Bernard Minier, el superventas francés que redescubre Galicia: «No pude resistirme a usar la calle de la Amargura»

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El escritor Bernard Minier, en un céntrico hotel de A Coruña este miércoles.
El escritor Bernard Minier, en un céntrico hotel de A Coruña este miércoles. ANGEL MANSO

«Toda esa atmósfera gallega genera un clima literario. Yo soy como Thomas Mann, prefiero los cielos nubosos. Galicia era el lugar perfecto para volcar la novela», revela el último rey francés del «thriller» europeo, que acaba de visitar A Coruña y Pontevedra con «Olvidadas»

05 jun 2025 . Actualizado a las 18:08 h.

A cielo descubierto, pero con aire frío, vuelve Bernard Minier (Béziers, 1960) a la calle de la Amargura de A Coruña, que está a tiro de piedra de Berbiriana, la librería donde presenta su nueva novela, Olvidadas. «Hay lugares desprovistos de toda esperanza», observa en su inicio para asomarnos al abismo de dos tramas que alternan cadáveres de ricos con otros de mujeres trabajadoras. Pero matiza que con esa frase, «Hay lugares desprovistos de toda esperanza», no se refiere a Combarro, el lugar que la teniente española Lucía Guerrero debe plantar apresuradamente, en plena investigación de un crimen, para tratar de esclarecer el asesinato de una estrella de la jet set madrileña, amiga de la familia real y de la flor y nata del país. Esa frase que nubla la esperanza es una declaración de principios, la primera carta sobre la mesa de un autor que no se ajusta al dress-code de la novela negra europea.

Minier mide más sus palabras -en un fluido español con leves escapes galicistas- que los hechos de los personajes que se inventa. A lo conflictivo se refiere como conflictual (conflictuel), con una ele sonora marcando la diferencia. Minier es un conquistador de la geografía del detalle. Fabulador con causa, no pierde de vista la vida salvaje de la web oscura ni el fango del mundo real y de la psicología de las personas. 

«El lunes dormí en Zaragoza, el domingo lo hice en Barcelona, el martes aquí en Coruña y esta noche [la del miércoles 28] la pasaré en Pontevedra», cuenta como aperitivo de la conversación sobre Olvidadas, la novela que acaba de presentar en Galicia. Como su inspectora española, Bernard Minier es un ser en movimiento. 

-La doble trama de «Olvidadas» nos hace bajar a la arena de la playa de Padrón, en Combarro. ¿Qué ha traído a Galicia a uno de los «bestsellers» de la novela negra europea? 

-La idea inicial de crear a Lucía fue descubrir ese servicio para el que trabaja, la UCO (Unidad Central Operativa), que tiene su sede en Madrid, pero actúa en distintos lugares de España cuando hay crímenes e investigaciones complejas, para hacer de soporte a las policías locales. En principio, lo que quiero presentar a mis lectores, que son los primeros en leerme, lugares, ciudades y provincias de España que no se conocen mucho. No quiero mandar a Lucía a Toledo, a Sevilla o Barcelona, que se conocen ya suficientemente. No, quiero mandarla a Segovia, a Salamanca, al alto Aragón (al pueblo de Graus, que conozco perfectamente), o aquí, a Galicia... Claro que hay turistas franceses en Galicia, pero no tantos como los que tiene Andalucía. Si vengo aquí, es sobre todo para mandar a Lucía a zonas que no son demasiado turísticas. Aparte de Combarro, que lo es, el resto no lo son tanto, como Malpica.

-Quizá muchos gallegos desconocen el pasado de Malpica como puerto ballenero, que cuenta en su novela.

-Descubrí esa empresa de O Pindo (el último reducto ballenero de Europa). Ocupa dos líneas en el libro, pero la pesca de la ballena es parte de la historia de Galicia. 

-¿Por qué le interesaron Combarro, Malpica, Carnota o A Coruña como escenarios de la primera trama de este libro?

-Galicia tiene mucho parecido con la Bretaña francesa. Los dos estamos al Oeste, frente al Atlántico y tenemos una meteorología peculiar, tormentosa, de niebla, viento... Toda esa atmósfera genera un clima literario, no hay sol. Yo soy como Thomas Mann, prefiero los cielos nubosos, prefiero los primitivos flamencos como pintura que el paisaje solar. Por eso Galicia era un lugar perfecto para volcar la novela.  

-«Hay lugares desprovistos de toda esperanza», comienza escribiendo sobre el cadáver de una mujer hallado en Combarro.

-... Quiero matizar que esa frase se refiere al lugar en el que hubo un crimen, no está relacionada con el lugar mismo en que aparece el cadáver ni con Galicia. Es por esa horrible imagen que aparece en medio de esa playa, como una puerta abierta a las tinieblas que hay en el ser humano. Es el crimen el que se lleva la esperanza del lugar.

