Belén Esteban: «Si me metía una raya, pensaba en mi padre»

Amanda Val

GENTE

Kiko Huesca

En solo cinco días, el libro de Belén Esteban ha batido récords de ventas y la ha vuelto a posicionar como un fenómeno popular incombustible. En él confiesa que por fin es un ser feliz tras varios meses de lucha consigo misma

24 nov 2013 . Actualizado a las 13:29 h.

Como una moderna Escarlata O?Hara o un personaje lorquiano (de La casa de Bernarda Alba) dice Boris Izaguirre hay que entender a Belén Esteban. Él la ha ayudado a abrirse en canal en el libro Ambiciones y reflexiones, guiando a través de una serie de entrevistas la redacción de un texto que ha superado todas las expectativas mediáticas y que está escrito con la simpleza de una alumna de 4.º de primaria, incluida alguna falta de ortografía. Pero con el tirón del fervor beleniano, entornando los ojos en un trance que la lleva a escupir sus verdades como culebras. Entre ellas su adicción a las drogas y su turbia relación con Fran, su exmarido, del que le ha costado mucho más desengancharse. «Hubo un tiempo en que solo pensaba si mañana tendría para ponerme. [...] Me pasaba el día tumbada en un sillón sin ganas de nada, cada vez que me metía una raya pensaba en mi padre, en lo que me diría [...] Fran y yo era tocarnos y no podíamos, no podíamos parar de hacer el amor, de querernos, de probar. He leído Cincuenta sombras de Grey y no entiendo cómo se puede pasar dolor para que te guste. Con Fran he hecho de todo y siempre ha sido amor [...], en términos de placer, no hay comparación entre Jesús y Fran. ¡Fran sí que sabe!».

Con confesiones como estas, en solo tres días el libro llegó a la tercera edición devolviendo a Belén a ese lugar pegajoso de heroína popular, que detesta un amplio sector de la ciudadanía mientras otro todavía muchísimo más extenso la aclama en favor del entretenimiento enfermizo. El de hurgar en los demás. Por eso la Esteban, que de tonta tiene lo justo, ha escogido hacer de su vida un espectáculo teledirigido por ella misma. Si es la gallina de los huevos de oro de Telecinco, viene a explicar en el texto, hará la tortilla a su gusto. Tanto es así que el propio Paolo Vasile es la primera persona que le envía un SMS en su regreso a televisión, con 18 kilos de más, al conseguir un 25,7 % de audiencia. Uno de los muchos récords que ha pulverizado en la pantalla. Porque la Esteban es a la televisión lo que Maradona al fútbol, un fenómeno instintivo de amor, dinero, fama, drogas, éxito y fracaso, sostenido por una masa incondicional.

En ese público ha armado ella su Belén, con la frescura de un personaje galdosiano que se dibuja en la esencia del populacho con frases históricas («Ni que fuera yo Bin Laden», «Me lo llevo», «Andrea, cómete el pollo»), el coraje de una madre de culebrón y el desgarro del ídolo caído. ¿Puede contar más la Esteban de lo que ya ha contado en televisión? El libro es la respuesta evidente, dado que el personaje se regenera y se devora a sí mismo.

Cumplidos los 40 años, «la princesa del pueblo» ancla su vida en los principios de una familia humilde y muy unida del barrio de San Blas, que disfrutaba los domingos en el río, con la olla exprés como garantía del picnic, y la banda sonora de Los Chichos. Hija de una limpiadora y un pintor, Belén cuenta que acompañó a su madre muchas Navidades a la casa de empeño para que llegaran los Reyes. Esas calamidades, lejos de convertirla cuando entró el dinero en un ser postizo, la llenaron de orgullo y la fortalecieron: «Yo podría haberme refinado para relacionarme con todo ese tipo de gente, pero entonces no habría sido yo». Y así cronológicamente va tejiendo un testimonio muy choni en torno a los acontecimientos y personas esenciales en su vida, ajusticiando desde un yo resquebrajado por las heridas amorosas y los excesos (su primer sueldo en televisión fueron 6.000 euros invertidos en un abrigo de visón para su madre). Para el padre de Jesulín, «el Cojo», como le llama, y para María José Campanario son las peores palabras. «Mi hija la detesta porque no la ha tratado bien. En una ocasión me llamó llorando y cuando fui a recogerla me la entregaron en pijama y sin peinar».

En un retrato selfie, la Esteban se dibuja «buenorrísima» tras varias operaciones y haber superado el complejo de quedarse «sin nariz»: «Estuve dos años sufriendo al verme. Todos se burlaban. Lo peor fue soportar que mi marido, Fran, me llamara fea». Y es que siguiendo la estela de personajes miura made in Spain como Carmina Ordóñez, Belén se clava ella misma el estoque antes de que otros lo hagan por ella. «Yo necesito que me adoren», sentencia como epitafio. El tiempo dirá si el círculo vicioso del que afirma haber salido no acaba por aspirarla.