El empleo industrial repunta y el campo agarra la tradición

INTERNACIONAL

VÍTOR MEJUTO

«Cuando ECCO reanudó la actividad en San João de Ver llamaron a mucha gente. Uno de mis hijos fue, el otro no»

25 ene 2018 . Actualizado a las 18:22 h.

Manuel Pinho aparca durante unos minutos sus labores de capataz en la obra que está construyendo. Sus trabajadores no abandonan el tajo. Hay que entregarla a tiempo. Colocan aislante en las paredes de un chalé que su empresa está levantando en San João de Ver, a una media hora en coche al sur de Oporto. El pueblo vive de la obra civil y de hacer calzado. «La construcción está empezando a armarse un poco otra vez. En lo nuestro hay trabajo porque otros sectores han empezado a acelerar su movimiento», explica. El empuje de la industria les toca, aunque de momento lo hace de lado.

-¿Cuánto cuesta levantar este chalé? Porque es grande...

-Unos 300.000 euros.

Las cosas no van mal en San João de Ver. Sobre todo desde que hace unos tres años, más o menos, la fábrica que la empresa danesa ECCO tiene en la localidad volvió a fabricar calzado. Dicen en el pueblo que nunca llegó a cerrar del todo, pero había dejado de producir. Ahora vuelve a estar al 100 %.

Opera las veinticuatro horas del día, distribuyendo el trabajo en tres turnos. Lo que ha pasado en esa villa de unos 10.000 habitantes solo es un ejemplo del repunte de la industria en las áreas metropolitanas de las grandes urbes. Las empresas extranjeras vienen a producir a Portugal porque, de momento, la mano de obra es barata. El producto es de calidad.

La factoría está muy cerca del chalé que construye la empresa de ese albañil. Sus chimeneas se observan, integradas en el paisaje, desde la casa de Joaquín Santos. «Hay un poco más de empleo -dice- Eso ha traído más alegría». No trabaja. Era peón de la construcción. Está de baja porque está enfermo de cáncer. Pero la cosa parece que va bien. «Estuve a tratamiento en el Centro Hospitalario San João, de Oporto. Ahora voy al San Sebastián, en Santa María de Feira», apunta.

Trabajadores repescados

Filomena empuja una carretilla por la cuneta. Busca a una vecina. Toca a la puerta, pero no está. Ve gente de fuera. Se anima a charlar. «Cuando la fábrica de ECCO reanudó la actividad llamaron a mucha gente. Una cuñada trabaja ahí. Tengo también un hijo empleado, pero el otro no fue.

No son principiantes porque habían trabajado antes. ¡Claro que esto es muy bueno para el pueblo! Había muchas familias con hijos que no tenían trabajo. Da mucho empleo. Es bueno», dice. Y la gente gasta más. Hasta en el outlet que está en la entrada de la propia ECCO.

Pero el trabajo por turnos en la industria que tienen la cuñada (encargada de línea) y el hijo de esta mujer poco tiene que ver con lo que ocurre en el campo. Mucho más al norte, en la aldea de Padornelos (Montalegre), el dueño de una explotación de cabras para carne apunta que son las ayudas que obtienen -supuestamente las de la PAC- las que les permiten vivir. La cantidad «depende de los animales o de la cantidad de terreno», dice.

Pero el campo ha de echar mano además de otras armas para vivir. Su mujer, Lucía, ha tomado el testigo de una tradición, la de hacer fumeiro, para dar un impulso al campo. Como hace su madrina, y como ocurre en la mayor parte de las casas de las aldeas de la zona, hace embutidos «con carne de cerdo bizarro, vino, sal y ajo», que luego ponen a ahumar en la bodega con el humo de la hoguera. Hay chourizos, chourizas, sangueira... El nombre depende del contenido. No es muy diferente a lo que se hace en la montaña en Galicia. Cambia el modo de adobar la carne. El que lo prueba una vez ha de repetir.

Desde el Concello potencian el fumeiro. En unos días organizan la feria en Montalegre. Esta experta cree que es ofrecer calidad. Pero aprender a hacerlo hará que la gente se vaya. «No les gusta aprender, aunque supieran hacerlo iban a emigrar igual», cree. Hay que buscar más alternativas.