James Rhodes: «Hay conciertos de clásica en los que hasta yo quiero pegarme un tiro»

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El pianista, escritor y filántropo James Rhodes, en junio en Santiago.
El pianista, escritor y filántropo James Rhodes, en junio en Santiago. Lavandeira jr | EFE

Apasionado por Galicia, irreverente y profundamente comprometido, el pianista actúa este viernes en el festival IKFEM, en Tui

19 jul 2025 . Actualizado a las 13:12 h.

«Gustaríame facer esta entrevista en galego pero aínda non me vexo capaz», advierte James Rhodes (Londres, 1975) al comenzar esta charla. Galicia se ha convertido en su territorio fetiche. Hasta el punto de que lleva tiempo buscando una casa para instalarse aquí. «Pero está complicado», señala. «Hay gente más rica y más rápida que yo, y aunque he hecho un par de ofertas, no las he conseguido. Ahora tengo ese asunto pausado porque el verano no es un buen momento, pero seguiré buscando», asegura.

Desde que llegó a España, hace ocho años y medio, Rhodes se ha convertido en un personaje singular. Tanto por su irreverente y desprejuiciada manera de expresarse en el ámbito de la divulgación de la música clásica como por sus múltiples facetas como activista social comprometido en causas como el abuso infantil, la salud mental, la defensa de los derechos humanos o el acceso universal a la cultura.

Hoy viernes (22.30 horas) actúa en la alameda de Santo Domingo de Tui, en el marco de la programación del festival IKFEM. «Va a ser mi primera vez en Tui. Qué vergüenza, ¿no? Yo que soy tan fan de Galicia y nunca he ido a Tui... Mis amigos me están diciendo que es un paraíso», comenta.

—¿Cómo va a ser el concierto?

—Para mí va a ser un sueño. Imagínate a un niño de 7 u 8 años, con la fantasía de tocar piezas de Chopin, Brahms y Rachmaninov en un escenario bajo las estrellas al aire libre, tocando un piano Steinway de cola de 180.000 euros para la buena gente de Tui. Es que yo flipo. Todavía a veces pienso: «¿Pero qué carajo ha ocurrido para que llegué yo aquí?».

—Los ideales del IKFEM son «la música como transformación, la armonía social y la sanación». Pocas personas pueden encajar mejor con esos valores que James Rhodes.

—Muchas gracias, pero no soy el único, obviamente. Vivimos en una época complicada y si existe algo con lo que yo pueda ofrecer un momento de pausa y un poco de respiración en medio de esta mierda, ya me doy por satisfecho. Tocar 75 minutos en un lugar donde no hay redes sociales, no hay corrupción, no hay políticos, no hay publicidad, no hay realities... donde solo hay música, es algo importantísimo.

—Hablando de redes sociales, tú fuiste un poco vidente, te marchaste de Twitter antes de que llegase Elon Musk.

—[Se ríe] Las redes sociales pueden ser la cosa más estúpida que los humanos hemos inventado en toda la historia. ¿En qué estábamos pensando? Yo no sé la cantidad de amenazas de muerte, de odio y de cosas tan chungas que se manifiestan a través de las redes. Y con total impunidad. Yo no quiero pertenecer a un mundo así. Toda la vida he tenido problemas con los matones. Y hoy en el mundo hay matones en todas partes. Desde en el Congreso hasta Donald Trump, Elon Musk... ¡Ya basta! En marzo cumplí 50 años y sentí que era el momento de cambiar de chip. Había un grito en mi cabeza que me decía que ya no tengo el chichi para farolillos. No voy a hacer nada si no me provoca una chispa, cierto nivel de alegría. Y, desde luego, las redes no me lo provocan. Tengo Instagram porque estoy obsesionado con la fotografía, pero bajo ninguna circunstancia volvería a esa cloaca que es X.

—En la nota de prensa que ha mandado el festival te citan como «el pianista más revolucionario de nuestro tiempo».

—¡No deja de ser gracioso, eh! Si me ven así, imagínate los problemas que hay en el mundo de la música clásica. Si el que alguien suba al escenario en vaqueros y hable un par de minutos sobre una composición de Chopin para ellos ya es lo más revolucionario del mundo es que estamos jodidos. Para mí, lo importante es la música. Y punto. La manera que tienen de presentarse los músicos de clásica, por lo general, es un asco. Es como si estuvieran yendo a misa. Todo tan sagrado, con tantas reglas. Tienes que comportarte de una manera superestricta... Pues no.

—¿Crees que sobra pedantería y erudición en la música clásica y que falta un poco de humildad?

