Venezuela, paramilitares y cubanos alargan la agonía de Maduro

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

INTERNACIONAL

Mauricio Dueñas Castañeda | Efe

El pasado sábado no ocurrió lo que están demandando cada día con más fuerza millones de venezolanos: Maduro, de momento, no se ha ido. De los cientos de toneladas de ayuda humanitaria que se acumulan en las fronteras, de momento, solo entró una mínima parte.

24 feb 2019 . Actualizado a las 19:26 h.

Ese 23 de febrero estaba llamado a ser otra jornada para la historia del país, incluso más trascendental que la del 23 de enero, pero se cumplieron los pronósticos más realistas y no fue así. El tiranosaurio de Miraflores sigue alargando su agonía, gracias al trabajo sucio de los paramilitares y unos pocos uniformados, eficazmente dirigidos todos ellos, por los cubanos que mantienen un férreo control sobre las fuerzas armadas y siguen bloqueando la entrada de las medicinas y alimentos que podrían salvar la vida de miles de venezolanos.

El balance provisional de víctimas de una larga jornada del sábado fue de 14 asesinatos y 285 heridos, la mayoría indígenas de la comunidad de los pemones, que le plantaron cara al aparato represivo del madurismo en la frontera con Brasil. Las noticias que circularon hoy, domingo día 24, eran todavía más alarmantes. Hablaban ya de más de 60 muertos en Santa Elena de Guairén. Se denuncia la excarcelación de presos de los penales de El Dorado  y Vistahermosa -unos 3.000- que habrían sido armados y vestidos con uniformes de la Guardia Nacional Bolivariana y que están disparando contra los indígenas,

En la frontera colombiana tres camiones con ayuda humanitaria fueron quemados nada más entrar en territorio venezolano. En su interior no iban marines yanquis camuflados para invadir el país sino medicinas y otros productos  de primeros auxilios.

Tampoco pudo llegar a puerto el barco proveniente de Puerto Rico, porque se lo impidió una fragata de la Armada venezolana, presumiblemente de las que le vendió en su día el  gobierno de Zapatero.

Casi a la  misma hora, en el centro de Caracas, Maduro tenía la desfachatez de ponerse a bailar salsa con Cilia Flores en el preámbulo de una movilización chavista por la paz y en contra de la invasión de EE.UU.

La gran cobertura mediática de este drama hizo que pudiese ser contemplando, casi en directo, en todo el mundo. Menos en Venezuela donde la férrea censura sacó del aire todos los canales de televisión que podían ser captados dentro del país.

Las imágenes y los testimonios difundidos estos días, tal vez puedan servir para hacer ver a un sector de la progresía española y europea que aún se emociona cuando ve una camiseta con la imagen  del Che Guevara, que lo que está ocurriendo en Venezuela no es un acto de resistencia heroica contra el imperialismo yanqui, sino un genocidio perpetrado en nombre de una supuesta revolución.

El sábado, el mundo entero también pudo contemplar cómo al menos 60 militares uniformados incluidos algunos oficiales, destinados a impedir el paso de la ayuda y a reprimir a los miles de voluntarios que pretendían introducirla en el país, aprovechando un descuido de los supervisores cubanos, desertaron y se pusieron a las órdenes de Juan Guaidó, que logró llegar hasta Cúcuta, salvando los controles militares y policiales desplegados a  lo largo y ancho del país. Los testimonios de estos desertores dejan constancia de que el estado actual de  las Fuerzas Armadas dista mucho de ser un bloque compacto que respalde al régimen madurista, como sostiene públicamente su jefe máximo, Vladimir Padrino.

La jornada del sábado estuvo precedida del macroconcierto de Cúcuta que congregó a más de una treintena de artistas de primera fila y a unas 200.000 personas en apoyo a la causa venezolana. A poco más de 300 metros, del lado venezolano, tenía lugar otro concierto en contra, programado por el madurismo que al final acabó en desconcierto, porque la concurrencia de artistas y su relevancia fue más bien escasa y la de público, según los datos disponibles, no llegó a las 2.000  personas, la mayoría militares que estaban allí por obligación.

Horas antes se publicaban las entrevistas concedidas por el general Hugo Carvajal, diputado del PSUV (el partido de Maduro) en las que exhortaba a los militares a romper filas con el presidente.

Hugo Carvajal, más conocido como el Pollo Carvajal, que estuvo al frente de los servicios de inteligencia venezolanos durante la última década de gobierno de Chávez y tiene/tenía una investigación abierta con orden internacional de detención dictada por la justicia norteamericana por su presunta vinculación con el narcotráfico y el suministro de armas a la guerrilla colombiana.  Esa orden motivó su detención en la colonia holandesa de Aruba en 2014 y fue sorprendente su liberación a los dos días, porque peligraban contratos millonarios de astilleros de la metrópoli con el gobierno venezolano.

El Pollo, en entrevistas concedidas  en los últimos días no negó su relación con los hechos por los que fue investigado, aunque pretendió justificarla en razón de su cargo, pero aprovechó para implicar en esas actividades delictivas a personajes del actual gobierno, como Néstor Reverol, ministro del Interior, Tareck El Aissami y al mismísimo Nicolás Maduro. Es más que previsible que  antes de este repentino arrepentimiento Carvajal haya obtenido garantías de que será uno de los beneficiados de la amnistía ofrecida por Juan Guaidó a los militares que abandonen el barco del madurismo antes del inminente naufragio.

Con este panorama ya son muchos los que se  preguntan cuánto durará la agonía de Maduro. Todo hace pensar que no mucho y que incluso él mismo es consciente de ello. Hay un dato nuevo que lo avala: desde hace varios días él y su cohorte ya no duermen en sus residencias habituales sino en la isla de La Orchila (la que albergó a Chávez tras el fallido golpe de estado de 2002), fuertemente custodiados solo por cubanos.