-Parece que, como autor, con la esperanza se lleva usted regular. Escribe con golpes contundentes, viendo la condición humana con la realidad en la mano, sin visos de redención. El lugar es parte de las personas, las modela. ¿Cómo condicionan el lugar y el clima la percepción de las cosas y el comportamiento de las personas? ¿En tiempo revuelto germina mejor la novela negra?

-Sí, así pasa exactamente. Siento que estamos todos formados, deformados, por los lugares donde vivimos. No es lo mismo vivir en el monte, en el bosque o en la ciudad. Churchill decía que los hombres hacen los muros y luego los muros hacen a los hombres. Esto es verdad en el paisaje. Mira el paisaje que tenemos alrededor, casi nada es natural. El hombre a lo largo de la historia ha hecho estos lugares, pero después eso influye sobre los habitantes. Yo he estado en muchas ciudades y países del mundo por mi trabajo, Argentina, México, Noruega, Polonia... Y veo que las condiciones de cada país impactan en las personas. En México pasan unas cosas que no pasan en Oslo. En Oslo hay casi seis meses de verano y seis de invierno. Esos seis meses de invierno tienen un impacto tremendo sobre la mente. Cuando era estudiante, solía ver las películas de Bergman, maravillosas pero deprimentes hasta el extremo. Esas películas no existirían si Bergman hubiera vivido en Alicante. El paisaje tiene un impacto sobre la mente.

-El terror nórdico es gélido, tiene una compostura, ¿no?

-Sí, en Oslo ha pasado algo con Galicia que no me había pasado con Martin Servaz [protagonista de la novela Bajo el hielo]. Los noruegos tienen dificultad con los autores de novela negra que vienen de fuera. Tienen los suyos y son muy poco abiertos con el resto, salvo con los americanos. Los autores de novela negra francesa nunca han concebido la idea de entrar en el mercado noruego, escandinavo. La única que lo consiguió un poco fue Fred Vargas... Olvidadas ha conseguido tener un éxito tremendo en Noruega, lo que no había pasado con ningún autor francés. Me lo comentó mi editora, feliz con el fenómeno. Pero curiosamente eso ha pasado con Lucía, no con Servaz. No sé si será que es española...

-Aparte de las tramas criminales, da espacio a la trama familiar, íntima de los personajes, entre ellos esta inspectora de la UCO. Lucía Guerrero es una inspectora con unas armas muy poco convencionales, con perspicacia intuitiva, con problemas y cicatrices. Madre sola, con su madre en estado vegetativo, con una hermana que vive a otro nivel y con la que tiene sus tensiones... ¿El diseño del personaje le ocupa tanto como la trama?

-Sí. Yo considero que en el coro de mi novela lo más importante son los personajes. No hay buena novela si no hay grandes personajes. Puedes tener una trama muy astuta, pero sin buenos personajes no funcionará. Lucía tiene diferencias con Servaz. Flaubert decía: «Madame Bovary soy yo». Yo no soy Martin Servaz, pero él es casi de mi edad, francés... Lucía para mí fue un reto. Es de otra generación (más joven), es mujer, es española. Lucía es un modelo, en el que importan las relaciones conflictivas con su hermana o el problema de su madre. Yo a los estudiantes de literatura siempre les digo que hay que superar la realidad e ir hacia la ficción. Es decir, que trabaje la imaginación. Nunca hacer un personaje partiendo de una persona como tal. Fue lo que pasó con Lucía. Yo no pienso, al crear un personaje, en provocar la empatía del lector. Eso sería una forma de manipulación, algo artificial. Como diría Patrick Modiano, yo parto de la realidad para construir una ficción.

-Pero parte de la realidad, de una realidad contemporánea, del mundo desconocido de la web oscura. Los incels, como en la serie «Adolescencia», salen del armario para mostrar ese actuar con odio arrancando del miedo a algo que no saben gestionar.

-Sí, el miedo a las mujeres. A los incels (célibes involuntarios) los descubrí a través del trabajo de una criminóloga española, Beatriz de Vicente, que habla de todas las formas de criminalidad que hay hoy en internet. Hay un capítulo o dos dedicados a los incels. Ahí descubrí la existencia de estos hombres, incapaces de mantener una relación romántica o sexual con las mujeres. Se van a Internet, forman comunidad y van armando una estructura que desarrolla la misoginia y la violencia hacia las mujeres. Acusan a las mujeres de todos los males, animan a los hombres a someterlas de todas las formas posibles. Sí, el nudo de la novela es la violencia contra las mujeres, contra esas mujeres gallegas que salen muy temprano de casa para ir a trabajar y son secuestradas. La primera víctima en Madrid es Marta Millán, una mujer también, pero de clase alta, no como las otras, como las invisibles, Las olvidadas. Y en medio, una mujer que investiga, Lucía. El tema central es ese: la misoginia, la masculinidad hostil, la manosfera desinhibida que existe. Los incels son parte de eso. 

-La web puede albergar monstruosidades, pero no es la web, ¿es el factor humano? El poder, la corrupción, la codicia, una madre que marca con su odio a otras mujeres. Hay cosas que van en nosotros sin que seamos conscientes. ¿Es la web un espejo gigante de algo que ha existido siempre?

