Este agotador ciclo electoral en apenas 12 meses concluirá (por ahora) en un par de domingos. Se habrán sucedido así unas municipales, generales, autonómicas y europeas sin que muchos gallegos hayan notado ni cambio de alcalde (solo hubo traspaso en dos ciudades, Santiago y Ferrol, y un tercero sobrevenido en Lugo), ni de presidente de Gobierno, ni de presidente de la Xunta. En 12 meses parece que ha cambiado poco, pero se han movido muchas cosas. Hay un mar de fondo que recoge bien la encuesta de Sondaxe.
Los tres principales partidos tienen motivos para encender las luces de alerta. Empezando por el cuartel general del PSdeG, que viene de sus peores resultados históricos en unas autonómicas y que paradójicamente es el gran referente del poder urbano en Galicia. No logra vencer en ninguna ciudad, salvo Vigo, y el apoyo a sus candidatos se resiente de forma generalizada, con esa excepción (de nuevo) de Abel Caballero. Besteiro tiene deberes ahí; en realidad, no solo ahí.
Parte de las dificultades de los socialistas vienen del estirón que sigue dando el Bloque en este ciclo, asentada su alcaldía en Santiago, y subiendo en apoyo en otras urbes. Pero con el riesgo de que le suceda como en febrero: fiesta sin premio en algunas plazas.
Al PPdeG el poder urbano se le atraganta desde hace décadas y eso, ya de entrada, es un problema si se quiere afianzar un proyecto político para un país. Crece en votos, sí, y tiene candidatos con cierta proyección, pero es insuficiente. Una vez más. Y ello sin contar los agujeros de Vigo y de Ourense. Los tres partidos ourensanos deberían irse al diván un rato y reflexionar cómo es posible que sigan sin mostrar una alternativa sólida a un alcalde que ya no esconde sus tics despóticos, quizá porque cree que no tiene (aún) una oposición real.