Para comprender el tortuoso asunto nuclear iraní es preciso recordar, porque suele olvidarse, que no hay ninguna prueba objetiva de que Irán esté construyendo una bomba atómica. Aunque hablemos de su «central secreta de Qom», esta ha sido ya inspeccionada por el Organismo Internacional de la Energía Atómica, cuyo último director, Mohamed el Baradei, certificó en noviembre pasado que «Irán no tiene ningún programa de armamento nuclear». Lo que coincide con la última evaluación de inteligencia de la CIA, donde se desmentía la amenaza atómica iraní de forma tan rotunda que ya se ha pedido otra que diga lo contrario.
¿Cuál es entonces el problema? El problema es que Estados Unidos, comprensiblemente, quiere controlar todos los programas nucleares del mundo para evitar la proliferación. Pero Irán está fuera de su radar, además de ser un rival regional de Israel, y Washington no acepta que un país así posea siquiera un programa nuclear civil, porque podría convertirse en militar con cierta facilidad (fueron, irónicamente, los propios norteamericanos quienes llevaron el combustible nuclear a Irán, cuando construyeron un hospital contra el cáncer para el Sha).
Lo que hace Irán, enriquecer uranio al 20%, es perfectamente legal bajo el Tratado de No Proliferación que Teherán ha firmado (no así Tel Aviv). Por eso, Washington ha tenido que recurrir a la sospecha en vez de a la evidencia. Esa sospecha ganó algo de credibilidad el año pasado, cuando Irán rechazó la propuesta de enriquecer su uranio en Rusia. Se pretendía que sus científicos no adquiriesen la experiencia que les sirviese para construir armas. Irán, que había aceptado en principio, sospechó luego (quizá con cierta razón) que si enviaba su uranio hasta Rusia no volvería a verlo más. Fue entonces cuando Washington pudo convencer a Moscú para que apoyase nuevas sanciones.
El acuerdo que los iraníes firman ahora con Turquía, con la mediación del pujante Brasil, no es igual que aquel, pero sí lo suficientemente parecido como para dividir a sus críticos. Al menos eso espera Teherán. Porque, como decíamos, en el fondo, y al igual que sucedía con las famosas armas de destrucción masiva en Irak, la cuestión tiene poco que ver con realidades objetivas.