
En 1996 había 11 ayuntamientos con menos de mil habitantes, ahora hay ya 31
21 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.A Fonsagrada es el municipio de mayor extensión de Galicia. En sus 438 kilómetros cuadrados cabrían con holgura cuatro veces Barcelona y casi doce superficies como la de A Coruña. Pero el ayuntamiento lucense reparte su territorio solo entre 3.670 vecinos, casi los mismos que los que viven en la parroquia viguesa de San Miguel de Oia, una de las más rurales de la ciudad olívica y que ocupa solo un 0,91 % de lo que mide A Fonsagrada.
Lejos de ser una excepción, el municipio de la montaña lucense es el paradigma de la transformación acelerada que está viviendo Galicia por el efecto de la despoblación, agravada además por la caída demográfica: cada vez menos habitada en el campo y en el interior, y con más concentración poblacional en las urbes y los municipios de sus entornos.
Por mantener A Fonsagrada como termómetro demográfico gallego, su densidad es de solo 8,3 habitantes por kilómetro cuadrado, como 7,9 tienen A Gudiña y Manzaneda, 6 Laza, 5 Cervantes, 3,1 A Veiga, 2,8 Chandrexa de Queixa y de solo 2,7 en Vilariño de Conso, el municipio donde resulta más fácil encontrar espacios deshabitados y más complicado es cruzarse con vecinos a lo largo de sus 200 kilómetros cuadrados de superficie.
Los veinte ayuntamientos con menos densidad de población de Galicia ocupan 3.574,9 kilómetros cuadrados (el 12 % del territorio de la comunidad). Por establecer una comparación, solo mil kilómetros cuadrados menos que toda la provincia de Pontevedra. En ese espacio de baja ocupación habitan tan solo 21.337 personas.
En el extremo contrario
Los veinte municipios con mayor densidad residencial suman una extensión de 940,9 kilómetros cuadrados (el 3,18 % de Galicia), y en ese espacio conviven 1.116.531 personas.
Por tanto, 3.574 kilómetros cuadrados con 21.337 vecinos frente a 940 kilómetros con 1,11 millones de habitantes. Esa es la realidad poblacional con la que Galicia encara la tercera década del milenio y la planificación de su futuro, una foto con dos escenarios bien distintos y que requieren de muy diferente atención.
En este momento siete de cada diez gallegos viven en el 17,6 % del territorio de la comunidad, el que conforman los 55 ayuntamientos con más de 10.000 vecinos. El 30 % restante del censo se dispersa a lo largo de las 258 localidades que tienen entre menos de mil y 10.000 habitantes y que abarcan 24.359 kilómetros cuadrados, o lo que es lo mismo, el 82,36 % del mapa de Galicia.
La densidad del grupo más poblado es de 362,6 personas por kilómetro cuadrado. El de menos presencia humana, de tan solo 33,5. Y la media de Galicia, 91,5.
A Coruña es el punto donde se registra en Galicia la mayor concentración poblacional, con 6.457 habitantes por kilómetro cuadrado, aunque se dispararía en la manzana más saturada de la comunidad a 109.145 vecinos, a tenor de la proporción que marca por hectárea el espacio formado por las calles Alcalde Liaño Flores con Luis de Camoens y la ronda de Outeiro.
Vigo es el segundo núcleo con más gente en menos espacio (2.685 habitantes por kilómetro cuadrado) y siguen a ambas ciudades: Ourense (1.248), Burela (1.221 por cada uno de sus 7,3 kilómetros cuadrados), Vilagarcía (847), Ferrol (817), Oleiros (805), y A Illa de Arousa (720).
Aunque ciudades como A Coruña, Ourense o Ferrol han visto aligerada su presión residencial en comparación con 1996, desde ese tiempo es el campo gallego el que registra la peor evolución. En 21 años las localidades de menos de 10.000 habitantes han perdido 134.117 residentes, el 14 % de su poder poblacional. Aun así, a esas alturas de finales del siglo XX había 11 concellos con menos de mil habitantes, y hoy son 31. Hay dieciocho localidades menos en el grupo de entre 5.000 y 10.000 vecinos y de 28 municipios de entre 10.000 a 15.000 habitantes se pasa 21 años después a tan solo 21. Las villas medias sufren también así la caída demográfica y la despoblación de sus parroquias al perder 72.749 residentes en total.
Crecen en cambio las urbes de más de 20.000 censados; hay ahora cuatro más: Ames, Cambre, Culleredo y Ponteareas.
Europa aboga por aplicar una discriminación positiva en favor del medio rural
La primera motivación de la despoblación viene dada por la ausencia de recursos para mantener un nivel de vida acorde con el entorno y la época. La emigración acumulada es más alta en los enclaves que han ido perdiendo masa demográfica, generando otro revés poblacional: el envejecimiento y la falta de relevo generacional. Y ambos juntos originan otra situación igualmente adversa: más gasto por la dispersión que lleva aparejada la despoblación y la atomización de sus núcleos residenciales, y un coste también superior por las necesidades educativas, sanitarias, sociales y cuidados que requiere una sociedad envejecida y con pocos niños.
Solo en gasto escolar, la dispersión que registra Galicia dispara hasta tres veces sobre la media estatal los costes de transporte y comedor, según ha puesto de manifiesto la Administración autonómica a la hora de reivindicar un nuevo patrón de reparto de la financiación territorial que garantice la igualdad de oportunidades de la población. El sobrecoste de la atención sanitaria de una sociedad de edad avanzada ha sido cifrado también por la Xunta en casi 500 millones de euros al año.
Esos efectos económicos, pero sobre todos los sociales de la despoblación, han sido señalados ya específicamente por el Parlamento Europeo como los generadores de un impacto social similar a los que provocará el cambio climático, pero no se atisban aún ni mentalización global ni políticas acertadas, ni para un fenómeno ni para el otro.
Ourense y Lugo forman parte del escenario trazado en rojo por la Eurocámara, al ubicarlas en sus estudios en los dos últimos lugares de las 317 provincias y demarcaciones del continente en índices de envejecimiento. Y Bruselas advierte que, en lo que se refiere a población, Europa irá a peor.
Para tratar de contener los efectos demográfico y poblacional adversos, la UE aboga por aplicar una discriminación positiva en favor del medio rural, que frene su emigración crónica y evite que siga perdiendo empleo, y por tanto acelerando su envejecimiento. Reducir la jornada de trabajo para dar opciones a lograr mayores cuotas de conciliación y mejores registros natalicios; apuntalar el transporte público y las telecomunicaciones en el campo, así como ser más exigentes en cuanto a los resultados de las inversiones en dicho medio son algunas de sus recetas.