A la Venus de Milo del Louvre le faltan los brazos. De El Auriga de Delfos, otra pieza griega de indudable valor, solo se conserva una parte. Todo arte es efímero. Sobre todo si no se cuida. El legado de Man sufre el mismo destino que su autor: el maltrato que él mismo vivió desde niño tanto en la escuela nazi como por parte de su madrastra, como en los cuentos clásicos. Llegó a Camelle y pensaba que había encontrado el paraíso en la Tierra. Construyó castillos en el aire y se creía que podía vivir sin consecuencias su radical concepción del naturalismo, el arte y la libertad. Su grito silencioso se hacía ensordecedor. Su vena pacifista despertó iras. Hasta el punto de recibir zurras e intentaron echarlo con denuncias falsas. Sabía que tenía «menos voz que una hormiga». Coloreó Camelle con sus círculos, pero dejaron que se diluyeran. Esculpió las olas en las rocas, pero permiten que la furia del mar las deshaga día a día. Dejó 120.000 euros para que cuidaron su legado, pero el Estado se tragó su dinero. Man sigue sufriendo maltrato. Su pacífica insolencia es castigada con el abandono.