El fenómeno de sor Isabel, la artista de la luz: «Me acuesto a las cinco de la mañana y me levanto a las siete»

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Pinta de sol a sol desde los 12 años y triunfa con su obra desde hace décadas. «Se puede ser pintora y monja», evidencia

10 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Isabel Guerra (Madrid, 1947) es pintora y monja. Esta mujer autodidacta, que acaba de inaugurar su exposición El fluir del tiempo en Madrid con la Fundación Ibercaja, se toma muy en serio su trabajo. Tanto que vive en una especie de maratón pictórica entre exposiciones y encargos. Solo sale prácticamente del monasterio cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza, para inaugurar exposiciones y el resto del tiempo lo dedica a su fe y al arte. En cierto modo se la ve un poco desbordada por el número de encargos que tiene que atender y porque le han coincidido varias exposiciones muy juntas. Así que prefiere ir al grano.

­—Últimamente, parece que labora más que ora...

—No, no, no. Orar es una realidad para cualquier cristiano, el trabajo como oración. Pero Dios no nos pide que estemos todo el día rezando, sino que también trabajemos. Además, el trabajo siempre es oración si se hace bien y con buena intención. Trabajar es muy bueno.

­—¿Desde cuándo le viene su pasión por la pintura?

—Desde niña. Hice mi primera exposición individual en Madrid a los 15 años. Empecé a pintar con 12 años de sol a sol. He tenido inclinación por la pintura, desde bebé. Siempre estaba jugando con lápices y papeles. Era una de las cosas que más me podían entretener. Y con los años, fui viendo que me atraía de una forma excepcional, que era mi camino en la vida. Se convirtió en mi vocación.

­—Entonces, convive con dos vocaciones, la cristiana y la artística...

—La pintura es mi vocación en general, como una persona que va a trabajar y va a dedicar su vida a un oficio. Y luego está mi vocación personal. Se puede ser pintora y monja al mismo tiempo, o pintora y casada o lo que sea.

­—Es conocida como la pintora de la luz, ¿cómo definiría su obra?

—El creador, si es auténtico, sigue el impulso de su corazón y de su mente. Esa es mi manera de ver, pero yo no intento buscar la luz porque sí. Es mi forma de hacer. Y quienes contemplan mis cuadros ven una luz que les llama la atención, que les coge un poco el corazón y el pensamiento. Ven una transparencia. Y yo me alegro muchísimo de ello, pero no busco hacer cosas especiales para emanar esa luz. Es algo que sale espontáneo. Se tiene o no se tiene. No creo en la búsqueda especial de la luz sí o sí. Además, la lectura que cada uno puede hacer de una obra es algo muy complejo. Y no todo el mundo ve los cuadros o piensa igual de ellos.

­—Le han encargado muchos retratos, ¿tiene predilección por ellos?

—A mí me gustan todos los géneros. Y creo que el retrato no es el que más me podría definir. Me gusta mucho más crear mi propia obra.

­—Entre ellos destaca el que le hizo al papa Francisco. ¿Cómo fue la experiencia?

—Ese retrato lo hice porque me lo encargó la Conferencia Episcopal para presidir uno de los salones de su sede de Madrid. Y me fui a Roma a ver a un papa, que, en realidad, no le gustaba nada que le hicieran retratos y mucho menos posar. Pero fue una experiencia muy bonita y muy interesante.

­—También ha retratado al expresidente Lambán, recientemente fallecido.

—Nos conocíamos de hace muchos años y desde un primer momento tuvimos una sintonía muy especial. Fue él el que pidió que fuera yo quien hiciera su retrato oficial para las Cortes de Aragón, donde están todos los presidentes retratados. Y a partir de ahí, empezamos a tener un contacto que nos llevó a tener una relación muy personal, de la que me siento muy feliz por haber conocido tan en profundidad y tan de cerca a un hombre magnífico, al que admiro profundamente. Y hasta los últimos momentos de su vida hemos estado manteniendo esa bonita relación. Me siento muy feliz de haber hecho ese retrato por el que tenía mucha ilusión.

­—La inspiración y el trabajo artístico, a veces se llevan mal con los plazos de entrega. ¿Pero cuánto tiempo le puede dedicar a uno de sus cuadros?

—Ningún cuadro es igual. Y hay algunos que tienen más complicaciones que otros o la inspiración tarda más en llegar. O empieza de una manera y acaba siendo de otra. Por eso, es imposible calcularlo. Ahora, no soy de las personas que se eterniza con las cosas. Eso no me agrada nada. Normalmente, todo lo que se marea demasiado no es lo que sale más fresco o espontáneo o no está en consonancia con la personalidad de quien tienes que retratar.

­—Enlaza una exposición con otra y además se le acumulan encargos. ¿Cómo lo lleva?

—Sí, tengo varios eventos todos a la vez y eso ya no depende de mí y tengo que hacer el esfuerzo. Muchas veces me estoy acostando a las cuatro o cinco de la mañana para levantarme a las siete. Es circunstancial, pero tampoco puedes decir que no a las cosas que te piden porque no sabes qué va a pasar mañana.

­—¿Le da cierto rubor reconocer que sus cuadros se cotizan a elevadas cantidades?

—Bueno es que yo no lo sé. Y no me da cierto rubor, me da cierta pena hablar de arte y pensar en este tema.

­—Pero ese hecho implica un reconocimiento hacia su trabajo y a su valía.

—Hoy en día, tal y como está la sociedad, hay de todo menos coherencia. Hay pintores y artistas emergentes que pueden alcanzar en un momento dado una cotización tremenda, que es totalmente engañosa. Hoy, lamentablemente, se puede comprar un cuadro de primerísima fila por cantidades irrisorias y se puede pagar por un plátano pegado a una pared con una cinta dos millones de dólares. Les da lo mismo. Es un mundo loco. Ahora mismo, la sociedad hace muy poco caso de las artes, y de la cultura en general. Por desgracia, existe de todo menos cultura.