujer. Hanna es en realidad un personaje ficticio. Nunca existió. Pero sí lo hicieron Shkurtan, Sanie, Hakie y otras muchas mujeres que, durante los cinco siglos que estuvo viva esta práctica, perdieron su identidad y su libertad sexual para ganar el poder de, por ejemplo, heredar la tierra de sus familias, defenderse portando armas o trabajar fuera de casa.
La opción menos mala
En las llamadas Montañas Malditas, una región rural al norte de Albania, la ley más sagrada que existe es el Kanun. No es un libro ni una doctrina, sino un conjunto de tradiciones orales que dictan la vida social y personal de los habitantes. «A los hombres se les llama la línea de sangre, mientras que las mujeres son la línea de leche», explica Elvira, que conoció esta realidad mientras se documentaba para su novela. «Como mujer, no tenías ningún derecho. Eras el rango más bajo de la sociedad, que estaba ahí para servir al hombre y tener hijos», añade. Los matrimonios eran concertados, en los bares solo había hombres y los cuidados eran tarea femenina.
En una sociedad tan marcadamente patriarcal, el problema llegaba cuando moría el varón. La mujer no podía vivir sola, quedarse con la propiedad de su casa ni ser cabeza de familia. Por eso cambiaban (aunque solo en apariencia) de sexo. Las mujeres tenían que dejar de serlo para poder sobrevivir en un mundo de hombres.
«Es un fenómeno que ha ido muriendo —afirma Elvira—, gracias a Dios». No se sabe con seguridad cuantas vírgenes juradas quedan, pero la cifra va en descenso por la elevada edad de estas mujeres. «En Albania sigue habiendo mucha desigualdad y hay muchísimos feminicidios, pero es cierto que los hombres han ido perdiendo el poder que tenían sobre las mujeres», comenta la escritora albanesa.
La historia de Sanie
Liberarse de los patrones de aquella sociedad es otro de los motivos que empujó a muchas mujeres a convertirse en vírgenes juradas. «Creo que yo era una adelantada a mi tiempo. Lo hice porque no quería que ningún hombre me mandase», le confesó una de ellas a Elvira. Fue cuando la autora, después de haber escrito y publicado el libro y aun con la curiosidad de ampliar la mirada sobre este tema, viajó al norte del país para conocer en persona a estas mujeres.
Cuenta que entrevistarlas no fue fácil, pues tuvo que ganarse la confianza de una de ellas, «que era un poco la jefecilla». Shkurtan acabó cediendo al pacto cuando supo que Elvira era escritora. «Me dijo que no había leído mis libros, pero que sabía que hablaban de historias duras con mujeres como protagonistas». Eso la convenció.

En aquella visita, que acabó grabando y tomando forma de documental, también se dio cuenta de que con su novela había escrito una historia muy real. «Conocí a Sanie, una virgen jurada que se arrepintió de serlo. Ella no había aceptado el juramento por voluntad propia, sino por la muerte de su padre». Como la Hanna de la ficción, Sanie también tenía una hermana viviendo en Nueva York que le tendió la mano para que abandonase Albania, se mudase a Estados Unidos y empezase una nueva vida. «Era tal cual la historia salida de mi libro. Eso me dio la certeza de que lo que había escrito era fiel a la realidad de estas mujeres», confiesa Elvira.
Pero Sanie no es la única que tuvo dudas en algún momento. «Casi todas las vírgenes juradas con las que hablé estaban orgullosas de serlo, pero entre líneas se podía leer que eran mujeres solitarias. La mayoría habían jurado con 15, 16 o 17 años mantenerse vírgenes por el resto de sus vidas. Si escribí esta historia fue como muestra de amor a la soledad de estas mujeres», sentencia Elvira.