Rosaura Romero: «Vivimos años de perro, fue tanta la intensidad que cada uno valió por siete»

GALICIA

Rosaura Romero, en la productora 93 Metros
Rosaura Romero, en la productora 93 Metros JUAN LAZARO

Retrato de David Beriain por su esposa, compañera y amiga: «Si el cielo es la marca que has dejado, él va a estar en un lugar muy bonito»

26 jul 2021 . Actualizado a las 12:34 h.

A estas letras les falta ella tragando saliva, suspirando o guardando silencio para tomar aire. Les falta alguna lágrima inevitable y les falta la sonrisa que apareció en la cara de Rosaura Romero (Maracay, Venezuela, 1977) para acompañar su versión del momento en que conoció a David Beriain. «Nuestra historia es superbonita. Nos conocimos en Venezuela por casualidad, porque cuando las cosas están, están. Yo trabajaba para la comunicación externa de un canal de allá y estábamos con una gira de medios. Uno de mis compañeros había organizado una cena para corresponsales y yo no tenía ninguna gana de ir, pero ese día en Caracas había un atasco terrible y el lugar donde se iba hacer la cena quedaba mucho más cerca que mi casa. Allí estaban Sergio [Caro, acompañante habitual de Beriain] y David. Aquel día habló más Sergio, pero hicimos conexión y a partir de entonces, empezamos a hablar. Era el 2007. Messenger, Skype… Un día en el canal me dieron una Blackberry y como David tenía otra ya conectábamos por el pin. Es como si nos hubiésemos conocido en Internet, desarrollamos una confianza enorme. En aquella época él estaba trabajando para ADN y al poco tiempo lo mandaron a Colombia. Pasó unos tres meses allí hasta que consiguió entrar a la selva con las FARC y fue cuando empezamos a vernos. La primera vez que estuvimos juntos nos asaltaron. Bueno, asaltaron a David, porque lo dejé tirado —y aquí la sonrisa asciende a carcajada—. Estábamos en Bogotá, caminando, como dos tontos enamorados, y de repente salió un tipo con un cuchillo y agarró el bolso en el que él llevaba una cámara pequeña. Yo salí corriendo y cuando miré atrás ya había otro tipo más y lo habían tumbado. Volví gritando y ellos escaparon con el bolso. Él luego me contó que ahí pensó que la cosa se había jodido, que yo me iba a poner nerviosa, pero no contaba con mi entrenamiento venezolano».

—Y no se jodió.

—Es que luego, cuando salió de la selva, la situación aún se puso peor. La noticia de sus días con las FARC apareció en la portada del diario Tiempo y se montó un revuelo impresionante. Entonces, su jefa llamó y le dijo: «Te voy a sacar del país enseguida. A la 1 hay un vuelo». Y él le contestó: «Mira, es que estoy aquí con mi chavala». Ahí ya ella le pidió que me pasara el teléfono, me tomó los datos y nos sacaron del país a los dos. Luego pasamos como un año yendo y viniendo, con la relación a distancia, hasta que decidimos que uno se tenía que ir al país del otro. Así que me fui con él a Artajona y estuve conociendo a toda su gente bonita mientras yo hacía un máster en Pamplona. Esa época fue de una calma, una paz… Lo mejor era salir a pasear por la noche. Le decía: «Si es que esto yo no lo he podido hacer nunca con esta tranquilidad».

—Una calma que sería extraña entre tanta ida y vuelta. No fue frecuente esa tranquilidad para convivir

—Bueno, el parón del confinamiento nos puso también en orden. Esa rutina que a la gente le espanta, nosotros la disfrutamos. Por supuesto que hay gente que lo pasó muy mal, tanto en la convivencia como en cuanto a desgracias familiares por la pandemia, pero a nosotros nos hizo estar aún más unidos, nos aportó como pareja. Aunque en realidad nosotros estábamos casi todo el tiempo juntos porque yo he hecho mucho terreno con ellos. En Sinaloa, por ejemplo, no nos separamos durante todo el rodaje. Y trabajábamos juntos en Madrid, pasábamos las 24 horas al lado del otro. Al final, nuestros años fueron años de perro, con esa intensidad… Cada uno valió por siete

—¿Cómo fue el proceso que llevó a David a crear su productora?

