Cinco mil serbokosovares se manifiestan contra la independencia del territorio en Mitrovica, la ciudad donde las dos comunidades viven separadas por un río
19 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Los patos del río Ibar llegan a Mitrovica en invierno, se marchan en primavera y vuelven otra vez en verano. Eso es lo que dicen los habitantes de la ciudad, a setenta kilómetros de Pristina y en el camino hacia Belgrado, aunque no saben explicar muy bien el por qué de tan extrañas costumbres migratorias. Claro que los patos son aquí los únicos que se andan con ambigüedades, porque en Mitrovica absolutamente nadie se permite el lujo de nadar entre dos aguas. O bien eres albanokosovar, vives al sur del río, hablas albanés y pagas en euros, o bien eres serbokosovar, y entonces habitas al norte de la frontera fluvial, te entiendes en serbio y usas dinares para pagar tus compras.
Cerca de 5.000 serbios se manifestaron ayer contra la independencia de Kosovo en la zona norte de Mitrovica, que se ha convertido en el estandarte de la resistencia serbia contra la declaración de soberanía del nuevo Estado balcánico. Fue una marcha pacífica, sin más incidentes que la quema de banderas albanesas y de Estados Unidos, y las proclamas contra la «hipocresía» de los países que han avalado la independencia. Para los participantes, sobre todo, se trataba de mostrar un orgulloso sentimiento patriótico, de rabia contenida, porque se sienten derrotados: «¡Kosovo es el alma de Serbia!», coreaban ayer.
Símbolo
Mitrovica es todo un símbolo del nacionalismo serbio. En 1389, a pocos kilómetros de aquí, los serbios perdieron la batalla de Kosovo contra el imperio otomano, y en ese mismo lugar, seiscientos años después, Slobodan Milosevic pronunció el discurso que despertó el sentimiento de la Gran Serbia, y que para muchos constituye la declaración de intenciones que originó la sangrienta guerra de los Balcanes. Tras ella, y tras las espeluznantes limpiezas étnicas impulsadas por Belgrado en los años noventa, Serbia ha acabado reducida a la mínima expresión, y Yugoslavia dividida en seis Estados de sustrato semirracial.
Esas tensiones se viven en Mitrovica como en ningún otro sitio, porque la ciudad es serbia de nacimiento, aunque a mediados del siglo pasado la población de origen albanés ya era casi la mitad. En 1989, cuando Milosevic pronunció su discurso, los serbios representaban apenas el 10% de sus 120.000 habitantes. Hoy son incluso menos.
«Este es un día duro, pero nuestra gente tiene que estar unida», dice Vaos Milosavicevic, un estudiante serbio de 18 años que ha acudido a la manifestación con un grupo de ruidosos amigos. Hace frío, pero también un sol espléndido, y la marcha se inicia a mediodía después de los discursos de varios líderes nacionalistas, incluido un sacerdote ortodoxo, en lo alto del bulevar Ratko Mladic.
Crímenes de guerra
El prócer que da nombre a la calle no es otro que el del ex jefe militar de los bosnios de Serbia, sobre quien pesa una orden de busca y captura del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia por crímenes contra la humanidad. Muchos serbios de Mitrovica siguen considerándolo un héroe, pero no la generación de Vaos, que postula una salida pacífica. «Esta es nuestra tierra, recuperaremos Kosovo democráticamente», sostiene esperanzado.
A escasos quinientos metros, al otro lado del puente, Artan toma copas en el Codebar, un local con ventanas viejas de madera y plástico, música chill-out y dos pantallas de plasma que ofrecen el resumen de la BBC de los partidos de fútbol de la liga inglesa.
Artan es albanokosovar, tiene más o menos la misma edad que Vaos, viste prácticamente igual y hasta usa idéntica marca de teléfono móvil. Pero cuando se le pregunta por los serbios estalla en improperios. «¿Quieren su trozo de ciudad? Allá ellos, yo no pienso visitarlos», jura.
La marcha concluye a la entrada del puente, con miles de serbios como Vaos increpando a vecinos como Artan, mientras las tropas de las Naciones Unidas y la policía kosovar cierran el paso a cualquier posible hostilidad. Todo entre los graznidos de los patos, los únicos que cruzan el Ibar sin que a nadie le importe de dónde vienen, ni cuándo volverán.