«Cuando conocí a las personas que nos rescataron, se me paró el mundo»

Pablo Varela / A. A. A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

eduardo perez

Amar Basic, coruñés de origen bosnio, halló a los miembros del avión que trajo a su familia huyendo de la guerra en 1992

29 nov 2019 . Actualizado a las 13:15 h.

«Quise dedicar aquel día de mi vida a hacer algo que hoy me deja orgullosa», cuenta Aurora Aznar. Al otro lado del teléfono, relata su aventura como auxiliar de vuelo a bordo del avión Torre de Hércules, que el 1 de diciembre de 1992 aterrizó en Lavacolla con 170 refugiados de la guerra de los Balcanes. Por aquel entonces, Aurora tenía poco más de veinte años, pero aún se acuerda de Amar, uno de los pasajeros. «Lo veo en los brazos de su madre, con unas manoplas», rememora.

Amar Basic es coruñés desde que llegó con apenas quince días al aeropuerto de Santiago. Él añade un matiz: «Nací el día 13 de noviembre, pero siempre digo que me dieron la vida el 30». Él y sus padres, Elvira y Miko, dejaron atrás su Bosnia natal para embarcarse en un avión humanitario que salía de Skopje. No sabían a dónde iban. Solo que se marchaban sin saber hasta cuándo. «Nos dieron cintas de colores para colgar en las maletas, porque iban a ser repartidos por toda Galicia», explica Aurora.

El destino inicial de Amar y su familia, A Coruña, resultó ser su hogar definitivo. Pero las imágenes de lo que quedaba atrás siguieron ahí, como un baúl recubierto de polvo. Amar decidió abrirlo cuando comenzó a trabajar como auxiliar de vuelo en la misma empresa que fletó el avión que lo rescató. Así inició su rastreo para encontrar a la tripulación del Torre de Hércules 26 años después.

El pasado 30 de octubre, el Teatro Kapital de Madrid acogió una fiesta solidaria que, cada año, celebra el Sepla Ayuda. Toñín de Ulibarri, uno de los organizadores, guardaba una sorpresa muy especial para los asistentes. «Entre el público estaba Amar, que consiguió mi número semanas antes. Me dijo que trabaja en Iberia después de que nosotros le hubiésemos salvado la vida. Y nos encontró a través de un grupo de extrabajadores de Aviaco en Facebook. Luchó durante años para conocer a las personas que lo habían traído», relata. 

Destino final: La Paz

Ulibarri fue uno de los ideólogos de aquellas operaciones de rescate en los Balcanes que recibieron el nombre de «Destino final: La Paz». Los vuelos se sufragaron con los propios fondos del Sepla y nadie recibió compensación económica alguna. No la quisieron. «Era una guerra que estaba aquí al lado, en Europa», advierte Ulibarri. Los avisaron de los peligros: hubo problemas para tomar tierra y los pasajeros que iban a auxiliar estaban a dos horas del aeropuerto, cercados por las tropas serbias y bajo una cuenta atrás para un bombardeo inminente. «Entre todos, decidimos quedarnos ocurriese lo que ocurriese», zanja Toñín. 

Memorias de Skopje

Entre los que pudieron asistir a la destrucción de la antigua Yugoslavia estaba Carlos Pérez Torres. Él comandó el vuelo en dirección al territorio de la actual Macedonia junto a su segundo, Miguel Ángel González. «Asumimos un riesgo, porque tuvimos reticencias para salir por el espacio aéreo griego, pero al final lo conseguimos». De aquel vuelo recuerda su visita relámpago a la ciudad, con casi todas las tiendas cerradas. «Se veían las miserias de la guerra. Entré en un estanco y compré un perro de peluche, al que puse de nombre Skopje y siempre me recordaba a aquel episodio», cuenta.

Por sus retinas todavía pasan otros recuerdos menos gratos: los rostros de tristeza de los ocupantes del avión al despegar. Aurora describe qué escuchó al irse: «El silencio. Y, de pronto, algún llanto. Tengo grabadas las imágenes de las miradas tristes por las ventanillas, como si estuviesen despidiéndose». 

El reencuentro en Madrid

Amar vive casi siempre en el aire. Y a veces, entre A Coruña y Madrid. Cuando subió a abrazar a Toñín y Carlos en el palco de Kapital en la fiesta del Sepla, se quedó mudo. «Al conocer a las personas que nos rescataron se me paró el mundo», describe. Ante él, caras que no visualizaba, pero que le eran familiares. También nervios. «Cuando supo que estábamos organizando el encuentro, Carlos pidió a su mujer que arreglase un poco a Skopje porque el perro se iba a una casa nueva», cuenta Amar, que decoró con el peluche su sala de estar.

Él, que aún persigue una fórmula para reunir a todos los pasajeros que dejaron atrás el horror con aquel vuelo, resumía tras un silencio aquella peripecia de 1992: «Ganó el mensaje de que ser solidario te lo devuelve de alguna forma».