—Su primera incursión en la tele fue en Cuatro, con Españoles en la ratonera. Se fue a Afganistán con Sergio Caro y trajeron cien horas de grabación para un programa de una hora. Le pusieron a Fede, un realizador con muchísima paciencia, y David se dedicó a hacer las transcripciones de entrevista, a definir el guion, a meterse en la sala de edición… Luego, cuando empecé a trabajar en España, yo vendía producciones de aquí para canales del extranjero. Él venía a los mercados y vendía sus proyectos y al mismo tiempo se dedicaba a entrevistar a todo el mundo, a mis compañeros de trabajo, para saber cómo era el mercado, para perder el miedo. Así que cuando montó la empresa lo hizo con mucho aprendido. Lo había aprendido él solo, por su cuenta. Y eso, su forma de ser, de acercarse a este mundo, le ayudó también a la hora de formar su equipo, para convencer a gente acostumbrada a trabajar en grandes producciones o que hacía otro tipo de contenidos y que de repente quería hacer algo de lo que sentirse orgullosa. Nosotros pagamos lo que nos permite el mundo documental y hay gente del mundo de la ficción acostumbrada a sueldos completamente distintos, pero venían.

—Creaba, producía, vendía…

—Es que la vida profesional de David está llena de momentos que aparentemente no tienen conexión, pero que explican cómo llegó a donde llegó. Si en La Voz de Galicia le gustaba involucrarse en las infografías, por ejemplo, aquí eso le fue útil para vender proyectos. Pasó muchos años como redactor y luego nunca dejó de escribir. A hacer entrevistas aprendió en los periódicos y luego se le daba fenomenal. Creo que era lo que mejor se le daba. Era un dolor de cabeza para los editores, porque durante toda su vida siempre ha hecho entrevistas superlargas. El editor le decía: «Pero si ya sabes que lo que necesitabas eran estas preguntas, por qué traes todo esto». Y ese era David, necesitaba entender a la persona, conectar. Y si eso requería tres horas de entrevista, eso había. Y el editor que trabaja aquí, lo sabe.

—Hace unos años que empezaron a trabajar juntos.

—Me incorporé a 93 metros en el 2015, cuando ya era necesario tener gente de producción en el terreno. Fue una prueba enorme. Él me decía que no sabía cómo iba a llevar eso de tenerme a mí allí asumiendo riesgos y yo pensaba: «Yo estoy aceptando que él vaya, espero que esto funcione también al revés». Y funcionó. Nos adaptamos fenomenal. Cada uno tenía su área y nos compaginábamos súper bien. Nos sentimos tan a gusto los dos juntos… Luego había momentos de trabajo sobre el terreno en los que ya nos separábamos porque yo no pintaba nada. Ni yo ni nadie que no fueran él y sus dos cámaras. Porque David iba siempre con dos cámaras y a Burkina también habrían ido dos, pero no lo permitieron. Por eso fue solo con Roberto. Nuestro viaje de iniciación fue a Perú, para un trabajo sin ningún riesgo. Y el primero que hicimos a una zona peligrosa fue a Sinaloa. Y fíjate, la gente preocupada porque íbamos allí y mientras estábamos, cuatro tipos armados hasta los dientes entraron en la casa donde vivían mi madre, mi abuela y mi tía, las amarraron y destrozaron la vivienda entera buscando cosas que robar. Ni siquiera se taparon la cara porque les daba igual que los vieran. En Sinaloa, haciendo un documental sobre la droga, no nos pasó nada. Tanto fue así que volvimos para hacer otro sobre el tráfico de armas. En ese estuvimos también en Guatemala y Salvador con las maras, y ya él solo en Colombia con el ELN. Con la forma de trabajar que él tenía, se garantizaba poder volver al lugar.

—¿No le supuso ningún cambio empezar a compartir el trabajo sobre el terreno con su pareja?

