«Ahora vivimos todo el tiempo con nervios»

rebeca cordobés / L. l. REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Benito Ordoñez

Los miembros de la familia milagro, que sobrevivió al accidente del Alvia, todavía sufren secuelas psicológicas

22 jul 2018 . Actualizado a las 22:45 h.

Las tragedias, igual que los milagros, no se olvidan. Aquel 24 de julio de hace cinco años permanece en la memoria de todas las víctimas. Demasiadas vidas se quedaron en las vías de la curva de Angrois, y las que consiguieron llegar a su estación no volvieron a ser las mismas. Así lo corrobora Yessica Medina Casteñé, madre de la familia de cuatro miembros que sobrevivió al peor día de Galicia: «Es lo malo de los accidentes. Por mucho que lo superes, siempre te va a quedar algo».

Carlos, el hijo mayor, cuya imagen abrazando un dinosaurio en la habitación del hospital enterneció a toda España, es el más afectado «a nivel emocional». Tenía 7 años cuando tuvo que «sacar a su hermana de un mes de un vagón» que se convirtió en tumba. Para un niño de esa edad «no es fácil», explica Yessica. «Aparte de todo lo que estaba viendo». Ahora, con 12 años, «todavía sigue con pastillas, con psiquiatras, con psicólogos». La hija pequeña, Teresa, que cumplió 5 años el mes pasado, «no se enteró, gracias a Dios». Ella es el milagro de Angrois, como repite su madre: «Que le cayesen encima sillas, maletas, mesas... y haya salido viva es un milagro». Igual que lo es «que se hayan salvado cuatro personas de la misma familia».

Los hubo con menos suerte. Yessica piensa en el caso de otra familia: «No recuerdo si murieron él o ella y uno de los niños». Quien sí permanece en su memoria es aquella niña que salía de las vías en brazos de un bombero, uno de los héroes de aquella tarde. «Después del accidente recuerdo haber visto a la niña sola, llorando, y esa imagen no se me olvida nunca. La cara de terror de la niña, eso no se olvida».

Hay imágenes, sonidos e incluso sensaciones que quedaron grabadas a fuego en la cabeza de Yessica y de muchas de las personas que viajaban en el Alvia 04145. «El tener que pasarles por encima a personas fallecidas para tú poder salir de un vagón, eso no se te olvida nunca. Ni los gritos. Todavía a veces escucho a la gente gritando en el tren».

Aquel 24 de julio supuso el final de muchas vidas y un punto y aparte para otras. «Ahora todos vivimos todo el tiempo con nervios», confiesa Yessica, que no ha sido capaz de volver a montar en un tren de larga distancia porque tiene «terror a que vuelva a pasar lo mismo». Carlos, su hijo, «tampoco se atreve». Algo comprensible si se tiene en cuenta que, además, «era la primera vez que montaba en un tren rápido. La primera y la última».

El miedo, los nervios y la ansiedad van más allá de las vías e impregnan todos los aspectos de su vida. Yessica explica algún ejemplo: «Les tenemos terror a las velocidades rápidas. Tuve un viaje a Tenerife y me desmayé con una crisis de nervios cuando el avión fue a despegar».

Para ellos lo peor no fue el accidente, «sino todo que viene después». Hace tiempo que las fracturas que Yessica sufrió en el accidente se curaron, pero las heridas invisibles son las más complicadas.

En aquel momento vivían en Ferrol, donde «todo el mundo sabía la historia». «Íbamos a la heladería de la calle Real y nos paraba la gente: “¿Ustedes son...?”. Es más, mucha gente nos agarraba para tomarnos fotos y yo les decía: “¿Pero qué te pasa? No somos famosos por algo bonito, fue un accidente”. La gente no tuvo tacto en ese sentido. Me veían con muletas, veían que no podía caminar y me paraban».

Ahora viven en Madrid, adonde llegaron en febrero del 2016 escapando del paro. A Carlos «le hizo bien cambiar de ambiente, cambiar el que la gente siguiera preguntando». Pero el traslado tampoco fue un camino de rosas para el más afectado de la familia. Su primera profesora en la capital «mostró el vídeo» del descarrilamiento «en plena clase y al niño le dio una crisis de ansiedad», se queja Yessica Medina, que confiesa que ella «todavía hoy en día» no puede ver esas imágenes.

Todo esto solo empeoró el estado de nervios y aceleración que padece el menor desde hace cinco años. El que le hizo deshacerse de todos los dinosaurios que durante un tiempo fueron su tesoro. «No quiso saber nada más» de aquellos muñecos. Sus padres los regalaron un año después de la tragedia porque «le daban crisis cada vez que los veía». Le ocurrió de forma especial con aquel peluche amarillo que perdió en el accidente. «El dinosaurio que le devolvieron del tren nos hizo sacarlo de casa enseguida. A la semana se lo lavamos, se lo pusimos en la habitación y eran gritos y gritos de “sácalo, sácalo”».

Volver a la vida

Poco a poco lo va superando y, aunque «continúa con el tratamiento», parece que lo peor ya ha pasado, piensa su madre. A ella le dieron el alta «hace un año», pero confiesa: «Cada vez que hay alguna noticia del tren, se me viene todo a la cabeza [...] y me pongo fatal». En su caso, las secuelas no son solo psicológicas. «Todavía tengo el bulto en la espalda que no se me quitó nunca. Se convirtió en un quiste y no me lo pueden quitar porque está alojado muy cerca de la columna», lamenta.

Pero, como todas las madres, prefiere pensar en la suerte que tiene de que sus hijos estén aquí: «Damos gracias siempre, sobre todo de que se hayan salvado los niños». Y no solo a Dios. «Recuerdo la cara de toda la gente que nos ayudó», afirma. El accidente que les cambió la vida fue también un regalo, una segunda oportunidad con la que no contaron 81 pasajeros. «Ahora nos cuidamos más».