Imágenes íntimas en la Red

Manuel F. Blanco PSICÓLOGO CLÍNICO

GALICIA

12 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Vivimos en la civilización del ojo absoluto, tal como la ha definido Gérard Wajcman. Actualmente, todo se hace visible y transmisible. Las máquinas que permiten elevar lo más íntimo a lo público están instaladas y ya no se pueden parar. Internet y las nuevas tecnologías permiten hacer de cada usuario un editor y difusor de información e imágenes. Esta posibilidad, la extensión de lo visible, es nueva en la historia y se produce al mismo tiempo en que la barrera del pudor y los velos sobre lo íntimo son cada vez más tenues, lo que provoca un empuje al exhibicionismo generalizado. Nuestras fotos de familia están a la vista de todos en Facebook. Recordemos que Mark Zuckerberg, fundador de esta red social, afirmaba: «Hay que romper el lazo entre lo secreto y lo íntimo, porque ese lazo es una herencia obsoleta del pasado».

Muchos adolescentes y jóvenes se han tomado al pie de la letra esta consigna. En mi trabajo clínico compruebo cómo muchos chicos y chicas dan a conocer a sus contactos sus experiencias sexuales y difunden imágenes comprometedoras con la ingenua creencia de que su destinatario nunca traicionaría su amor o confianza. Aunque, por supuesto, no solo es cuestión de jóvenes: recordemos el caso de Olvido Hormigos, que ha obligado a legislar sobre esta materia.

Hasta no hace mucho se pensaba que, para vivir feliz, había que cuidar la privacidad, que no todo debía ser mostrado, pero en el mundo actual, especialmente en el de los jóvenes, parece que nada existe si no puede verse en una pantalla. La reabsorción de la vida en la hiperconexión virtual tiene como consecuencia que, para estar seguro de ser alguien, hay que mostrarse permanentemente sin diferenciar lo público de lo privado. Soy si me miras: ser visible es ser. La necesidad de captar la mirada, y el valor dado a la imagen, favorece la tendencia a mostrarse, ignorando, entre otras cosas, que esa imagen es imborrable y nos puede retornar de la peor de las maneras. Qué lejos parece quedar la sabiduría clásica que nos advertía de que quien confía su secreto pierde su libertad.