—Es que David siempre ha sido muy comunicativo y somos el tipo de pareja que nos contábamos absolutamente todo. Luego ya se trataba adaptarnos a estar allí juntos, a que él me viera allí. Yo llevaba las decisiones de producción, de dinero… Pero ahí te das cuenta de que en estos lugares, una vez que has obtenido su permiso, hasta te cuidan. Lo importante es con quién vas y cómo vas, con qué actitud. Hemos tenido casos de ver a periodistas llegar a un sitio y pensar: «Estos se van a meter en problemas». Si no conoces y te dicen «esto no puedes hacerlo», aunque a ti te parezca que no habrá ningún problema, no puedes hacerlo. Hicimos cosas muy peligrosas y éramos conscientes del peligro, pero siempre pusimos los medios para rebajar los riesgos. Luego, siempre puede suceder algo, como efectivamente sucedió.

—Él hablaba de lo agradecido que se sentía a su familia por entender su pasión y asumir el riesgo de que no volviera a casa, pero supongo que eso es algo que nunca se llega a asumir.

—En el día a día no piensas que algo así va a pasar. Claro que sabes que cualquier cosa puede suceder, pero conocí a David haciendo esto y yo misma he estado en sitios complicados y eso te configura de una manera. Si nuestros cámaras cuando yo trabajaba en Venezuela iban con chaleco antibalas a las manifestaciones… Cuando en la cultura de uno hay violencia alrededor, acepta que eso es algo que está ahí. Obviamente, si sabes que de repente va a ocurrir, entonces vivirías de otra manera, supongo. No andaríamos con tantas gilipolleces. Pero claro, uno piensa que se va a morir viejito, que va a tener tiempo…

—También insistía en que lo principal era medir los riesgos.

—En el terreno era muy precavido. Y Roberto también. Roberto tenía un aplomo... Qué tío más tranquilo, más sereno, más buena gente. Me habría ido con él al fin del mundo. Para ellos la adrenalina se limitaba a la fibra que te mueve, nunca se asumían riesgos. Si alguien del equipo no veía algo claro, no se hacía. Por eso pasábamos tanto tiempo en los lugares de los reportajes y para hacer una hora de producto, una hora comercial, que son 45 minutos, a lo mejor estábamos cinco semanas. Al final así también grabas mucho material que se desecha porque tu meta es una, pero no te puedes permitir que llegue el último día, no consigas esa meta y no tengas nada grabado. Eso es la parte de la cacería. Luego le tocaba a otro venir a cocinar.

—¿Es posible realmente crear entornos seguros en lugares así?

—Para nosotros la labor fundamental era la de elegir a la gente nativa con la que ibas a trabajar. Gente que ya tuviera su red, a la que tuvieran confianza, no necesariamente un periodista ni nadie vinculado a la profesión. Podía ser un profesor, o un cantante. Ellos se convertían en parte de nuestro equipo. David siempre insistía en que nosotros somos paracaidistas en una nueva realidad y que la clave está en encontrar quién conoce a aquellos a los que tú quieres llegar. Con el paso de los años, el propio equipo va ganando crédito por cómo has trabajado en esa zona o en otras en las que has hecho documentales que ellos han visto. En México eran conscientes de que ya habíamos estado en Colombia con las FARC. La obsesión era que ningún protagonista pudiera tener ninguna queja del resultado, nunca se robaba un plano, nunca se engañaba a nadie. Eso te da una reputación.

—¿Burkina era el primer destino después del confinamiento?

—No. Antes de Burkina estuvo grabando en Brasil por un gran incendio que hubo en El Pantanal, con gente que rescata a los jaguares. Este año estábamos muy metidos en hacer historias con un punto ambiental. David decía que el confinamiento había sido una especie de experimento en el que todo el planeta se había detenido por un tiempo. El tema con el que estaba en Burkina lo llevaba preparando desde el 2018. La asociación con la que fue trabaja también en Mali y quisimos hacerlo allí con ellos, pero no cuadraron las fechas. Desde entonces estábamos en contacto.

—Le encantaba viajar y tuvo tiempo de trabajar en tantos lugares.

—Llevaba cuenta de los países y tenía la competencia con Roberto. Andaba por cincuenta y pico. Burkina era nuevo para los dos.

—Y entre todos, ¿algún lugar especial?

