El águila que vuela alto

Leoncio González

INTERNACIONAL

Su gestión en Irak evita lo que funcionó mal en Vietnam y empieza a cambiar la visión estratégica de los generales norteamericanos

17 sep 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Dos son los pilares de la sabiduría que soportan el fulgurante ascenso de David Petraeus a las cimas del Ejército norteamericano. El primero es el estudio de los errores cometidos por su país en la guerra de Vietnam, sobre los que reflexionó en una tesis doctoral que le valió el Ph.D por la Universidad de Princeton; y el segundo, la teoría en materia de contrainsurgencia que está contenida en el Manual de Campo 3-24 y que contribuyó a alumbrar durante su estancia en Fort Leavenworth.

La aplicación de esa filosofía a Irak no solo ha permitido dar la vuelta al fiasco en que se convirtió hasta el 2007 la invasión ordenada por Bush. Además, agrietó los cimientos de la doctrina dominante hasta ese momento entre buena parte de los generales estadounidenses.

Tributaria de la visión estratégica de Colin Powell, quien sostenía que EE.?UU. debían acumular y desplegar una fuerza bruta aterradora para hacer frente a conflictos que se preveían breves e infrecuentes, dicha doctrina se encontró con que su aplicación mecánica a Irak no identificaba bien al enemigo ni suministraba las tácticas más adecuadas para combatirlo. Es mérito de Petraeus, por tanto, desembarazarse de su influencia y optar por modelos más adaptados al terreno, entre los que destaca el que intentó ensayar en Vietnam su admirado general Abrams.

El paso, que ha propiciado un descenso bastante acusado de la violencia, está sirviendo ya de inspiración a una escuela de pensamiento que los ingeniosos analistas del stablishment militar norteamericano bautizaron con el legendario apodo de los cruzados. La lidera John Nagl, un autor muy unido a Petraeus, quien sostiene que los conflictos a los que se enfrentará EE.?UU. en el futuro serán continuos y prolongados y que, en su resolución, la fuerza bruta tendrá menos relevancia en el repertorio militar que la ingeniería social.

Pese a que sus raíces se encuentran en el campo de batalla, el prestigio de Petraeus no se puede disociar, sin embargo, del carisma mediático que ha sabido alimentar y del que son una buena muestra la portada de Time , que lo nombró el hombre más influyente del 2007, o el ránking elaborado por Foreign Policy , que lo incluyó entre los cien intelectuales más relevantes de su país.

La pasta de los mitos

Este alumno aventajado de West Point, hijo de un marino holandés que rehízo su vida en los Estados Unidos huyendo de la Segunda Guerra Mundial, a quien llamaban «Peaches» en el colegio por lo difícil que era pronunciar su apellido, parece hecho con la pasta que atrae a los fabricantes de mitos. Llamó la atención de Tom Clancy, en alguna de cuyas novelas deslumbra un personaje que se le parece, y se le retrata con grandeza en En compañía de soldados , el magnifico libro sobre la conquista de Bagdad escrito por el periodista del Washington Post Rick Atkinson, en el que Petraeus y las águilas chillonas de la 101 aerotransportada que lideraba vuelan muy alto.

El nuevo comandante para Oriente Medio y Asia Central tiene un expediente denso en el que sobresalen las misiones que desempeñó en Kuwait, Haití y los Balcanes antes de ser destinado a Irak pero, curiosamente, las heridas que sufrió no tienen la marca del frente, ya que recibió un disparo en el pecho en un ejercicio con fuego real y se rompió el pubis al no abrírsele el paracaídas durante unas maniobras de salto. Su oportunidad de destacar en los antiguos dominios de Sadam le llegó en Mosul, donde, aprovechando la experiencia adquirida en Bosnia en tareas de reconstrucción civil, no le costó ganarse a la población. Financió la reconstrucción de infraestructuras y servicios públicos básicos para la calidad de vida, autorizó la reapertura de la Universidad, y se hizo famosa su frase «money is ammunition»: el dinero es munición, para justificar el coste de las inversiones que realizaba.

La frase, incorporada posteriormente en las órdenes del día oficiales, es el gozne de un ideario que el propio Petraeus resumió en un artículo de Military Review . El éxito, explica, requiere algo más que victorias en el plano militar. Pasa por la atracción de los líderes locales, a los que hay que ayudar pero no sustituir en la reconstrucción de su país. Dicho principio es inseparable de la presencia abundante y sostenida en el tiempo de tropas norteamericanas: un punto de vista que, al coincidir con los deseos del Despacho Oval, le granjeó el respaldo del Pentágono para tareas más altas.

De ideología conservadora, su gestión se ha convertido en la baza que juegan ahora los republicanos para intentar salvar de la pira la herencia caótica que deja Bush y para legitimar el programa continuista de McCain. Es evidente que, teniendo en cuenta las negras previsiones que se manejaban hace ahora año medio sobre Irak, el balance de Petraeus puede exhibirse como un triunfo notable que probaría que la apuesta emprendida por la Casa Blanca estaba bien medida. Pero no significa, ni mucho menos, que Estados Unidos haya ganado la guerra.

Como recordó ayer el general Odierno, su relevo, los avances no se pueden negar, pero son precarios. Convierten a Petraeus en un valor en alza del horizonte norteamericano, pero no han llevado la calma al avispero.