Carme Riera, premio nacional de las Letras: «Aprendí a leer tarde, en vez de decir ''mi mamá me mima'' decía ''mi mamá me pega'' o cualquier barbaridad... Me inventaba las palabras»
FUGAS
La Premio Nacional de las Letras Españolas 2015 vino al mundo en catalán. «Sin mi abuela y sin Mallorca buena parte mi literatura no existiría», afirma la escritora y académica, que comparte en «Gracias» un ramillete de intimidades de medio siglo de un arte con más cuentos que cuentas
16 oct 2025 . Actualizado a las 12:56 h.Cincuenta años después de aquel Sant Jordi de 1975 en que llegó a la Rambla puntualísima para presentar su primera obra, Carme Riera (Palma de Mallorca, 12 de enero de 1948), letra n en la Real Academia Española, lleva aún en el cuenco de la mano como una canica aquella intuición temprana. Que es escritora para seguir con los cuentos que, en un caserón de Palma de Mallorca, le contaba su abuela Catalina, cuando ella era una niña con trenzas «escuchimizadas» que mira cómo juegan sus hermanos en el jardín de esa casa familiar que no olvida la autora de Te dejo, amor, en prenda el mar.
—¿Quiénes son el tú y el usted a los que se dirige en particular al dar las gracias con que titula este nuevo libro?
—Pues usted o tú. Toda la gente que ha hecho que a lo largo de estos 50 años mi literatura no sé sintiera tan sola.
—Nacen sus «Gracias» de un deseo: que podamos ver las costuras o toda la utilería de su «costurero», esa intimidad del proceso literario. ¿Ha sido un esfuerzo grande abrir el «costurero» de autora?
—No, no, ha sido fácil. Suelo usar el costurero... Me encanta que haga esta referencia que he usado muchas veces en literatura. Me acuerdo del esfuerzo que hice para describir la llegada de un tren a una estación italiana usando las piezas de un costurero. Me gusta tener confianza con los lectores, es como si estuviésemos tejiendo a la par cada libro.
—¿Cómo se recuerda de principiante, cuando no tenía editor ni un lector?
—Con estupor. Con una sensación agridulce. Con Franco preparado para el despegue de pista, pensando que vendría una España distinta, con una ilusión enorme... Pero lo agrio fue que me quedé detrás de un montón de libros un montón de horas hasta que apareció un chico que abrió el libro tímidamente. Y le dije: «Si me lo compras, te lo dedico». Fue importantísimo para mí dedicar uno. Uno solo. El otro día dediqué el primer libro de Gracias a un lector. Y me hizo mucha ilusión.
—¿Sigue la ilusión de las primera veces?
—Sí, me emociona, me encanta pensar en esa primera persona que se me acerca con un libro mío en la mano.
«Si quieres escribir bien, tienes que hacer que las palabras digan exactamente lo que quieres decir, y a la vez que tengan alas»
—La batalla del escritor, cuenta, se libra con la precisión de la palabra. ¿Aún hoy le cuesta encontrar las palabras precisas?
—Sí, es un esfuerzo. Si quieres escribir bien, tienes que hacer que las palabras digan exactamente lo que quieres decir, y a la vez que tengan alas. Es la connotación, esa otra posibilidad que tienen las palabras. Eso cuesta, pero se aprende.
—¿Es literal que debe reprimir las ganas de darle un beso a quien ve con un libro suyo en vez de con un móvil?
—Absolutamente literal. Es un impulso, pero no lo hago. Podría ser acusada de asedio sexual...
—¿«El amor es el opio de las mujeres»?
—Sin duda. Pero estamos reaccionando bastante bien. Ya no estamos tanto en ese opio particular. Nos interesa nuestro entorno, el trabajo... Antes, solo se nos consideraba en relación con ese sentimiento, que es notable, no el único.
—Escribe para salir al encuentro. ¿Cuál es el poder del diálogo con un libro?
—Yo lo pruebo con los libros que leo. Muchos me producen una sensación extraordinariamente positiva porque cambian mi punto de vista.
«Muchas veces para saber de sentimientos y de las épocas hace falta un texto literario. No tanto un libro de historia como una ficción, como el Quijote. Quien no ha leído el Quijote está incompleto»
—¿A veces más que las vivencias?
—Por supuesto. Muchas veces para saber de sentimientos y de épocas hace falta un texto literario. No tanto un libro de historia como una ficción. El Quijote explica muchas cosas de los moriscos en España.
—Hay grandes personajes en este libro: Cervantes, la abuela Catalina, y su tía con su recelo hacia George Sand y su lista de cosas prohibidas entre la gente bien...
—Mi tía era extraordinaria. Cuando estaba enferma e ibas a llamar al médico, decía: «¡No, no, yo así no lo puedo recibir!». Para el médico había que estar presentable.
—¿Escritora gracias a su abuela Catalina?
—Sí, digo que soy escritora, más que a los cuentos, gracias a las historias que me contaba de un pasado familiar interesante. Su confesor, nada menos que hermano de don Antonio Maura, le negó la absolución porque no quería que ella siguiera con el novio que tenía entonces, un pintor. Y ella decidió hacerse monja. Esas historias espolearon mi imaginación.
—¿Qué tienen que ver cuentos y clavos?
—¡Mucho! Lo dijo Chéjov, si aparece un clavo en la primera línea, el personaje ha de acabar colgado en él, pues todo lo que aparece en el cuento tiene que tener un sentido y quedar cerrado. Un cuento también se parece a un chiste.
—¿El autor es un cazador de detalles?
—Los autores y autoras somos personas normales con un ojo más abierto. Si voy a merendar con mis amigas a una cafetería me fijo en cosas en las que no se fijan. Escribir es fijarse en otras cosas.
—Aprendió a leer muy tarde, revela. ¿De las últimas de la clase?
—Sí, y al ser de las últimas en aprender a leer no te ponían orejas de burro, ¡pero casi! Iban pasando un libro de niña a niña y yo en vez de decir «mi mamá me mima» decía «mi mamá me pega» o cualquier barbaridad. Inventaba las palabras y la monja quedaba horrorizada. Para salir del paso de no saber leer, imaginaba. Era muy despierta en imaginación.
—Ya había una semilla de rebeldía quizá...
—Puede ser. La rebeldía aún me acompaña hoy.
—¿Qué perdemos si desaparece ese género que rescata y reivindica en «Gracias», la carta?
—Hoy la gente ya no escribe cartas, manda wasaps. Y eso hace que la manera de sentir no sea la misma. Sin la carta, no hay espera. Que desaparezca es un desastre, un drama.
—¿Habla más con sus personajes o con los lectores?
—¡Yo hablo mucho con mis personajes! De Pirandello a Unamuno se ha hablado de la importancia de los personajes que van en busca de los autores. Nuestra línea entre la locura y la cordura es un poco débil...
—¿Cuesta hacer vida normal cuando se está creando una historia?
—Sí, porque vives dos vidas. Estás haciendo la cena y piensas en ese personaje... Y se te puede quemar lo que estás haciendo.
—¿Cómo ve de salud la narrativa española contemporánea?
—Hay autores que me interesan mucho, pero me da miedo un fenómeno, el de esa literatura para gente joven en la que veo que el tipo de mujer por el que nosotras luchamos desaparece y plantea aspectos de sumisión femenina que me entristecen mucho. Veo que la literatura que triunfa de chicas jóvenes es la que plantea ese tipo de opciones. Es la que más crece en redes entre las chicas jóvenes. Da miedo.