—Sí, claro. ¡Es que no ha cambiado en 200 años! No soporto esa idea de que el mundo de la música clásica solo pertenece a gente adinerada, con mucha educación y superculta. Si no rompemos con ese estereotipo, dentro de 20 años, ¿quién va a ir a un concierto al Auditorio Nacional o al Teatro Real? Nadie. Pero, por algún motivo, la inmensa mayoría de los responsables de esta industria no quieren que se abran las puertas a todo el mundo. Eso me da una tristeza enorme. Y por eso me hace tanta ilusión no solo tocar en el Liceo o en el Palau de la Música, sino también en el festival Sonar, en los Jardines del Botánico o en este concierto de Tui.

—¿Cómo se puede acercar la música clásica a las nuevas generaciones?

—Mira, normalmente un concierto de clásica son dos o tres piezas de media hora cada una. Hasta yo me quiero pegar un tiro a veces. Por eso yo pensé: «¿Qué pasa si toco nueve piezas de seis o siete minutos y entre cada una explico un poquito el contexto, de forma que el recital se convierta en una especie de banda sonora para contar una historia íntima y personal?». Y eso es lo que hago. Eso sí, siempre fiel a esos compositores que son mis ídolos.

—Han pasado 11 años desde que publicaste «Instrumental. Memorias de música, medicina y locura». Con esa perspectiva, ¿cuánto te ha ayudado y a cuánta gente ha ayudado ese libro?

—No quiero parecer narcisista, pero hay dos cosas importantes de ese libro. La primera es que me dio un micrófono para ayudar a conseguir la Ley de Protección Infantil que entró en vigor en España en el 2021. Eso es algo de lo que estoy superorgulloso. Y la segunda es que gracias a ese libro conocí a mi mujer. Ella lo leyó, le gustó, me escribió y ya llevamos ocho años y medio viviendo juntos en Madrid.

—¿Cuál es la revolución pendiente más urgente en este momento?

—¿Con o sin cebolla? (se ríe). Es que no sé... Hay tantas. Yo creo que estamos en un punto casi nuclear, en el que vamos a tener que resetear desde cero y empezar de nuevo. No sé si estamos jodidos hasta el punto de que nunca vamos a recuperarnos, pero estamos muy mal. Es bastante evidente. Las guerras, la corrupción, los multimillonarios jodiendo al resto... Hay tantas revoluciones pendientes. Por eso es que es muy fácil caer en un bajón. Yo, la única salida que he encontrado es cuidar mi pequeño trozo del mundo: mi pequeño jardín, mi mujer estupenda, mi perro divino, mi piano, mi cámara o mi fundación.

—En tu programa en la Ser, «Clave de Rhodes», siempre les preguntas a tus invitados por su canción favorita, ¿cuál es la tuya?

—Cualquiera de Serrat. Estoy enamoradísimo de él. O cualquiera de Bowie. Antes de llegar aquí, lo único que había oído de música española era Julio Iglesias. Pero, de repente, con 40 años llego a un sitio y descubro a Serrat, a Sabina, a Extremoduro... Se me abre un mundo. Si tuviese que elegir una sola canción sería una de Charly García que se titula Eiti Leda. No puedo escuchar ni dos compases sin llorar. Es la canción más bella del mundo mundial.

—¿Estás al corriente de la música que se hace en Galicia?

—Sí, claro. De hecho, en este festival estarán Fillas de Cassandra y soy muy fan de ellas. También de Xoel López. Pero lo que más me encanta de la música gallega es que tiene una manera maravillosa de mezclar la tradición folklórica con el mundo de la música moderna. Me parece un golpe de genialidad, porque siguen siendo fieles a sus raíces al tiempo que exploran los límites que la tecnología ofrece ahora.

—En numerosas ocasiones has mostrado tu interés por aprender gallego, ¿por qué?

Porque o galego é un idioma moi musical, moi bonito e forma parte das vosas raíces. Eu apenas falo galego, pero estouno aprendendo porque é algo que me parece vital. Me da mucha rabia que el idioma gallego esté en peligro de desaparecer. Todos tenemos la responsabilidad de protegerlo. Casi con nuestras vidas. Yo flipo con la cantidad de gente que dice: «No, no. Tenemos que hablar solo en castellano». ¿Pero por qué? Nunca voy a entender eso.

—Siempre hablas de lo bueno de los gallegos, pero también habrá algo que no te gusta de nosotros.

—Son cosas principalmente relacionadas con los políticos, como Altri. También me da una vergüenza y una rabia tremenda las listas de espera del Sergas. Pero eso no tiene nada que ver con los gallegos. Tiene que ver con gente que prefiere gastar millones de euros en luces de Navidad en vez de en un buen sistema sanitario.