-La web es muchas cosas. Es la posibilidad de reunirse para seres que vivían apartados, cada uno en su rincón, porque se sentían monstruosos. Ahora ese ser (por ejemplo, un pedófilo) que se veía como un monstruo ve que en la web hay otros como él. Es lo mismo para todo tipo de perversiones. La monstruosidad siempre ha existido, pero internet le da un eco, una posibilidad de expandirse que no existía antes. En este caso, en el de la novela que acabo de publicar, la web es la gran mina de información de la historia de la humanidad. Nunca había existido antes... Quizá la web es la primera vez que el hombre crea algo que no entiende. Esta fuente de información le permite a alguien que sabe utilizarla conseguir datos de todo el mundo sobre usted, sobre mí y sobre cualquiera. Hemos creado algo que se nos escapa, que no controlamos. Todos los vicios, trastornos, perversiones y parafilias tienen su lugar en la web, en la que están todos los aspectos de la humanidad, los buenos y los malos. 

-¿El experimento con el niño Albert, de los años 40, es real?

-Sí. Tengo pasión por esos experimentos psicológicos. El ser humano es siempre un cobaya. En el pasado, hubo muchos experimentos psicológicos y psiquiátricos que se parecían mucho a la tortura.

-Es interesante cómo lo que uno siente y piensa está condicionado por lo que le inoculan, por eso que le han metido en la cabeza desde niño. ¿Cómo manipula el escritor al lector?

-¡Eso es un experimento psicológico aparte! Sí es una manipulación, aquí esa manipulación es un juego. No es una novela social, sino que quiere sorprender al lector. Otra forma de manipulación que hay es inventar algo para mostrarle al lector otra forma de realidad. Vargas Llosa escribió un libro sobre grandes obras literarias del siglo XX que se titula La verdad de las mentiras. Toda ficción es una mentira, pero es una mentira que quiere decir una verdad. Mostramos al lector una verdad a través de una mentira. Lo llevamos de la mano a través de nuestras historias para hacerle sentir una realidad. El trabajo del novelista nace de una profunda insatisfacción con el mundo. El intelectual muestra, o quiere mostrar, el camino de la razón. El novelista cuenta sus límites. Milan Kundera dijo que el espíritu de la novela es el de la complejidad. Y esto es así desde la primera novela moderna, que es el Quijote. El espíritu de la novela es: «Te voy a enseñar a comprender antes de juzgar». En las personas está ese deseo de juzgar antes de comprender. 

«Me llama la atención una cosa: en Francia, cuando hay un movimiento social es violento siempre (rompemos cristales, quemamos los coches); en España, aparte de lo que pasó con los independentistas en Barcelona, no he visto nada...»

-Esta novela es también una denuncia del poder.

-Sí. Está el mundo de las olvidadas, de la gente humilde, y está el de las grandes fortunas. Eso ocurre en todo el mundo. Pero me llamó mucho la atención una cosa: en Francia, cuando hay un movimiento social es violento siempre (rompemos cristales, quemamos los coches); en España, aparte de lo que pasó con los independentistas en Barcelona, no he visto nada... Incluso el de los indignados fue un movimiento pacífico. ¿Por qué en España no hay esa violencia social que tenemos en Francia? ¿Porque es mejor el Gobierno español? No creo... Imaginé en la novela que en España puede haber en algún momento una violencia como la de Francia. De momento, es una ficción.

-Un escritor coruñés me decía el otro día que un escritor es un ser entre clases. ¿Está de acuerdo?

-Sí. Me parece muy interesante. En mi última novela publicada en Francia, Hache, hay un personaje que es presentador de televisión. Ha salido de un barrio marginal de París y de repente se encuentra entre la alta burguesía. Él considera a su familia política revolucionarios de salón.

-¿El narrador es el personaje más importante de una novela?

-El punto de vista. A mí el narrador que más me interesa es la tercera persona. Vemos todo a través de este personaje. Entendemos el mundo a través de ese mundo de punto.

-Es de nota el conocimiento de Galicia que muestra en la novela. ¿Tiene un vínculo familiar con la terriña o es el resultado de su trabajo de campo para documentar «Olvidadas»?

-He estado aquí, he entrado en las casas, he hablado con la gente y me han llevado a lugares como ese pueblo abandonado, en medio del monte, en el que hay una sola casa ocupada, no vamos a decir por quién. Ese pueblo existe, en él hay una sola casa en medio de la nada. Todos los lugares que aparecen en la novela existen. Por ejemplo, cuando estuve en A Coruña, descubrí la calle de la Amargura y no pude resistirme a utilizarla... Ayer estuve en esa calle, ¿entra el sol alguna vez?

-¿Se siente como escritor como una casa abandonada en medio del bosque?

-Para trabajar me aíslo. ¿Abandonada? No, diría más como una casa vacante, una casa que espera ser ocupada, que alguien la llene de muebles, de vida, de gente, incluso de gente incómoda.