Espacios como O Pindo, víctima de las llamas en el 2013, no se han recuperado, y aldeas cercadas durante la gran ola de fuegos del 2006 vuelven a estar en riesgo

María Cedrón
Vitor Mejuto

Implacable. No hay otro adjetivo que describa mejor el efecto de las llamas sobre el monte. Porque la huella de incendios como los que esta semana arrasaron decenas de hectáreas entre los concellos de Dodro y Rianxo tardará años en borrarse. Un recorrido por algunas de las zonas arrasadas durante los fuegos que asolaron en el 2013 la costa que discurre desde el monte Louro, en Muros, hasta O Ézaro, en Dumbría, o durante la gran ola de incendios del 2006 que incluso llegó a provocar una lluvia de cenizas sobre las playas de la ría de Arousa prueban que no es fácil que la naturaleza recupere el pulso de antaño pero, además, que no aprendemos de los errores.

La subida al mirador de O Ézaro desde la única cascada de Europa que cae al mar es escarpada. «Ao chegar un pouco máis arriba ides ver un anaco de cemento e tedes que meter primeira», advierte un vecino a los turistas que avanzan en coche hacia lo alto por la misma ruta por la que discurrió la Vuelta Ciclista a España. El camino es empinado hasta tocar esa atalaya rocosa que se levanta sobre el mirador. Desde ahí los turistas otean el infinito. Pero entre el horizonte y ellos está la imagen de O Pindo salpicado de troncos muertos que sobresalen entre las flores amarillas de los tojos. «Es una pena cómo está todo esto», comenta una de las turistas que han subido hasta lo alto de las rocas para disfrutar del impresionante paisaje.

Han pasado más de cinco años, pero parece que fue ayer cuando el fuego convirtió el monte en un campo de batalla. Desde lo alto, muy en el fondo, hay tres casas que se ven minúsculas, tres viviendas que sobrevivieron de milagro a las llamas. Joaquín vive en una de ellas, la más alta. Nació en O Ézaro, el pueblo del concello de Dumbría que está abajo, junto al mar. Con los años cruzó el río Xallas para levantar, a unos 500 metros, una casa a los pies del escarpado y rocoso monte Pindo, en el vecino concello de Carnota. En septiembre del 2013, cuando las llamas convirtieron ese Olimpo celta en un volcán, vio como el fuego destruía el tendido eléctrico que cruza junto a su casa y como el calor derretía los canalones de un hogar que había levantado con trabajo, mucho trabajo. «O lume chegou ata aí arriba», recuerda ahora, cinco años y medio más tarde, señalando con una caña de pescar que «veu de San Campio» el esqueleto de los árboles que todavía cubren el monte que rodea su casa. «Os piñeiros ben che din ata onde chegou o lume», dice. Y faltó poco para que las llamas destruyeran la casa de Joaquín, ubicada en la parte baja de la ladera que linda con la carretera que separa el monte del mar.

La casa de Joaquín está justo en la falda de O Pindo. Las llamas estuvieron a punto de acabar con ella, pero él no se fue y ganó la batalla al fuego
La casa de Joaquín está justo en la falda de O Pindo. Las llamas estuvieron a punto de acabar con ella, pero él no se fue y ganó la batalla al fuego VÍTOR MEJUTO

«Andei vixiando toda a noite, botando auga para frear o lume. Isto parecía un volcán»

«Veu a Garda Civil e dixo que había que marchar, pero eu non deixo a miña casa. Ou vanma pagar eles? Andei vixiando toda a noite e botando auga para frear o lume. Despois aí arriba prenderon por baixo para cortar o lume que viña de arriba, e isto parecía un volcán. Os helicópteros estaban máis arriba, pero o lume cruzou tamén o río», recuerda.

Aquella noche de septiembre del 2013 en la que O Pindo y O Ézaro quedaron envueltos en llamas, los vecinos de los pueblos levantados junto a ambos montes encerraron el miedo en casa y con el agua como arma protagonizaron una lucha titánica contra un fuego que acabó destruyendo la naturaleza que poblaba ambas montañas, pero no pudo con sus casas. Tuvieron miedo, mucho miedo. Los agentes de la Guardia Civil les recomendaron marchar, pero nadie quiso irse. «Tiña a nena pequena, como ía marchar e deixar todo aquí?», recuerda una vecina que vive al otro lado del puente, en O Ézaro. No se dejaron evacuar porque tenían mucho que perder. Toda su vida. Todavía se ve el rastro de las llamas que incluso quemaron uno de los barcos anclados en la bahía. «Caía moita charamusca e viña dar á praia», cuenta otra vecina.

En el monte, antes cubierto de coníferas, florecen ahora los tojos, alguna xesta y algún que otro eucalipto salpicado entre las rocas. Los pinos no han vuelto a brotar. Los vecinos creen que no volverá a ser como antes.

