Cómo entender el mundo en dos minutos, según Julio Camba

HEMEROTECA

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«Es como un conjunto de leiras que se obstruyen unas a otras, se constriñen, se cierran el paso al mar o se quitan el agua de los ríos». Tras recorrer medio mundo con el talento en su maleta, Julio Camba resumía así la política mientras España y Europa se asomaban a otro abismo (o como diría Yolanda Díaz, se iban al carajo). Para él, un juicio en su pueblo por unas lindes se parecía demasiado a las disputas de Estado, e ironizaba (o no): «Un campesino gallego entendería el mundo en dos minutos».

27 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Julio Camba no escribía de oídas cuando redactó este artículo, casi un hallazgo arqueológico en nuestro archivo porque él desarrolló su carrera lejos de Galicia. En 1934, ya sabía de primera mano qué se cocinaba en las ollas políticas de París, Ginebra, Londres, Madrid, Berlín o Nueva York. Pero la retranca gallega estaba impresa en el ADN de este vilanovés (1884-1962). Si Camba hubiera podido escribir hoy en día estas líneas que ahora recuperamos quizás no faltaría quien encontrase tras sus analogías una metáfora de ciertos mercadeos a las puertas de cierto Congreso. Por ejemplo. Pero leamos al maestro en «El campo gallego y el mapa de Europa»:

«Cada vez que llego a la Sociedad de Naciones me parece que estoy en Cambados. Es la cabeza del partido judicial a la que pertenece mi pueblo, y allí no hay más que abogados, notarios, jueces, procuradores, escribanos, alguaciles... Ya saben ustedes lo fraccionada que se halla la propiedad territorial en Galicia, donde hay fincas que apenas sí producen el repollo necesario para poner un buen cocido el día de la patrona y donde a la que da para un cocido familiar se la considera poco menos que como un latifundio. Es, como si dijéramos, la calderilla de la propiedad territorial puesta en perras gordas y perras chicas, y cuando alguien quiere comprar dos mil pies de terreno necesita entenderse con quince o veinte paisanos y firmar treinta o cuarenta escrituras».

«Esta atomización de la propiedad da origen a una serie interminable de conflictos, que siempre se resuelven en Cambados. Cuestiones de lindes, cuestiones de riegos, servidumbres... Uno que desvía hacia su tierra el agua del pozo destinado a la tierra de otro; este que utiliza para ir a su finca un camino que pasa sobre la finca de aquél, y así sucesivamente». Observado lo cual, Camba concluye: «Cambados viene a ser para los campesinos de mi pueblo algo así como una pequeña Sociedad de Naciones a donde van con sus incidentes de fronteras, con sus problemas de soberanía, con sus luchas por los mercados —generalmente el mercado de Vilagarcía o el de la Puebla— y con sus exigencias de expansión territorial».

Correspondencia enviada por Julio Camba desde Vilanova de Arousa
Correspondencia enviada por Julio Camba desde Vilanova de Arousa

Por ello, el articulista lanza una pregunta: «Y si Cambados me parece una especie de Sociedad de Naciones, ¿cómo no ha de parecerme la Sociedad de Naciones una especie de Cambados? Ya este viejo y adusto palacio de St. James no deja de tener cierta analogía con el noble palacio de Fefiñanes; pero la analogía mayor está entre el campo gallego y el mapa de Europa».

[Seguimos con la mirada del mundo desde los ojos gallegos de Julio Camba. Y no olvidemos que continuamos en el 36].

«Europa, sobre todo después del Tratado de Versalles, es como un conjunto de pequeñas leiras o fincas que se obstruyen unas a otras, se constriñen, se cierran el paso al mar o se quitan el agua de los ríos. Recién enterrados aún los muertos de la Gran Guerra, comenzaron las partijas y Europa se fraccionó hasta lo inverosímil. Antes solo había en Europa una nación sin salida al mar: Suiza. Ahora hay cuatro: Suiza, Hungría, Austria y Checoslovaquia [...]. Polonia, Estonia, Finlandia, Lituania, Latvia... Todos estos países carecían de existencia antes de la Gran Guerra, y, por lo que respecta al último de ellos, mi amigo el doctor Billmans, con quien yo hice un viaje circular de dos meses por Estados Unidos, me contó cómo él mismo lo había fundado una noche, reunido con varios contertulios en un café de Riga». Llegados a este punto, Camba lo tiene claro:

«Yo me atrevería a proponerle al lector estos tres modestos paralelos: Europa o Galicia, Ginebra o Cambados, St. James y Fefiñanes. La política europea tiene un carácter completamente rural, y con todos sus pactos, tratados, actas y convenios no es, en el fondo, más que una política de abogados cambadeses. Cualquier campesino de mi tierra la entenderla en dos minutos, y yo tengo para mí que si don Salvador Madariaga no fuese gallego estaría muy lejos de manejarse en la Sociedad de Naciones con esa desenvoltura que le ha captado la admiración general». Y concluye el genial vilanovés: «Sí, amigo lector. Cada vez que yo llego a la Sociedad de Naciones me parece que entro en Cambados, y, después de todo, ¿no se ha dicho siempre que Galicia es la Suiza española y no se ha estado comparando toda la vida la ría de Arousa con el lago Lemán?».

No hay más preguntas, señoría.

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