«Eva de Perón, todo sentimiento y corazón»

HEMEROTECA

 Un hombre camina frente a un mural en honor a Eva Perón en Buenos Aires. Hace 70 años, Argentina quedaba paralizada por su muerte. La  abanderada de los humildes  se convertía en un mito eterno, símbolo de una época e inspiración de musicales, películas y libros en todo el mundo.
Un hombre camina frente a un mural en honor a Eva Perón en Buenos Aires. Hace 70 años, Argentina quedaba paralizada por su muerte. La abanderada de los humildes se convertía en un mito eterno, símbolo de una época e inspiración de musicales, películas y libros en todo el mundo. Juan Ignacio Roncoroni

¿Queda algo por contar de Evita Perón? Leyendo estos días las crónicas que recuerdan el 70 aniversario de su muerte, podría parecer que no. Pero en el archivo de La Voz siempre nos encontramos con alguna sorpresa, como el reportaje de un periodista que la acompañó un día entero por los arrabales de Buenos Aires, al encuentro de sus «descamisados», y la bautizó como «la dama de la esperanza».

03 ago 2022 . Actualizado a las 12:19 h.

Estamos en junio de 1947. La canícula aprieta... la miseria también. Y las estrecheces de la autarquía se sienten desde la primera página de La Voz. Justo encima de la noticia de la llegada de «la señora de Perón» a Madrid nos encontramos con dos reveladores anuncios: uno de ellos de una industria local que «compra papel viejo y lo vende nuevo». El otro promete convertir el vino rancio en un fino licor. Es la triste España a la que llega Evita con su abrigo de pieles a los hombros: nadie le recuerda que el invierno se quedó en Buenos Aires. Al contrario, las señoras de los altos cargos del régimen se apresuran a sacar los suyos de los armarios.

Cualquiera le lleva la contraria. La esposa de Juan Perón (una exlocutora de radio con pasado de actriz que solo cuenta con 28 años pero que ya ha comenzado a trazar su aura mítica), trae en sus maletas un cargamento de cereales para que nuestros paisanos se metan algo en la panza. Sin entrar en muchos detalles, Franco se lo agradece: «España estima la gran prueba de afecto que vuestra visita entraña». Ella le responde con su mejor sonrisa: «La Argentina ansía rendiros un tributo de amor». Y los periódicos arden en elogios hacia la «ilustre viajera», en realidad una viajera del tiempo que aterriza en un DC-4 en la España del gasógeno y cuyos modelos de Dior y su encendido discurso feminista y justicialista dejan en ridículo los collares y el tono melifluo de Carmen Polo.

Eva Perón en Vigo durante su visita a España
Eva Perón en Vigo durante su visita a España

Con motivo del interés que había despertado su inminente escala en Galicia (visitó Santiago, Vigo, Pontevedra y Marín), La Voz publicó pocos días después una crónica bajo el título «La intensa vida de trabajo de la esposa de Perón» firmado por Manuel Penella de Silva. Es una pieza de alto valor documental, por cuanto Penella (1906-1969) sería con el tiempo el autor en la sombra del libro La razón de mi vida, en teoría obra de Evita y considerado como el Mein Kampf de la que fuera primera dama argentina. En esta colaboración para La Voz decide bautizarla como «la dama de la esperanza», uno de los apodos de Evita que aún perduran.

No hay que ser muy avispado para deducir que la crónica tiene muy poco de inocente. La biografía de su autor despeja cualquier duda: ha sido miembro de los servicios de inteligencia franquista en Berlín a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, luego en Zurich, y tras cubrir la visita de Eva Perón a España ahora ejerce en Buenos Aires agazapado tras sus colaboraciones periodísticas. Allí recibirá el encargo de escribir La razón de mi vida, el (para muchos) empalagoso libro a mayor gloria de Evita que sería de lectura obligatoria en el país entre 1951 y 1955: frases como «sé que es fácil morir de amor» o «yo no soy más que una esclava de Perón» se quedaron en la memoria de una generación de argentinos. Un tipo hábil este Penella, que acabaría trabajando como diplomático para España en Río de Janeiro.

A 160 km/h por la autopista

En La Voz relata una agotadora jornada dominical que empieza en la mansión presidencial («menos rica que muchas otras que he visto por aquí») a las seis de la mañana, cuando Evita y su cortejo se disponen a visitar varias barriadas de Buenos Aires, en plena huelga de basuras, y ante el fervor de los obreros de la recién nacionalizada empresa de ferrocarriles que le cantan: «Eva de Perón es todo sentimiento y corazón». Evita va de aquí para allá, surcando a 160 km/h la autopista de la capital, que Penella compara con «las del III Reich», e improvisando su agenda. En un momento dado, decide suspender el acto de inauguración de un hospital («a ella no le gusta hacer esperar a su marido») pero tiene que convocarlo de nuevo, porque la enardecida multitud amenaza con crear problemas de orden público.

El autor hila fino: elogia la capacidad de sacrificio de la primera dama («hoy está librando una batalla en los arrabales») y niega que esté ante «una torpe expresión de mediocridad»; pero se resiste a mitificarla. De hecho, considera que está siendo tratada con «una riada de adjetivos apologéticos y un clima de entusiasmo demasiado tropical». Para él, la clave de su éxito es que «los descamisados ya no creen en la justicia, pero sí en la gracia, y esta la representa mejor que nadie una mujer». Y, sobre todo, apunta, que los grandes fenómenos de la humanidad son siempre paradójicos. «Y en ella todo lo es: siendo nacionalista tiene frente a sí al nacionalismo extremo; siendo cristiana, tiene enfrente a la beatería; siendo revolucionaria, tiene enfrente al comunismo; siendo de amor a España, tiene de enemigos a españoles; y desviando a las masas del comunismo, tiene en contra el capitalismo». En un apunte humorístico Penella concluye: «Y encima ella no juega al bridge, como la esposa del candidato opositor».

Un día con Evita (21-6-1947)

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