Ray Loriga en Galicia: «Le he visto las orejas al lobo, sé que todo puede cambiar en un momento»

FUGAS

La mirada frontal, el gesto adusto, calidez en la conversación cuando las preguntas no se hacen muy interesadas. Es cercano guardando las distancias. «TIM» tiene una broma final que rebaja su densidad humana. Ray Loriga estuvo en Galicia, donde tiene raíz y dejó marca
23 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Como El paseo de Walser, pero sin salir de un cuarto. El protagonista de TIM siente que no puede levantarse de la cama. Su paseo es mental, es un segundo infinito, un tirabuzón de memoria y lenguaje. Su autor, Ray Loriga (Madrid, 5 de marzo de 1967), que visitó Galicia la semana pasada y tiene en Vigo una calle dedicada a un tío abuelo, puede levantarse de la cama sin dolor. No duda en responder qué le hace ponerse en pie: leer y escribir. A las siete despierta sin despertador. «Para mí es el mayor de los lujos, echarte a dormir y que el día te levante», confiesa en un encuentro posterior a la presentación de su novela en la librería coruñesa Moito Conto, acompañado de la periodista Fernanda Tabarés.
Cada mañana, un café y a escribir. No le cuesta, dice. «A pesar de que con la edad cada vez me gusta más irme a dormir y estar soñando». TIM es un misterio, una novela «escrita para prolongar un segundo, ese segundo del duermevela, cuando la mente está todavía en ese proceso mágico que es soñar. Donde estás y no eres. Ese segundo en que empiezas a abandonar los sueños y entrar en el mundo de lo real, a regresar a lo que fuera tu vida».
—En «TIM» tiene un estilo reconocible, el de un escritor definido pero versátil.
—Para bien o para mal, siempre me reconozco. Uno siempre sueña con ser un escritor distinto. Con los años que llevo en esto, que son casi 35 años, se va ampliando la caja de herramientas literarias. Con los años hay más oficio y más herramientas. Al principio, pintas con un caja de siete colores. Y después tienes una de esas cajas Rembrandt con toda la gama, y eliges otros colores, pruebas otras cosas... Para mí, es un proceso natural.
—¿La esencia del dibujo es la misma?
—Hay unas constantes: la identidad, el desconcierto, la memoria, la duda constante. El miedo. La vergüenza.
—La memoria complica esta novela. Lo que el narrador recuerda, su madre, Elisa, TIM, la abuela diciendo «Bratislava». Al empezar a leer, ecos de Juan Rulfo o de Proust. ¿Está el narrador atrapado, o perdido, entre la memoria y el lenguaje?
—La memoria tiene un elemento fundamental del lenguaje, porque nos contamos los recuerdos. Los recuerdos no son instantáneas. Son momentos que procesamos. Sucede como con el lenguaje. Siempre hay un ingrediente de fábula. Llevamos un poso y con eso construimos un recuerdo. Es un recuerdo que vamos modificando con el tiempo. De manera no reflexiva.
—¿No reflexiona quien recuerda?
—Los recuerdos son inexactos. Todos hemos hecho la prueba con un hermano. No recordamos los dos lo mismo. De la misma situación donde estábamos los dos tenemos un recuerdo distinto. Es interesante ver la fragilidad del recuerdo, cómo es de maleable.
—La identidad propia es algo que también crean los otros. «TIM» no sabemos quién es, lo que es... Al final sabremos, y es un final desconcertante.
—Pero al final es lo mismo. Es un alma de la existencia, perdida, con las preguntas que se hacen en cada existencia. Se enfrenta a las mismas cosas que cualquiera.
—¿Que cualquiera o cualquiera a partir de una edad?
—Sí. Se va pensando distinto con la edad. Del tiempo de las perspectivas al tiempo de las recapitulaciones hay una diferencia. Cuando uno es pequeño, adolescente, joven, tiene todo un territorio por delante que, por un lado, asusta, pero está lleno de posibilidades y de anhelos.
—De ficciones.
—Sí. Te proyectas en el futuro y te imaginas de una manera. Estás en construcción y te imaginas el edificio terminado. Siempre es más bonito y más alto de lo que lo acabas.
—¿Lo siente así?
—Sí, de alguna manera.
—Ha tenido éxito. No todo el mundo...
—No me puedo quejar. Cuando yo empecé a soñar con ser escritor, me parecía increíble que alguien me publicara un libro.
—¿Se sentía tan inseguro?
—Por un lado vas con todo, sin plan b. «No voy a ser otra cosa en mi vida que no sea ser escritor. Nadie me va a parar». Pero por otro lado hay un Pepito Grillo que te dice: «Esto es muy difícil, verás cómo te rechazan el libro». Desde joven me empezaron a publicar, buenos editores, he tenido una buena carrera, muchas traducciones, he viajado no por el mundo entero, pero por una buena parte, mucho más de lo que esperaba. He tenido más éxito del que razonablemente podía esperar. Y, aun así, la construcción de uno mismo no es solo una cosa. Hay una parte personal, afectiva. No eres esa persona que habías soñado. Volviendo al tiempo de las recapitulaciones, cuando te vas haciendo mayor, miras atrás y ves cosas que ya no puedes cambiar.
—De joven se mira a lo lejos o a lo alto de la escalera. Conforme pasa el tiempo, más el pie que sube el peldaño.
—Claro. El tiempo se va reduciendo.
—Pero no nos acabamos de creer que el tiempo se acaba, ¿no?
—Bueno... No sé si porque estuve muy cerca de palmar una vez, eso me hizo pensar, priorizar, verlo distinto.
—¿Fue lo que más le marcó?
—No sé si lo que más. Para mí tiene más importancia, no sé..., haber tenido hijos. Eso me parece esencial, lo otro es un accidente. Pero la cercanía de un final es algo prematuro. Y sí que hace pensar: «Esta vez me libré por un pelo». Pero le he visto las orejas al lobo y sé que la vida puede cambiar en un momento. Eso te hace tomarte las cosas de otra manera, matizar, cambiar el orden de prioridades.

