«Los pollos no pasan!», gritaba el productor Alfredo De Angelis frente a la hilera de camiones con alimentos parados en la carretera de la provincia de Entre Ríos, al norte de Buenos Aires.
Día y noche, pequeños productores y sus familias mantenían bloqueada las rutas y su actitud, lejos de ser cuestionada, era ponderada en las ciudades como un acto de coraje frente a un gobierno cerrado y crispado.
Los piquetes de las carreteras argentinos tuvieron su origen en los años 90, cuando el neoliberalismo a ultranza del presidente Carlos Menem (1989-99) empujó al paro a millones de trabajadores de empresas públicas y privadas. Sin lugar donde hacer huelga, los desocupados interrumpían las carreteras por algunas horas, en forma sorpresiva. Pronto la modalidad se generalizó, fue adoptada para otras causas bien distintas como la defensa del medio ambiente, y exportada a países vecinos.
Por eso sorprende que, en plena bonanza, se apele a esa medida que perturba la libre circulación de sectores ajenos al reclamo, y por períodos tan prolongados. Si bien hay diferencias en función de la distancia al puerto y otros factores, los productores de soja, aún pequeños, lograron en estos años un bienestar inédito. Si arriendan el campo, aunque tengan solo 200 hectáreas, pueden vivir como reyes de la renta.
El desabastecimiento de alimentos en las ciudades no fue el único costo que se pagó por esta crisis. La industria frigorífica suspendió a 40.000 trabajadores a los que no podrá pagarles la segunda quincena de marzo. Unos 200.000 comercios vieron caer sus ventas al menos en un 15% -algunos directamente cerraron varios días- y las empresas de transporte de pasajeros suspendieron 600 traslados por los cortes. Frutas y verduras se pudrieron en camiones parados.
La industria avícola asegura que debió sacrificar a millones de pollitos, y los tambos descartaron millones de litros de leche. Los precios, que ya venían en escala ascendente, dieron un respingo.
En uno de los múltiples piquetes de la provincia de Córdoba, donde miles de productores en los últimos seis años vieron multiplicarse por ocho el valor de sus tierras en dólares, un hombre de 63 años murió dentro de una ambulancia. Atrapado en el bloqueo, el chofer procuró sin éxito una vía alternativa y el paciente no llegó a tiempo.