
Que el flamante director de la RAE Darío Villanueva perciba el Premio Fernández Latorre como un grito de ánimo, un empujón, en la importante empresa que afronta
06 oct 2015 . Actualizado a las 15:00 h.Es rara la semana que pasa sin que desde algún lugar del extranjero lleguen a los periódicos despachos de agencia donde se informa de las intensas actividades de Darío Villanueva como director de la Real Academia Española. Su apretada agenda se le complicó aún más cuando en diciembre pasado fue elegido para el cargo por sus compañeros de corporación. ¿Qué vieron en él como para otorgarle 28 de los 35 votos posibles?
El profesor Villanueva era ya persona bien conocida en aquella casa. Había ingresado en la Academia en el año 2007, y desde el 2009 ocupaba el cargo de secretario, en el que conoció todos los entresijos y mecanismos de la RAE. Sabía bien de qué iba la cosa, pero llegaba en un momento difícil para la institución. Esta estaba notando la factura de la crisis, y para afrontar la situación hacía falta una persona con ciertas dotes. Y Darío Villanueva tenía en su haber experiencias como sus dos mandatos como rector de la universidad compostelana, que gobernó con un presupuesto de 150 millones de euros y una plantilla de 3.500 personas.
Era la persona adecuada. A ese perfil de hombre con capacidades para patronear el buque se añadía su talla intelectual. El filólogo ejerce la docencia, hace crítica literaria y es autor de numerosos libros.
Darío Villanueva llegó a la dirección de la Academia con una idea clara de la situación. El Estado había recortado su aportación a la RAE, como a muchos otros entes que sustentan y hacen avanzar la investigación, la ciencia y la cultura. El nuevo director ha tenido que explicar reiteradamente el papel de la institución en el mundo hispanohablante. Va a tener que seguir haciéndolo si quiere penetrar en la cabeza de algunos políticos. Pero sabe que no puede limitarse a pedir, aunque sea teniendo derecho a lo que se solicita. «Hemos de buscarnos la vida», dijo en La Voz a los pocos días de acceder al cargo. Y en ello está.
Sin embargo, lo más importante es lo que va a hacer la Academia para cumplir su lema de «limpia, fija y da esplendor». En lo poco que va de siglo se han abordado tareas pendientes de suma importancia. Las más importantes para los hablantes han sido el Diccionario panhispánico de dudas (2005), una ortografía minuciosa, documentada y razonada (2010), la apabullante Nueva gramática de la lengua española (2009-2011), en tres volúmenes que suman más de 4.500 páginas, y la vigésima tercera edición del Diccionario (2014).
Podría parecer que ya está todo hecho, pero no es así. La lengua evoluciona, por lo que la labor de actualización y perfeccionamiento de las obras donde la Academia plasma su norma y sintetiza saberes y reflexiones sobre el español ha de ser permanente. En marcha están proyectos clave, como el diccionario histórico, que antaño no logró prosperar, o ediciones tan exquisitas como las de la Biblioteca clásica. En los últimos años hemos visto cómo la RAE ofrecía desinteresadamente su obra en Internet, lo que ha conllevado una caída de las ventas de las ediciones impresas y, consecuentemente, de los ingresos. Una marcha atrás es impensable. Habrá que dar con fórmulas que permitan acercar la obra académica a los hablantes como un auténtico servicio público. Ese es un reto de Darío Villanueva.
Que el flamante director perciba el Premio Fernández Latorre como un grito de ánimo, un empujón, en la importante empresa que afronta.