Más que una política, una rectificación

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

20 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los críticos de la política de Obama dicen que ha conseguido poco o nada a cambio de sus gestos hacia Cuba. Es cierto, pero la crítica parte de un malentendido. Esa apertura nunca se entendió como un quid pro quo en el que ambas partes consiguen lo que quieren ni hubiese sido posible plantearlo así. Lo que Washington quiere de Cuba es un cambio de régimen, y eso es algo que el régimen, obviamente, no iba a aceptar, ni siquiera a cambio de la normalización de sus relaciones con Estados Unidos. Se habla mucho de las oportunidades de negocio para las empresas norteamericanas, pero esto es en gran parte un envoltorio para vender el acuerdo a los reticentes; tiene su importancia pero no es, ciertamente, lo que lleva a Obama a Cuba mañana. En realidad, más que impulsar una política, lo que se está haciendo es poner fin a otra que se había revelado inútil: la del boicot. Se trata, en fin, de corregir una anomalía y, sobre todo, de facilitar la vida a la comunidad cubano-americana, para la que la ausencia de relaciones con Cuba era una fuente de complicaciones burocráticas y personales.

Estas bajas expectativas de partida no quieren decir que la apertura impulsada por Obama no vaya a tener consecuencias en Cuba. Una de las creencias más firmes de los ideólogos de Washington es que una liberalización económica siempre acaba conduciendo a la liberalización política. No es una tesis que haya resistido siempre bien el choque con la realidad, como demuestra de forma palmaria el caso de China, pero tiene una parte de verdad. Cuba, en todo caso, no es China y, aunque el régimen castrista ha logrado controlar hasta ahora el ritmo de los cambios sin sufrir grandes sobresaltos, es cierto que, antes o después, la apertura de su economía acabará conduciendo al fin del castrismo. Otra cosa es que eso suceda rápidamente.

El momento crítico llegará en el 2018, cuando está previsto que Raúl Castro deje la presidencia a un sucesor -posiblemente, Miguel Díaz-Canel- y a Estados Unidos le interesa, sin duda, tener una embajada funcionando a pleno rendimiento en La Habana para ese momento. Ya solo eso justificaría la política de Obama.

La ironía es que, para entonces, puede que el problema no sea la sucesión presidencial de Cuba, sino la de Estados Unidos. Ni Donald Trump ni Hillary Clinton tienen demasiado interés por aprovechar este legado de Obama. Trump es un aislacionista hostil al mundo hispano. Hillary, en su desastroso paso por la Secretaría de Estado, ignoró completamente a América Latina. Pero nunca hay que descartar que unos y otros, en La Habana y Washington, hayan aprendido de sus errores.