El día que nació el fraguismo

serafín lorenzo SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

CESAR QUIAN

Hace hoy 25 años, Manuel Fraga obtenía su primer triunfo electoral en las autonómicas y comenzaba un dilatada trayectoria de tres lustros en el poder

17 dic 2014 . Actualizado a las 09:53 h.

Sucedió en Moscú a finales de mayo del 2002. Corrían los primeros meses del que sería su último mandato y Fraga había retomado con brío su apreciada agenda exterior. En la Escuela de Estudios Políticos de la antigua capital soviética, un centenar de alumnos atendían la conferencia del presidente gallego. La plúmbea disertación sobre medio siglo de singladura política dejó paso a un distendido coloquio.

Fraga se relajó, el auditorio se animó y un diputado de Siberia se sinceró con el visitante. «Si hace veinte años me dicen que estaría con un ministro de Franco, pensaría que antes podría ir a la luna», confesó. El de Vilalba replicó con un chiste que por entonces circulaba por Internet. Franco resucitaba y se encontraba con un nostálgico del régimen, empezó a relatar. El caudillo, prosiguió Fraga, preguntaba por quién gobernaba en España. Su interlocutor le respondía que Aznar. «¿El periodista?», inquiría el dictador. «No, no, su nieto», aclaraba el segundo. Tras preguntar por la portavocía del Gobierno que ocupaba Pío Cabanillas y jugar con la confusión con el padre que fue ministro del régimen, el enredo finalizaba con una interpelación de Franco sobre Galicia. «¿Y quién manda allí?». «Fraga», apuntaba el confidente. «¿Su nieto?», elucubraba el dictador. «No, no, el mismo de siempre».

La anécdota era reveladora en varios planos. Denotaba que el «patrón» tenía sentido del humor, diluido a menudo por un temperamento a punto de ebullición. También que era consciente de su pasado y que estaba dilatando al máximo su carrera política. Y además, por el lugar en el que tuvo lugar, ilustraba el peso de la figura de Fraga, para el que se abrían puertas que otros no podían franquear. Incluso en el embrión del viejo comunismo.

Hoy se cumple un cuarto de siglo de la primera victoria del hombre que presidió la Xunta durante tres lustros. Aquel 17 de diciembre de 1989, el PP supera con 38 escaños al PSOE de Laxe (28), al BNG de Beiras (5), a la entente PSG-EG de Camilo Nogueira (2) y a la Coalición Galega de Xosé Luís Barreiro (2). Fraga se resarce en Galicia de sus fracasos electorales en España. Lo hace de la mano de la reivindicación de un galeguismo moderado, tan próximo a Ramón Piñeiro como alejado de Castelao, que fue clave para configurar el fraguismo. Su retorno a una Galicia en aquel tiempo muy convulsa políticamente permitió aglutinar sensibilidades dispersas en el centroderecha. Fue un retorno perfectamente medido, que Romay Beccaría anunció cuando Barreiro planeaba con el PSOE la moción de censura contra Albor.

Fraga no saltaba sin red. Un movimiento clave para asegurarse la mayoría era ganar para la causa a los Centristas de Galicia de Victorino Núñez, con los que la antigua AP ya mantenía ententes electorales desde 1985. La operación se gestó en Madrid en el verano de 1988. «Xa non teño idade para andar facendo o ridículo». Fraga se confesó a Núñez y comenzó a amarrar los votos que necesitaba para iniciar su reinado. Ya al frente de la Xunta, el PP emprendió tras las municipales de 1991 la captación de alcaldes. Aunque Centristas concurrió a esos comicios locales, solo tuvo resultados significativos en la provincia de Ourense, donde superó en 20 puntos al PP. La disgregación del partido en las otras tres provincias convenció a Núñez de que el futuro pasaba por una fusión que brindó 43 escaños a Fraga en 1993 y afianzó una senda de mayorías absolutas asentada en el dominio territorial de sus barones.

Pero su llegada a la Xunta también había tenido repercusión en el PP. Menos de un año después de la subida triunfal de Fraga a Galicia, Mariano Rajoy bajaba a continuar su aventura política en Madrid, tras ser relegado de la secretaría general del PPdeG para dejar paso a Cuíña. Previamente, en abril de 1990, Fraga había dejado las riendas del partido a nivel nacional a José María Aznar, en aquel cónclave de Sevilla en el que proclamó el liderazgo de su sucesor «sin tutelas ni tutías». Y sin embargo su relación fue agriándose con los años hasta devenir en tempestuosa.

Fraga, que prefería a Isabel Tocino para el timón del partido, se había plegado ante las recomendaciones de Rodrigo Rato, Federico Trillo, Juan José Lucas y Álvarez Cascos. Aznar se empapó de galleguismo en la primera mitad de los 90. Cuíña le entregó el carné de afiliado número uno del PPdeG en la romería de Monte Faro de 1991. Mientras aguardaba la oportunidad para saltar a la Moncloa, Aznar transigía. Lo hizo incluso con el controvertido primer viaje del presidente de la Xunta a Cuba. Con guayabera, Fraga compadreó con Fidel Castro en la tierra en la que se conocieron sus padres. Aquel viaje precedió a su mediación para liberar de la cárcel a presos de conciencia. La Xunta llevó un balance puntual durante años.

Pero todo cambió a partir del segundo mandato de Aznar, nefasto para el discurso autonomista del Fraga más reivindicativo. Chocaron en la reforma del Senado, que venía planteando desde 1990 (y que todavía sigue pendiente), y en la presencia de las comunidades en el Consejo de la UE. Ese distanciamiento se agravó con la crisis del Prestige, posiblemente el peor momento en la carrera del hombre que estuvo más de 50 años a bordo del coche oficial. El PP aprovechó para saldar cuentas con Cuíña y aupar a Feijoo. Fraga superó mociones de censura de PSdeG y BNG. Aunque sacó adelante las municipales del 2003, su imprevista decisión de buscar un quinto mandato en el 2005, con 82 años, propició una salida con derrota. Tras un discreto paso por el Senado, falleció en enero del 2012. Pero la Galicia actual no se entiende sin aquella etapa que empezó hace hoy un cuarto de siglo.