—¿Cómo lleva la parafernalia literaria, todo lo que no es ponerse a escribir?
—Se me hace raro. Cuando estoy escribiendo, me siento en mi función. Cuando salgo a hacer promoción, unas fotos o un viaje, por un lado está bien, porque es salir de la habitación y estirar un poco las piernas. Salgo de la soledad y el silencio, que es básicamente lo que es escribir, pero por otro lado siento que ese no es el mismo que escribe, es como un tipo que me he conseguido para que me haga ese trabajo y yo pueda hacer este otro [se ríe]. Decía mi amigo Vila-Matas que uno no se siente escritor cuando habla de escribir; se siente escritor cuando está escribiendo.
—Con Vila-Matas tiene mucho... y bromas vilamatianas.
—Con Enrique tengo, primero, una gran amistad. Desde hace muchísimos años. Fue de los primeros escritores con los que fragüé una amistad. Con Marcos Giralt Torrente. Con Pisón. Con Belén Gopegui. Con Luisa Castro, que es de aquí, de Foz. Son unas amistades que unen la afinidad literaria y la personal, las dos van juntas.
—¿Acusa el lastre del personaje, de «rock-star literaria» y el aura de maldito?
—Nunca he sabido qué querían decir con maldito... Me considero un chico formal y educado, intento no meter mucho la pata.
—¿Etiquetas que sirven para vender?
—Sí, pueden servir para ver, y en otro momento ser una condena. La gente no puede comprar mil ideas sobre ti, compra una, para situarte.
—¿El mundo es hoy tan apocalíptico como lo pintan?
—No. Me parece poco realista llamar a esto apocalíptico si lees la historia. Todo ha pasado y en situaciones peores. Cuando mi madre dice: «El mundo está peor que nunca», pienso: «¡Mamá, naciste en el 39!». Guerra Civil, en el patio de tu casa. La Segunda Guerra Mundial, Auschwitz, el exterminio, la bomba atómica...
—¿Recordar es idealizar?
—No es que el mundo que tenías de joven fuera mejor. El mundo siempre ha estado entre lo malo y lo peor, pero tú eras joven. Estabas lleno de vida, de expectativas, notabas esa llama... Y eso es lo que cambia. El decorado viene siendo el mismo, pero si lo pones en Big Data, qué vas a echar de menos, ¿la esclavitud, el Holocausto? Estadísticamente, nunca ha vivido más gente más o menos bien incluso en África. Antes era peor. Cuando mis padres estaban empezando a tener hijos estaba la amenaza nuclear más fuerte que ahora, había pánico nuclear. El mundo también se iba a acabar hace años.
—¿Qué es la literatura?
—Para mí, es la forma. El arte de utilizar palabras para crear cierta belleza. Con pistolas o marcianos o dragones, al final hablamos de la condición humana. Con una forma, un ritmo, un sonido, usando palabras. Esa es la literatura que me importa. Cuando la gente dice «Mi madre tiene una vida de novela», pienso: «Tendrá una novela si la escribe». Ninguna vida, ni la de Napoleón, es de novela si no la escribes bien. Como demostró Beckett, la buena literatura puede salir incluso de la nada. No son los hechos, es más la forma de contar.