Un año del crimen de Valga: «A ese castrón quero eu mirarlle aos ollos»

j. romero / S. González VALGA / LA VOZ

GALICIA

José Luis Abet, cuando fue puesto a disposición judicial
José Luis Abet, cuando fue puesto a disposición judicial Álvaro Ballesteros - Europa Pres

Algunos vecinos rehúyen hablar del triple asesinato; otros siguen indignados

02 dic 2022 . Actualizado a las 18:01 h.

José Luis Abet Lafuente aparcó su coche despacio, sobre gravilla, igual que una planeadora deslizándose clandestinamente sobre arena de playa. Conocía la aldea (Carracido, Valga) y conocía la casa. Fueron su hogar hasta que se divorció. 21 viviendas repartidas en tres caminos asfaltados que se cruzan, justo, frente a la escena del crimen. El número 16, de muro frontal en piedra con portalón y puerta verdes, a juego con las ventanas. También alarma y cámara de videovigilancia. Está por ver si el asesino confeso las había contratado antes de convertirse en verdugo. Eran las siete y media de la mañana del 16 de septiembre del 2019. Hace exactamente un año. Abet cogió la pistola del calibre 32, la cargó y se bajó del coche convencido de su delirio. Al otro lado del portón, su exmujer, Sandra Boquete (39 años) y los dos hijos de ambos (4 y 8 años, entonces). La presencia de los pequeños le dio exactamente igual. Abet quería sangre y ella lo sabía. Por eso había alertado (7.40 horas) a su madre, María Elena Jamardo (58), y a su hermana, Alba (27), reclamando su ayuda.

-112 Galicia, bo día.

-Bo día, necesito comunicarme coa Garda Civil.

-E por que motivo?

-Eh... Agora mesmo estou indo a casa da miña irmá e ten unha persoa diante do portal que non a deixa saír e ten unha arma de fogo.

-E coñece a esa persoa?

-Si, é o exmarido e estalle rebentando o coche. E ten dous nenos; a miña irmá ten dous nenos dentro do coche con ela.

La siguiente llamada que recibió el 112 la hizo un vecino, asustado al haber escuchado varios disparos. Para entonces, Sandra yacía en el suelo, sin vida, mientras los dos pequeños se refugiaban en una vivienda inmediata.

En cuarenta minutos

Aquella conversación angustiosa con el 112 fue una de las últimas que Alba pudo compartir con alguien, más allá de su propia madre, que viajaba en el mismo coche en una carrera contrarreloj por salvar la vida de su hermana sin poder saber no solo que llegarían demasiado tarde, sino que sufrirían, también, la peor de las suertes. En su primer amago de huida, Abet se cruzó con su vehículo y no dudó en frenar, dar la vuelta y asesinar fríamente -él mismo lo relataría posteriormente hasta en tres ocasiones- a quienes habían sido su cuñada y su suegra, a las que dio caza en la misma finca en la que acababa de matar a su expareja. Cuando todo acabó, el individuo había efectuado más de catorce disparos, convirtiendo este rincón de Carracido en un infierno de pólvora y sangre. Eran las 8.20 de la mañana. La vida y la muerte en cuarenta minutos.

Hoy, Carracido sigue siendo lo que era. Una pequeña aldea al pie de la primera línea de ferrocarril de Galicia, que desde 1873 comunica Vilagarcía y Santiago de Compostela. Pero basta con dirigirse a cualquier vecino para percibir que la aparente placidez de una tarde de otoño oculta una profunda herida, que el transcurso de un simple año no ha podido cicatrizar. Algunos zanjan la cuestión sin darle un mínimo margen al recuerdo de todo aquello: «Pasou o que pasou, punto». Otros no tienen problema en rememorar lo que ocurrió, aunque huyen de cualquier protagonismo. Prefieren que sus nombres dejen de circular en páginas impresas y magacines de televisión. Sin embargo, tampoco se andan por las ramas: «Non sei se nos chamarán a testificar de novo, pero teño moi clara unha cousa. Se me din se quero que me poñan unha mampara, vou responder que non; a ese castrón quero eu mirarlle aos ollos, porque o día que saín pola matriz da miña nai, nacín sen medo».

Quien habla tiene buenas razones para preguntarse qué hay en el fondo de la mirada de alguien capaz de hacer lo que hizo frente a sus propios hijos, «e aínda por riba de dar a volta cando xa marchaba para matar as outras dúas mulleres». Ayudó a apartar a los niños del escenario de la masacre y, con ello, bien pudo jugarse el tipo, porque Abet se dejó ver pistola en mano. «Calquera de nós puido pasar uns minutos antes e levar tamén un trallazo». Sin ir más lejos, es probable que haberse retrasado en salir de casa le salvase la vida a una joven que acostumbraba a acompañar a los pequeños hasta la parada del autobús cada mañana.

La vivienda donde se produjo el crimen
La vivienda donde se produjo el crimen ADRIÁN BAÚLDE

«Como o iamos imaxinar? A casa terá uns quince anos e eles vivían illados, coma nunha burbulla; ao cabo de dous anos, el levábase mal con todo o mundo; xa sabes como son as aldeas, podes ter problemas cun veciño, con dous veciños, pero con todos? Es ti o bo e os demais todos malos?». El símbolo de aquel aislamiento eran unas tullas del tamaño de chimeneas que marcaban el límite de la finca. Han sido arrancadas. Alguien se encarga de cortar la hierba y de cuidar una casa que nadie habita. Esta tarde, a las siete, se oficia una misa por las tres mujeres en la capilla de Santa Cristina de Campaña. La memoria permanece, ¿cómo olvidar? Lo que hizo Abet ha imprimido aquí un nuevo significado al horror, conjurándolo un día cualquiera, en un lugar cualquiera, a cualquier hora.