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Nombra a John Bolton, un halcón partidario de los ataques preventivos, como nuevo consejero de Seguridad Nacional en sustitución del general McMaster
24 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Llamar a John Bolton halcón es, en palabras de The Washington Post, quedarse muy corto. Adjetivos como extremista, ultraderechista y radical se repetían ayer por doquier, sin que ninguno acertase a explicar el pánico que despertó su nombramiento como consejero de Seguridad Nacional en sustitución del moderado general McMaster.
Donald Trump sabe bien cómo piensa Bolton. Lleva años viéndolo en Fox News como comentarista de política internacional. Durante su primer año de gobierno lo ha visitado tanto que el jefe de gabinete, John Kelly, puso coto a su entrada libre en el despacho oval. Ahora tendrá que convivir con él a diario, a no ser que Trump lo despida, como avanzan varios medios. El antiguo estratega Steve Bannon dijo al Financial Times que, si lo echa, «no lo reemplazará». A Trump no le gusta tener a alguien que le lleve la contraria y ponga orden en el ala oeste. Lo suyo es el caos.
John Bolton será perfecto para su causa. El ideólogo de las guerras preventivas puede ser incluso más explosivo que el presidente. Así terminó en un hotel de Kirguistán el desacuerdo que tuvo con Melody Townsel cuando esta dirigía un proyecto cuya defensa legal estaba a cargo de Bolton, según contó en 2005 al comité del Senado que estudiaba su nominación para embajador en la ONU. «El señor Bolton procedió entonces a perseguirme por los pasillos de un hotel ruso lanzándome objetos, me metió cartas amenazadoras por debajo de la puerta y, en general, se comportó como un loco. A la vuelta hizo todo lo que pudo para intimidarme y que mi vida fuera un infierno, además de comentarios impensables sobre mi peso, mi vestuario y mi sexualidad, sugiriendo que soy lesbiana (para que conste, no lo soy)».
La anécdota recuerda a la que describió durante su divorcio la primera esposa de Trump. Ivana se escondió aterrada toda la noche en un baño en la torre de la Quinta Avenida, después de que el ahora presidente intentase arrancarle mechones de cabello para que supiese lo que se siente al perderlo. Según Vanity Fair, había montado en cólera por los efectos adversos de un crecepelo que ella le había regalado.
Todo indica que ambos tendrán la química que el presidente dice estar buscando en sus nuevos fichajes. Decidido a deshacerse de aquellos que en su primer año de mandato han querido que gobierne de acuerdo a los cánones, Trump se está haciendo ahora con un gabinete televisivo para un equipo de reality show con el que pretende divertirse y hacer las cosas a su manera.
Bigote inadecuado
A Bolton le descartó inicialmente para secretario de Estado porque su bigote no le parecía adecuado para el papel. Tampoco hubiera pasado la criba del Senado. Como consejero de Seguridad Nacional no necesitará debutar por el mundo ni obtener aprobación de los legisladores, solo organizar las fuentes de inteligencia que a Trump no le gusta leer y contarle en persona los análisis que antes daba en televisión.
«Para detener la bomba de Irán, bombardea Irán», ha escrito. O, hace solo tres semanas, «El caso legal para atacar primero a Corea del Norte». Serán estas las ideas que defienda ante las conversaciones con Kim Jong-un y la inminente decisión sobre el acuerdo nuclear con Teherán. Bajo su asesoramiento, la guerra parece más inminente que nunca. Bolton fue el punto de contacto de Israel para inspirar a Bush el vértice iraní del eje del mal. Como subsecretario de Armas y Seguridad Internacional convenció al vicepresidente Dick Cheney de que había que atacar a Irak antes de que Sadam Huseín utilizase contra Estados Unidos sus inexistentes armas de destrucción masiva.
La falta de autorización de la ONU no le importaba, porque «si faltaran las diez últimas plantas» que acogen la dirección del organismo internacional «no cambiaría absolutamente nada». Al fin y al cabo lo que hay es «una comunidad internacional que ocasionalmente puede ser dirigida por el único poder real que queda en el mundo, Estados Unidos, cuando cuadra con nuestros intereses y podemos convencer a otros de que nos acompañen».
Firma de mala gana el presupuesto después de haber anunciado que iba a vetarlo
Trump firmó de mala gana la ley presupuestaria que financia al Gobierno federal hasta el final del año fiscal, quejándose del poco dinero que destina al muro que quiere construir en la frontera con México. Antes de estampar su firma en una ley acordada por republicanos y demócratas y aprobada con el tiempo justo de evitar un shutdown o cierre del Gobierno por falta de fondos, el presidente llegó a amenazar con vetarla.
«Nunca volveré a firmar una ley así», advirtió ante la prensa en la Casa Blanca, después de mantener en vilo a Washington durante horas con la amenaza de veto lanzada por la mañana en un tuit. Además de la partida mínima para el muro, criticaba que la ley no previera una solución para los dreamers (soñadores), los jóvenes indocumentados llegados de niños a EE.UU. a los que retiró en septiembre la protección frente a la deportación que les había concedido Obama.
El Senado había dado luz verde al generoso presupuesto de 1,3 billones de dólares en la madrugada y la ley necesitaba ser firmada antes de la medianoche de ayer para evitar un cierre como el de enero. El tuit cogió a todo el mundo por sorpresa porque la Casa Blanca había dicho el jueves que Trump lo firmaría. Para entonces era más que sabido que no citaba a los «dreamers» y que la partida que incluía para el muro ascendía a 1.600 millones de dólares, una cantidad sensiblemente inferior a los 25.000 millones que llegó a pedir.