Paco de Lucía, el tipo armado con seis cuerdas y una banqueta

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El hombre que sacó su música de los tablaos oscuros y la llevó a los grandes templos del jazz, el rock y la clásica cumpliría este miércoles 69 años

21 dic 2016 . Actualizado a las 18:41 h.

Paco de Lucía es la figura que Google ha elegido para el último doodle del año. Coincidiendo también con el solsticio de invierno, conmemora con este particular homenaje el día del nacimiento del cantaor que supuso un punto de inflexión para la música flamenca.

Fue en 1993. Me tocó una butaca de saldo (ahora se dice low cost, que es más in) en la última fila del Auditorio de Galicia de Santiago. Como buen niñato, por aquel entonces yo creía que lo guay era ser posmoderno y escuchar solo música de importación, a poder ser de grupos o solistas de extraños apellidos de los que jamás nadie hubiese oído hablar fuera de nuestro selecto corrillo de listillos. Y entonces, sobre el escenario, apareció Paco de Lucía, un tipo en mangas de camisa, armado solo con una banqueta y una guitarra.

Era el hijo de Lucía Gómez La Portuguesa. En realidad se llamaba Francisco Sánchez Gómez, pero lo conocían en todo el planeta como Paco de Lucía. Murió hace dos años en Cancún. Demasiado pronto, con solo 66 años a sus espaldas. Pero se largó feliz, jugando en la playa con sus hijos. No es mala muerte, debió de pensar el maestro, que le había buscado las cosquillas a esa vieja maldita rasgueando con su guitarra aquello que Unamuno llamaba el sentimiento trágico de la vida y que, más que en los espesos ensayos del filósofo, hay que buscar en la plenitud del cante jondo.

En 1993 yo pensaba que en los vídeos de Hendrix, Clapton, Santana, Knopfler o Page ya había visto todo lo que se le podía hacer a una guitarra, incluso llegando a su sacrificio ritual sobre el escenario (ya fuese mediante incineración o simple fractura). Pero en esto, aquel día asombroso de 1993, llegó un señor que se llamaba Paco de Lucía -ni Eric, ni Mark, solo Paco- y le arrancó a la guitarra sonidos y ritmos que sencillamente no eran de este mundo.

El talento de Paco de Lucía era de esos talentos únicos y desbordados. Él lo ejercía con paciente sencillez, pero aquel despliegue provocaba en el espectador una sensación aplastante, abrumadora. Lo exhibió junto a otros gigantes, como su amigo del alma Camarón de la Isla. Pero también sacó el flamenco de la penumbra del tablao y lo llevó a los grandes templos del jazz, el rock o la música clásica. Porque lo mismo le daba a la rumba Entre dos aguas que reinterpretaba las guitarras de Falla y Albéniz o se largaba un mano a mano de leyenda con Al Di Meola y John McLaughlin en Friday Night in San Francisco.

En 1993, mientras Paco de Lucía saltaba, con esa capacidad que solo tienen los flamencos, de la alegría al sentimiento trágico de la vida, del chispazo y la bulla a la herida de la existencia, a mí me dio por pensar entonces que lo que en el fondo estaba haciendo era exactamente el gesto inverso al de Bob Dylan en el Festival de Newport de 1965. Entonces, como se sabe, Dylan desató las iras de los puristas del folk al conectar su guitarra a la red eléctrica. Pero Paco de Lucía, casi treinta años después, en Santiago, desenchufó simbólicamente la guitarra de Dylan.

Le bastaban aquellas seis cuerdas analógicas para ordeñar su guitarra y arrancarle una Vía Láctea paralela. Porque en las yemas de los dedos de Paco de Lucía nacían y morían estrellas a cada paso. Porque aquel tipo, armado con una guitarra y una banqueta, estaba a años luz de nuestro planeta. Lo demostró en Santiago un día memorable de 1993. Así se las gastaba Paco, el hijo de Lucía.