Dentro del triple crimen de Valga

Javier Romero Doniz
javier romero VIGO / LA VOZ

GALICIA

Sandra. Se escondió con los dos hijos que comparte con el
asesino dentro del coche y activó los cierres de seguridad. Dio igual,
Abet la mató disparando a su ventanilla mientras los niños huían.
Sandra. Se escondió con los dos hijos que comparte con el asesino dentro del coche y activó los cierres de seguridad. Dio igual, Abet la mató disparando a su ventanilla mientras los niños huían. Cedida

La inspección ocular del escenario, aún intacto, recrea el odio premeditado del autor confeso de la tragedia, José Luis Abet; forenses, agentes de homicidios y la comitiva judicial relatan lo que allí se encontraron

02 dic 2022 . Actualizado a las 17:51 h.

José Luis Abet necesitó algo más que una pistola del calibre 32 para consumar el triple crimen de Valga. Encontró en la mayor de sus víctimas la justa respuesta de valentía a su cobardía. María Elena Jamardo, de 59 años y abuela de sus hijos, le plantó cara, incluso se echó a él para desarmarlo y forcejear aun sabiendo que la fuerza bruta decantaría el último asalto de su vida. El cadáver conservó las evidencias incriminatorias: «En ambas manos son visibles a simple vista diversos cortes y heridas; se trataría de heridas defensivas», concluye el informe de inspección ocular practicado en la escena aún intacta de aquel crimen del 16 de septiembre del 2019. Un relato que sitúa a la comitiva judicial, con agentes de la Guardia Civil y forenses del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga), avanzando paso a paso por el solar aquella mañana. Primero ubicando los cadáveres, luego examinándolos y, por último, buscando pruebas de un triple asesinato a sangre fría que Abet, de 46 años, confesó en dos ocasiones.

Eran las 9.38 horas y el triple crimen se ejecutó entre las 8.00 y las 8.20 horas. «Al inmueble se accede mediante una pista asfaltada. Se trata de una finca de 1.779 metros cuadrados que dispone de cierre perimetral con cuatro edificaciones», se describe en el informe. La principal se destina a vivienda, otra anexada hace de garaje y almacén, siendo la tercera y cuarta para guardar utensilios de labranza o leña. «Traspasamos el umbral de la puerta encontrando a la derecha, cubierto con una sábana, el cadáver denominado A -María Elena Jamardo-. Continuando por el camino central que da acceso a la casa, cerca del portalón, observamos un vehículo de color gris en buen estado -utilizado por María Elena y su hija pequeña, Alba Boquete (27 años)-. Girando por la parte trasera del vehículo, junto con el bordillo que divide el camino de piedras y la zona ajardinada, localizamos un cadáver de mujer, cubierto con una manta térmica, que denominamos B -Alba-».

María Elena (A) y Alba (B). Sus cadáveres se localizaron junto al coche que las llevó a la finca. Abet, al huir tras matar inicialmente a Sandra, las vio, regresó y las acribilló en la entrada de la finca.
María Elena (A) y Alba (B). Sus cadáveres se localizaron junto al coche que las llevó a la finca. Abet, al huir tras matar inicialmente a Sandra, las vio, regresó y las acribilló en la entrada de la finca.

Lo siguiente fue seguir en dirección a la fachada principal de la vivienda para encontrarse un utilitario de color gris marca Kia. Epicentro del primer crimen en ejecutarse. El más representativo de este despiadado plan ideado por Abet tras recurrir, sin éxito, a un chamán africano en Pontevedra. En su delirio, encargó la muerte de su familia política pagando por un hechizo que nunca llegó. En parte, alegó el brujo, por la dificultad de encontrar un camello que sacrificar para satisfacer a sus dioses. Ya sobre el terreno, la comitiva judicial se topa con un manto de cristales rotos rodeando el auto. «En el asiento del conductor se observa sentado otro cadáver de mujer, denominado C -Sandra Boquete, 39 años y exmujer de Abet-». Ya en el lado del acompañante se observa la ventanilla igualmente reventada y se constata que las puertas tenían activado el sistema de seguridad.

Nadie mejor que Sandra podía intuir su futuro más inmediato. De ahí que encerrase a sus dos hijos de 4 y 7 años en el Kia con la esperanza de que el hombre se calmara. Primero pateó el coche, pero el hierro en sus manos delataba sus deseos ocultos. «Se localiza en el suelo del conductor un proyectil de plomo deformado con restos de sangre situado por encima de la alfombrilla». También en la tapicería del asiento ocupado por Sandra. El análisis de la parte trasera, ocupada por los dos hijos de la víctima y de su verdugo, es la mayor evidencia de que Abet cumpliría su plan sí o sí. Ni los dos niños presenciando el asesinato de su madre, y sin posibilidad de defensa, le hicieron recular. Todo lo contrario. Dos disparos en el cuello y otro en el pecho acabaron con Sandra. Él abandonó la escena del crimen entre acelerones para cruzarse, a los pocos segundos, con su exsuegra y excuñada circulando por el carril contrario.

Abet cumplió entonces la máxima que sitúa a todo asesino regresando a la escena del crimen. En su caso, del primero y para ejecutar el que sería segundo y el tercero. Dio media vuelta para volver a la vivienda que fue su hogar hasta el divorcio. Apretó el gatillo al menos ocho veces contra María Elena y Alba, lo que refuerza el ensañamiento y que podría conducirlo a la prisión permanente revisable.

La primera inspección ocular detallada implicó igualmente la recogida de pruebas, como los teléfonos de las víctimas. También casquillos de bala, aunque menos de los detonados por la imposibilidad de localizarlos. Incluso pudieron rebotar en el muro del cierre o la vivienda para cambiar su dirección inicial.

Podría ser el cuarto gallego condenado a prisión permanente revisable

Ya el 18 de septiembre, a los dos días de la tragedia, Abet rechazó facilitar muestras de su ADN para cotejarlo con las pruebas científicas recogidas en la escena del crimen, su coche o la pistola. Sí se analizaron muestras obtenidas de las tres víctimas mortales. Cápsulas con residuos de los mismos disparos que acabaron con sus vidas, y cuyo estudio buscará restos compatibles con la pistola utilizada por el único acusado y, posteriormente, enterrada en el fondo del río Tambre a su paso por Ponte Maceiras. La puntilla judicial con la que coser definitivamente la acusación que podría convertir a José Luis Abet en el cuarto gallego condenado a esa pena máxima del código penal, después de las condenas a la máxima pena de David Oubel, que mató a sus dos hijas, de Marcos Mirás, que asesinó a su hijo, y del Chicle, asesino de Diana Quer.