Su faceta más política fue como delegado del Gobierno en Galicia, pero donde de verdad disfrutó este ingeniero aeronáutico fue dirigiendo la Aviación Civil española. Ahora vive un plácido retiro
20 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.El gesto risueño y afable de Manuel Ameijeiras resiste el paso del tiempo como un signo de identidad indeleble. Tiene 70 años y lleva seis jubilado, así que ahora practica la sonrisa y la risa con la libertad de estar ya alejado de los cargos de responsabilidad que ocupó, algunos como político en sentido estricto -fue cinco años delegado del Gobierno de Zapatero en Galicia- y otros como ingeniero aeronáutico que hace política en el aire, lo que en realidad más le ha interesado siempre. Fue director general de Aviación Civil cuando José Blanco era ministro de Fomento y a ellos se debe aquel espectacular desafío que dejó sin armas a los controladores aéreos, poniendo al Ejército al mando del tráfico aéreo. «El decreto ya estaba redactado, pero los controladores no se creían que fuéramos capaces de llegar a eso». Quizás esta etapa es la que evoca con más nostalgia. En Aviación Civil trabajaba con sus amigos.
En aquella reunión, la noche del 3 de diciembre del 2010, estaban también dos puntales del socialismo español que ya fallecieron: Carme Chacón (Defensa) y el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba, con quien Ameijeiras jugaba al fútbol en el equipo de Químicas en sus años universitarios. Fue en la Universidad Politécnica de Madrid donde también conoció a Josep Borrell, ingeniero aeronáutico como él, que lo nombró delegado territorial de Obras Públicas en Galicia.
Ameijeiras siempre se movió en esa dialéctica de técnico y político, de político y de técnico. «Cuando trabajaba como técnico me decían que era político, cuando mi función era básicamente política, me decían que era demasiado técnico». Manuel Ameijeiras se ríe de su propia paradoja. «En realidad nunca fui un político al uso», dice.
A la Delegación del Gobierno asegura que llegó por la intercesión del que considera su mentor político y amigo, el expresidente de la Xunta Emilio Pérez Touriño. De aquella experiencia recuerda dos naufragios especialmente dramáticos, varios crímenes, y sobre todo «la gran profesionalidad de nuestras fuerzas de seguridad».
Quedaron atrás muchos momentos de tensión. Ahora lleva una vida tranquila. No corre, pues tiene molestias en la cadera. Pero sí pasea, y le encanta la natación. Su talento como nadador le permitió salvar a un chico de morir ahogado en la playa de O Vilar, en Ribeira. También disfruta de su nieta Irene, que acaba de llegar al mundo, y de sus dos hijas y su mujer. Es coruñés hasta la médula y le encanta su ciudad. Sabe casi todo lo que hay que saber de ella. Y en esa línea de poder reírse de todo, recuerda que cuando era delegado del Gobierno le pusieron dos multas por dos leves excesos de velocidad, uno de ellos porque tenía que volver urgentemente a su puesto en A Coruña después de que ETA volviera a atentar en Barajas en el 2006. «Las pagué religiosamente, como no podía ser de otra forma».