Con todo aquella madrugada de septiembre fue terrible. «Era un día de nordés. O lume _recuerda_ veu dende Valdebois, en Carnota. Subiu por aí arriba e cruzou o río Xallas, chegando ao monte Ézaro». No resulta extraño que la huella de aquel desastre permanezca porque este hombre curtido no recuerda nada igual en años. «Ardera outra vez hai 30 ou 35 anos, pero non foi comparable», explica. Y hecha la vista atrás para hablar de los días en los que recorría el monte Ézaro, que también fue entonces pasto de las llamas. «A xente ía ao monte para coller leña, había cabalos, cabras, ovellas... O monte estaba limpo. Aínda que prendera, non ardía. Ás veces subían co gando ou a buscar leña e para facer a comida prendían un lume, pero nunca lles escapaba porque estaba todo limpo», cuenta.

Manuel Antonio es uno de los vecinos de Ézaro que emigraron a Reino Unido. Sus padres todavía viven en el pueblo
Manuel Antonio es uno de los vecinos de Ézaro que emigraron a Reino Unido. Sus padres todavía viven en el pueblo VÍTOR MEJUTO

«Non estaba aquí aquela noite, pero empezáronme a chegar vídeos. Todo estaba ardendo»

Efecto de la despoblación

Pero cuando él era niño, hace medio siglo, había mucha gente en O Ézaro, en O Pindo, en Quilmas... Luego se fueron marchando. Emigraron a Francia, Alemania, Estados Unidos, Suiza, Reino Unido... El monte fue quedando abandonado y los rocosos montes desnudos que ahora ven los turistas que suben hasta el mirador de Ézaro fueron quedando al albur de los elementos.

Ahora la regeneración es complicada. No dejan los vecinos de tener razón en eso, aunque no todo es culpa del fuego. A falta de conocer con exactitud las características del enclave concreto al que se refieren, el catedrático de Edafología y Química Agrícola Francisco Díaz-Fierros apunta que esa zona «con ou sen lumes, ten unhas condicións de solos que fan moi complicado que carballos e o castiñeiros, medren. Concordo totalmente cos paisanos. A xente, en xeral, non acepta facilmente que lles digas que estas especies son moito máis esixentes en solo que os piñeiros e eucaliptos, polo que aqueles só poden medrar cunha certa seguridade en solos dunha certa fondura e fertilidade». En este sentido, añade que en suelos con poca profundidad y con mucha roca como el de las laderas de O Pindo «so medran, e con dificultades os piñeiros e, sobre todo, os eucaliptos».

«Con ou sen lumes, O Pindo ten unhas condicións que fan moi complicado que medren os carballos ou os castiñeiros»

Pero matiza que «a posible erosión que puidera ter afectado polos incendios a eses solos, non creo que rebaixara as condicións de fondura e fertilidade como para ter influído na situación actual. Desde hai moito tempo, as estribacións do Pindo, teñen unhas condicións pésimas para a medra de especies forestais esixentes como son o carballo e o castiñeiro».

Confurco, la aldea cercada

A poco más de sesenta kilómetros de Ézaro, bordeando la pista que lleva desde Pontecesures a la aldea de Confurco, en Padrón, pueden verse carballos que sobrevivieron a las llamas que asolaron la zona en el 2006. «Moitos carballos, outros non, volveron brotar co tempo, pero hainos que aínda teñen a corteza queimada», recuerda una vecina que vive en un lugar que aquel día acabó convertido en una ratonera. «Había moito fume filliña. Asfixiábase un», recuerda. La Guardia Civil quería evacuar la zona, pero ningún vecino quiso irse. No importó que estuvieran totalmente acorralados. Porque los dos accesos que hay para llegar a la aldea son pistas estrechas por las que apenas cabe una motobomba. Pero ellos prefirieron hacer frente al fuego para salvar lo que tenían.

José Martínez, escoltado por sus perras Lana y Nani, posa frente a su casa, en Confurco
José Martínez, escoltado por sus perras Lana y Nani, posa frente a su casa, en Confurco VÍTOR MEJUTO

«Logramos que o lume non acabara coa carballeira. Onde había eucalipto ardeu todo. É o peor. Nin corta o lume, nin fai nada»

A escasos metros de la casa donde viven esa mujer y su marido, José Martínez prepara la tierra para sembrar. Apoyado en el sacho recuerda la lucha que sostuvieron con las llamas: «Logramos apagar o lume e que non acabara coa carballeira. Onde non quedou nada foi no monte onde había eucalipto. Porque iso é o peor. Nin corta o lume nin fai nada. Foi todo moi rápido. En dúas ou tres horas ardeu todo. Ata me ardeu a viña e un bombeiro queimouse aí arriba tratando de apagar», explica José Martínez.

Han pasado más desde doce años desde aquel día en el que las llamas cercaron a estos vecinos. La casa de José está cerca de la ladera quemada, repleta ahora de nuevo de eucaliptos. El entorno de Confurco vuelve a ser un hervidero porque el bosque que se levanta en torno a las pistas, el mismo lugar en el que se refugia el jabalí, vuelve a estar cubierto de maleza seca.