María Callas, la forja del mito

La Voz REDACCIÓN

INFORMACIÓN

Se cumplen 90 años del nacimiento de la Divina, la gran diva de la ópera «feroz como la existencia y frágil como el canto»

02 dic 2013 . Actualizado a las 15:39 h.

María Callas todavía no había tocado cuando la década de los 50 echó a andar. Cuatro años después de su debut italiano en la Arena de Verona con La Gioconda, la soprano podía ser una estrella en México y en algún teatro italiano importante como La Fenice o el San Carlo, pero todavía no había logrado conquistar La Scala. Un año antes, ya había intentado el asalto al templo operístico milanés, pero su presencia no logró suscitar grandes entusiasmos: sustituía a Renata Tebaldi, ídolo local, en unas funciones de Aida, y el público, acostumbrado a la espléndida belleza vocal de la diva italiana, aún no estaba preparado para apreciar las excepcionales dotes artísticas de la Callas, con ese instrumento «grandioso y feo», como lo definió su mentor, el director Tullio Serafin.

Francesco Siciliani, responsable artístico del Festival del Maggio Musicale Fiorentino, en cambio, sí tenía una confianza absoluta en los poderes de una cantante que en pocos años habría de cambiar los parámetros de la interpretación vocal, y le propuso inaugurar el certamen con un título poco programado de Giuseppe Verdi, I vespri siciliani, que necesita de cuatro protagonistas de altura para hacer justicia a una de las partituras sin duda más hermosas, y desconocidas, de este autor.

Siciliani había reclutado a Boris Christoff, el inmenso bajo búlgaro, para el lucido papel de Procida, e incluso contaba con uno de los grandes directores alemanes del siglo XX, Erich Kleiber -el padre de Carlos- para su debut operístico en Italia. Aquellas representaciones florentinas fueron un éxito tal que

Antonio Giringhelli, capo de La Scala, y hasta ese momento poco partidario de María Callas -que a una voz heterodoxa unía un temperamento poco dado a componendas y servilismos-, tuvo que personarse en la ciudad para convencer a la soprano de que hiciera un segundo debut, ese mismo año, esta vez por la puerta grande en su teatro, inaugurando la temporada. Lo que Ghiringelli quizá desconocía es que con esa decisión estaba abriendo la puerta a los mejores años de La Scala, a la vez que inauguraba una leyenda: la de Maria Callas como la artista lírica más influyente del siglo XX.

Durante algún tiempo, entre los aficionados circuló una grabación pirata de aquellas Vísperas sicilianas con un sonido bastante deficiente, pero que permitía apreciar esa mezcla ideal de poderío y sutileza, fuerza y melancolía, siempre al servicio de la obra, que era «la voz múltiple», como la definió Giacomo Lauri-Volpi en su libro Voces paralelas, de la soprano de origen griego. Pero hace un par de años, Testament, un sello que se está ocupando de rescatar históricos registros del pasado en condiciones inmejorables , puso en circulación una nueva grabación de las representaciones de 1951.

El acontecimiento tiene su propia historia. Siempre a la búsqueda de nuevos talentos, el productor Walter Legge, esposo de la soprano Elisabeth Schwartzkopf y uno de los principales artífices del éxito del sello británico EMI, pidió quele hicieran una grabación privada de las funciones florentinas, seguramente para estudiar mejor a la Callas, con la que en el futuro grabaría 23 óperas en estudio.

Una vez fallecido Legge, el registro pasó a manos de lord Harewood, uno de los principales admiradores de la soprano, a la que entrevistó en más de una ocasión para varios programas de televisión. El aristócrata inglés, antiguo consejero artístico del Covent Garden, quiso que la grabación tuviera la mayor difusión posible para disfrute de los admiradores de la Callas, que desde su fallecimiento en 1977 no han dejado de perseguir cada una de sus valiosos registros como si de oro se tratase: solo en 1997, con motivo del vigésimo aniversario de su muerte, se llegó a vender casi un millón de discos de la cantante, que en vida llegaría a percibir diez millones de dólares en concepto de royalties, algo insólito para un artista clásico.