
El letón Gints Zilbalodis explora los abismos personales y la elevación divina en este metraje magistral que ha ganado un Óscar y un Globo de Oro a la mejor película de animación
18 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El flujo de un mundo inundado. Un viaje metafórico entre los temores más profundos. Emociones esenciales, pero ininteligibles. Con Flow, Gints Zilbalodis ha dejado clara su capacidad de construir con precisión una realidad detallada más allá de los sueños, que muestra delicadamente como un reflejo en los ojos amarillentos de un gato negro. No es el primer metraje del letón. El salto técnico desde su anterior proyecto, Away, es tan significativo que le ha valido un Óscar y un Globo de Oro a la mejor película de animación, entre otros muchos reconocimientos. El cuidado en el diseño de los escenarios y efectos, el extraordinario realismo en los movimientos líquidos del agua, el magnetismo de cada personaje y la ambientación sonora suponen una indudable delicia para los sentidos. Todo eso, sumado a un lenguaje narrativo fresco, sin ninguna palabra, ha consolidado a Zilbalodis como uno de los indispensables del cine de animación contemporáneo.
El letón parece tener una fijación con los viajes. En Away, un chico recorría en moto —con un pajarillo a la espalda— un mundo amenazador, huyendo de misteriosos y elegantes gigantes negros. Ahora Zilbalodis ha cambiado al chico por un gato, a la moto por un velero renqueante y al pajarillo por un golden retriever, un capibara, un lémur y un ave sagrada. Cinco personajes que se ven unidos por una inundación devastadora y que deben superar sus diferencias y conflictos individuales para regresar a casa. El gato tiene miedo al agua; el golden retriever desea abandonar su jauría de perros irreflexivos y explorar la vida por sí mismo, pero no se atreve; el lémur es avaricioso y egoísta… El capibara, siempre tranquilo, encarna el papel del sabio —el maestro— que los rescata a todos en ese barco viejo, inicialmente varado en la copa de un árbol, como una tímida llamada a la aventura. El ave, por su parte, es una especie de ser místico. Un mártir que se enfrenta a la crueldad de sus iguales y a quien los cuatro amigos transportan hacia la elevación final. ¿Tal vez es ella la cuestión dramática, la pieza que debe reencontrarse con su hogar entre los astros para que el mundo se drene? Es una pregunta que, aparentemente, queda sin respuesta, igual que la función de la extraña criatura de las profundidades —el nuevo gigante negro— que amedrenta y ayuda al gato a partes iguales. Podría ser la comunión con el miedo, incluso su muerte, o la insignificancia de los abismos personales una vez el agua oscura abandona los adentros.
El abrazo de las profundidades
Podría ser, también, el proceso de sanación de una única alma en ruinas. Un alma llena de contradicciones, escondida en cada uno de los animales protagonistas y en los lugares que atraviesan, sembrados de señales (esculturas, dibujos, ciudades, templos...) que parecen los recuerdos confusos de un solo ser humano o una consciencia universal. En ese caso, el gato encarna el ego, la parte de la mente que ansía ascender pero debe aceptar que todavía no está preparada. Primero debe zambullirse en la inmensidad del mar y abrazar a los monstruos.