Una fórmula que solo vale si no has amado

María Cedrón REDACCIÓN

FUGAS

Celine Song usa la comedia romántica para hablar del amor como relación comercial

12 sep 2025 . Actualizado a las 16:24 h.

No se confíen. Las comedias románticas son un modo de caer en la trampa del amor ideal que siempre acaba bien. Al menos para los protagonistas. Y todos somos protagonistas de nuestra película. Materialist Materialistas en su versión doblada en España— podría ser una comedia romántica. Pero su directora, Celine Song, se encarga de que vaya mucho más allá de eso. No es necesario hacer ningún espóiler para saber cómo acabará la historia. La sutileza de las imágenes rodadas en celuloide de 35 milímetros para mostrar a los actores sin filtros y los detalles que desliza en la narración no permiten la sorpresa de un final inesperado. No lo hay. Pero lanzan un mensaje filosófico que anuncia el propio título. Porque materialist es también en su acepción en inglés aquella persona que tiene la teoría de que nada existe excepto lo que ocurre, se mueve y modifica. E incluso a la hora de encontrar el amor ideal las cosas pueden modificarse aplicando la fórmula correcta. Pero esa ecuación no sirve si alguna vez se ha conocido el amor.

Lo que pone sobre la mesa la directora es un asunto tan universal como el afán humano de encontrar la pareja ideal, aunque solo sea por una razón tan primigenia como la de la supervivencia de la especie. En este caso el hada madrina o celestina no es una aplicación de citas. Tampoco una de aquellas secciones de anuncios por palabras de la era predigital que solían comenzar con «señor o señora busca....». Es una actriz fracasada reconvertida a casamentera (matchmaker) que trabaja para una agencia de lujo que intenta buscar el producto ideal para unos clientes que se mueven entre los miembros de la clase media o alta de un Nueva York en el que los salarios de 150.000 dólares anuales rozan lo inaceptable para quienes buscan la pareja ideal. Porque en el mundo de Lucy Mason, interpretado por Dakota Johnson, los candidatos a novio o novia, marido o mujer, son ingredientes necesarios para conseguir el objetivo claro de prosperar y ser admirados en ese mundo de lujo que esconde sus cloacas.

Pero resulta, mecachis, que a veces no todo gira en torno a ese amor-vanidad en el que todo se hace por conveniencia, una forma de amar que ya describió Stendhal. Y de repente un día alguien se da cuenta de que a las sábanas de algodón de 1.500 hilos —no digo que lo sean las que utiliza Pedro Pascal (Harry) para la cama de su dormitorio del apartamento de 12 millones dólares en el que vive— o al beso que parece ideal les falta algo. Quizá un baño minúsculo en un piso compartido como el de Chris Evans (John), que trata de abrirse camino como actor mientras trabaja en una empresa de cátering para bodas. Entonces puede que la fantástica relación comercial que se logró al aplicar la fórmula perfecta quizá no sea tan buena como se creía al principio.

No todo es cubrir un hueco a toda costa para tratar de tapar soledades o alimentar egos. Porque al final no importa que se cumpla el sueño. Lo importante es soñar con la perfección de lo imperfecto.