
Italia elige entre la inestabilidad de una alianza de Bersani y Monti o el desgobierno, si entrega el Senado a Berlusconi
24 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Desde el pasado día 9 no se publican encuestas en Italia. Por lo tanto, es aventurado saber con precisión cómo han influido los últimos quince días de campaña en el ánimo de los votantes. No obstante, si no se ha producido un seísmo en las preferencias de los italianos, se puede asegurar ya que el resultado que estará digiriendo Europa el lunes por la noche será uno de estos dos: el malo o el peor.
Empecemos por el malo. No hay una mayoría rotunda, como la que obtuvo Berlusconi en los últimos comicios. La coalición que abandera el poscomunista Bersani tiene ventaja suficiente en el Congreso pero se queda corta en el Senado. Como en el sistema político transalpino no se puede formar Gobierno sin el respaldo de ambas cámaras, es obligado pactar.
Es evidente que, tratándose del poder, no se debe descartar ninguna combinación. Menos aún, donde estuvo antes la antigua Roma. Pero los analistas ven plausible un entendimiento entre las huestes de Bersani y las de Mario Monti. Es más verosímil que la alianza entre este y Berlusconi o que la que podrían formar Bersani y los populistas eurófobos de Beppe Grillo situados a su izquierda.
La fórmula tendría la bendición de Alemania y no iría a contracorriente de la última moda en la UE, donde la dureza de la crisis está desdibujando aún más las líneas ideológicas tradicionales y empujando al centroderecha y al centroizquierda a dirimir sus diferencias dentro del Ejecutivo, y no fuera de él, en el ámbito parlamentario, como prueban los casos de Grecia y Holanda.
Esta es la única coalición que puede conjugar razonablemente la lealtad de Italia al euro y el desmantelamiento de la línea Maginot legislativa que trazó Berlusconi para proteger sus intereses, especialmente en el terreno judicial y electoral. ¿Por qué considerarla, entonces, una solución mala? Porque dista de garantizar la estabilidad mínima y porque está lejos de tener la fuerza reformista que reclama el país.
Monti pasa por ser en Italia la voz política de la burguesía exportadora, el interlocutor de multinacionales como Ferrari cuya cuenta de resultados depende del mercado europeo, frente al capitalismo de pequeños y medianos empresarios que tiene como referente a Berlusconi y cuyos dividendos dependen más de la cercanía al Estado. Esta situación de notable proyección contrasta con su debilidad electoral. Todo su capital en las urnas depende del grano que lleven al molino dos antiguos socios de Il Cavaliere de los que no podrá desprenderse fácilmente, el neofascista Gianfranco Fini y un superviviente de la era de la extinta Democracia Cristiana, Pier Ferdinando Casini.
¿Querrán compartir vagón con ellos los miembros más a la izquierda de L´Italia Giusta cuando se apresten a subir al mismo tren? Si la respuesta es afirmativa, ¿cómo pueden estos vestigios del berlusconismo conciliar sus proyectos y sus modos con los de gente en las antípodas, pero esencial para la credibilidad de Bersani, como Nichi Vendola? Es como si Beiras se sentase en el mismo Consello que Feijoo.
Si no fuera suficiente, no puede olvidarse el entorno hostil que recibirá a esta coalición en el caso de que llegue a nacer. Podría darse la circunstancia de que, sumados los votos que obtengan el partido de Berlusconi y el movimiento de Beppe Grillo, igualen o se acerquen a los de Bersani y Monti juntos si, como sugieren algunos indicios, la plataforma del Profesor se hunde e incumple las expectativas de los sondeos.
Esto nos conduce al segundo de los escenarios posibles, el peor: Bersani conquista el Congreso, pero Berlusconi se hace con la mayoría en el Senado. La factura que pasa al cobro por impedir el desgobierno es vetar cualquier atisbo de limpieza. Italia vuelve casi al mismo punto del que partía.
los escenarios poselectorales.