El Ángel de la muerte

La Voz

INTERNACIONAL

DAVID BERIAIN PERFIL

02 jul 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

«La Armada me enseñó a destruir, a matar, a infiltrarme. ¿Sabes qué? Yo soy el hombre mejor preparado técnicamente en este país para matar a un político o a un periodista. Pero no quiero». Se heló el verano argentino de 1998; Alfredo Astiz había resucitado todos los fantasmas de un país que trataba de olvidar. El Ángel de la muerte reivinidacaba su pasado como uno de los símbolos de la represión que se cobró 30.000 vidas en la pasada dictadura. «No me arrepiento de nada», concluía. La memoria se removía incómoda. 1977. Un joven con cara de niño que se hacía llamar Gustavo, frecuentaba la recién nacida Asociación de las Madres de Plaza de Mayo. Las madres, preocupadas, le avisaban: «Tené cuidado pibe, que sos muy joven y esto es peligroso». Poco se imaginaban que Astiz estaba infiltrado para acabar con esas madres que querían saber dónde estaban sus hijos. Astiz entregó a doce de ellas. Todas desaparecieron después de ser salvajamente torturadas. Un detenido que compartió celda con una de las detenidas contó como la ataron a una cama y le aplicaron electricidad por todo el cuerpo. Otro relató como a otra la asesinaron después de obligarla a posar en una foto con el logo de la guerrilla. «Astiz fue el impulsor del exterminio de todas ellas», declaró un ex-detenido. Alfredo Astiz fue procesado por 18 delitos durante la dictadura, que van desde la tortura hasta el asesinato, pero la Ley de Obediencia Debida lo dejó en la calle. Y es que hasta hoy el Ángel de la muerte no ha tenido que hacer frente más que a una condena de tres meses, en su casa, por apología del delito. Por no saber callarse lo orgulloso que está de lo que hizo.