—Su lugar era su pueblo. Quería a Artajona. Daba igual de lo que hablara, que siempre metía el pueblo. Luego había un lugar en Venezuela, los Roques. Un archipiélago que declararon muy pronto como parque natural y al que hay que llegar en avioneta. Las posadas son las casas de la gente y en algunas islas puedes estar tú solo en el agua cristalina del Caribe, es un paraíso en el que apenas funciona Internet, en el que desconectas del todo. Un lugar en el que perderte. Ahí decíamos: «Cuando estemos viejitos…».

—¿Llegaron a ir?

—Claro. Hasta fuimos con la cuadrilla, con el papá de David y con mis cuñados. Estuvimos en varios lugares de Venezuela, en el Salto Ángel, en los Roques… Fue un viaje súper bonito aunque estuvimos un poco preocupados por si les pasaba algo, claro. Imagínate que asaltan a catorce de un pueblo de 1.700… Todavía se estaría hablando de aquello.

—De la cuadrilla hablaba casi tanto como de Artajona.

—Sí. Son gente única, especial. Son los mejores amigos que uno puede querer en la vida y soy muy afortunada porque David me dejó una cuadrilla y unas familias, los Beriain y los Amatriain, que no puedo querer más.

—Esas muestras de cariño a David y Roberto no solo llegaron de gente cercana. Se hizo evidente el respeto y la admiración de muchos compañeros de profesión.

—Él no se lo habría imaginado. Tantas muestras de cariño… Ha sido impresionante. Es cierto que yo ya había percibido algo de ese reconocimiento con los estudiantes, gente que está aprendiendo sobre ese mundo. A él se le acercaban con interés y siempre sacaba tiempo para atenderles. Siempre. Yo le decía: «David, que te vas esta noche, que hay que hacer esto o aquello» y él me contestaba: «Nada más un momento, diez minutos», que nunca fueron diez minutos. Pero es que además ahora… Gente a la que admirábamos y los escuchas hablar de David y… Es increíble. Te permite vivir el duelo desde el agradecimiento. Y piensas: «Bueno, fue corto», pero si contamos nuestras vivencias compartidas, todo lo que nos pasó… Si eso lo desdoblas en la vida normal de una pareja… Por eso lo de los años de perro. Eso siento. Fue intenso y lo vivo desde el agradecimiento. Repetiría todo con él. Todo. Tuve el mejor marido del mundo, el mejor amigo, el mejor compañero… David estaba de viaje y llamaba ochenta veces al día… Estábamos tan compenetrados, teníamos ese nivel de camaradería. Quizá si yo hubiera tenido otra profesión habría sido distinto, pero a mí me pasa como le pasaba a él, vivo por lo que hacemos. Y él decía que para morirse hay que estar vivo y si no haces cosas por miedo, no vives. Ahora el trabajo es mantener su legado. Mantener esto. La manera de rendirle honor, de conservar.

—¿Qué pasó aquel día? ¿Cómo llegó la noticia?

—Fue por partes. Al principio no los encontraban… David había llamado como una hora antes de entrar en la zona más complicada y luego, por la tarde, llegó una llamada de allá diciendo que había habido un ataque con heridos y que a ellos tres no los encontraban. Al día siguiente nos informaron que habían hallado los tres cuerpos. Solo te puedo decir que ha sido el día más difícil de mi vida. Por suerte tuvimos apoyo de mucha gente que estuvo a nuestro lado en esas horas tan difíciles y les voy a estar eternamente agradecida. Amigos, la gente de Movistar, de Reporteros sin Fronteras, periodistas…

—Las imágenes del pueblo en la despedida fueron sobrecogedoras

—En Artajona el funeral fue impresionante. Se hizo en el patio del colegio y cuando entré y vi todo puesto, tan organizado… Pensaba: «En qué momento pudieron preparar todo esto». Ese pueblo es impresionante. Y luego está lo de la cuadrilla. Venía gente de todas partes para despedirse y los de la cuadrilla organizaron para darles de comer a todos en el corral que tenía uno de ellos. La gente pudo ver qué era eso de lo que presumía David.

—David era creyente. ¿Alguna vez hablaron de lo que podría venir después?

—Nunca se sabe lo que hay, pero si el cielo es cómo te recuerda la gente, la marca que has dejado, él va a estar en un lugar muy bonito. Si él no está en un buen lugar ¿quién va a estar?